La Virgen del Rocío cubierta avanza a hombros de los almonteños en el traslado a Almonte de agosto de 2019 – Manuel Gómez
Este Domingo de la Ascensión, 24 de mayo de 2020, a tan solo una semana de la festividad de Pentecostés, era la fecha en la que debía de haberse cumplido el regreso de la Santísima Virgen del Rocío a su Santuario, después de los nueve meses que tendría que haber permanecido en Almonte. La noche del sábado hubiese salido de la parroquia de la Asunción, luciendo galas de Pastora, en dirección al Chaparral, donde su rostro divino hubiese quedado cubierto con el pañito, y el cuerpo de la imagen guarecido bajo el traje del camino, que le protege del polvo de las arenas. Tras dejar Almonte, estaba previsto que llegase a la aldea al caer la tarde, para, a continuación, entrar en el santuario terminando así con ello todo el ritual concerniente al Traslado 2019-2020.
Sin embargo, no pudo ser así. Todos los actos vinculados a la Llevada de la Virgen, así como los de la propia romería, han quedado pospuestos para el año que viene, debido a la emergencia sanitaria impuesta por el estado de excepcionalidad instaurado a causa de la pandemia del coronavirus.
Entre las motivaciones históricas que han propiciado algunos Traslados, figuran también las distintas epidemias padecidas a lo largo de estos siglos. Especialmente en el Seiscientos, el pueblo de Almonte imploró a la Virgen del Rocío como valiosa Protectora ante la amenaza de las mortíferas pestilencias.
Para la historiografía rociera ha pasado completamente inadvertida la Venida del año 1648, pues no consta entre las contabilizadas a lo largo de aquella centuria. Es cierto que tampoco existen unas fuentes documentales primarias que acrediten la estancia de la Virgen en el templo parroquial, durante las oleadas epidémicas de 1649 y 1650, aunque sí se tiene constancia de ello por otras vías indirectas.
Con anterioridad a la dramática peste de 1649, se produjo una importante incursión del contagio por Huelva en el mes de mayo de 1648, cuyas primeras manifestaciones se produjeron en la localidad de Villablanca.
Defensora de epidemias
Diversas piezas documentales del Archivo ducal de Medina Sidonia, descubren el Traslado de la entonces invocada como Nuestra Señora de las Rocinas al pueblo, a cuyo patrocinio, según refieren estos mismos documentos obrantes en Sanlúcar de Barrameda, atribuyeron los vecinos de Almonte la conservación de la salud de toda la población. En aquellos años, la imagen aún era venerada bajo el título vinculado al mítico paraje en el que se criaban las yeguas (las Rocinas), si bien pasaría muy pocos años más tarde a intitularse ya como Virgen del Rocío. Entonces, cuando el pueblo de Almonte defendía una serie de derechos que poseía en los límites del criadero de yeguas con el coto de Doñana, el icono mariano se convirtió en el principal símbolo de la unidad vecinal frente al poder señorial.
A esta administración ducal correspondía el señorío de Almonte, gobernado por un Corregidor que nombraban los Guzmanes durante el Antiguo Régimen. Y es en su Archivo, uno de los más importantes de Europa, donde se guarda la documentación que prueba fehacientemente la traslación de la devotísima imagen a Almonte aquel año de 1648.
Los expedientes del Archivo ducal revelan que se ordenaron cerrar hasta las iglesias, solo abierta, en el caso de la parroquial, en festividades muy señaladas como las de San Pedro y San Pablo. Y dentro de ella es donde debió recibir culto la Virgen, tras ser desplazada desde su ermita por los caminos hasta el núcleo urbano.
Resultan bastante desconocidos estos expedientes, pese a la difusión efectuada ya de algún que otro dato por la gran investigadora, doña Luisa Isabel Álvarez de Toledo, en su libro «Historia de una conjura (1985)». Por tanto, estos testimonios, además de ser indispensables, han pasado a convertirse en únicos, toda vez que terminaron desapareciendo todos los documentos de aquel periodo histórico del Archivo Municipal de Almonte.
En el fondo documental de Juan Infante Galán que custodia la hermandad Matriz, hemos hallado alusiones a las imperiosas necesidades que los vecinos de Almonte padecieron aquel año de 1648. Fueron tomadas por el referido historiador rociero, de los libros de actas municipales en cuestión. El investigador indicó con gran precisión la fecha de la sesión plenaria, datada en el mes de enero, así como la página exacta. También llegó incluso a acopiar noticias del cabildo celebrado el 23 de mayo de 1649. Sin embargo, no reseña nada sobre una supuesta imploración de rogativas por parte del vecindario a la Santísima Virgen del Rocío. Es muy posible que la imagen permaneciese todavía en la parroquia local, después de haber sido traída en 1648. De todos modos, la estancia prolongada de la imagen entre los años de 1648, 1649 y 1650, de modo ininterrumpido, no está rigurosamente probada.
Un impreso posterior, precisamente las reglas de 1758, rememora que la imagen había sido traída en aquellos años tan calamitosos, transcurridos entre 1649 y 1650, aunque omite que pudiera haber venido en 1648. El texto constitutivo añade que se costeó un vestido para la efigie de tela blanca, muy en consonancia con la simbología de la pureza original de la Virgen María, tan en boga durante aquellos años barrocos de gran fervor mariano e inmaculista. En 1653, fue proclamada patrona de Almonte, con motivo de un traslado extraordinario al templo parroquial, la Santísima Virgen del Rocío.
Retrato de Juan José García de Vinuesa. Óleo de José María Romero. Siglo XIX. – ABC
El alcalde más popular de nuestra ciudad bajo la regencia de Isabel II, don Juan José García de Vinuesa (1859-1865), murió con las botas puestas, en el recto cumplimiento de sus funciones, como ejemplar servidor público que fue. Se contagió visitando a unos enfermos pobres de Triana, donde parece que incubó la bacteria que le causó el funesto desenlace.
Lejos de encerrarse en su despacho, se echó a la calle para palpar la cruenta realidad del cólera en Sevilla. Una reseña necrológica suya refiere que se llevó saliendo, a diario, casi dos meses por la tarde, a cumplir con la labor de visitar personalmente la cárcel, los hospitales y otros establecimientos públicos, en el que se encontraban aislados los enfermos contagiados.
Cuando parecía que el vigor epidémico había cesado, el alcalde Vinuesa editó un bando municipal en la segunda quincena de septiembre de 1865, mediante el que recomendaba, a quienes notasen los primeros síntomas, que acudiesen a los socorros médicos, con el fin de que la deshidratación colérica no minase las fuerzas del organismo humano.
Al malogrado Vinuesa se le veía en todas partes. Se desvivía por establecer las disposiciones más acertadas que ayudasen a evitar el desarrollo del mal del que terminó siendo víctima.
Luchador anticolérico
Qué gran paradoja. Aquel hombre que tanto había luchado por erradicar de las calles de Sevilla excrementos y basuras, terminó siendo presa del contagio de la bacteria del cólera. Y mira que puso medios. Reseña el archivero municipal del siglo XIX, don José Velázquez y Sánchez, en sus Anales epidémicos, que Vinuesa creó campamentos efímeros con las lonas y los armazones de las casetas de feria, pertenecientes a la propiedad del Asilo municipal. Bajo los tenderetes refugió, aquel otoño de 1865, a familias gitanas y humildes que vivían en Triana, a uno y otro lado de la vega, a las que decidió trasladar al Prado de San Sebastián y el descampado del Blanquillo.
Es verdad que, durante la primera quincena de octubre, había bajado bastante el número de fallecidos. Se cifraba solo entre la veintena diarios. Pero a partir de aquella fecha, un rebrote súbito recrudeció la situación y se desorbitaron las defunciones. Pasaron de 20 a 140 muertes diarias.
De la punta epidémica de 1865 ascendieron los contagiados a 5.000 personas, de las que fenecieron 3.000. Se trataba del tercer brote de cólera de cierta relevancia entre los suscitados a lo largo del siglo XIX. Este lance aflictivo originó unas repercusiones sociales, económicas y demográficas muy significativas. El higienista sevillano, don Manuel Pizarro Jiménez, padeció el contagio de aquel año, se ofreció para realizar una topografía médica de Sevilla y pudo realizar valoraciones estadísticas con una periodicidad semanal.
Infectado de cólera
La prensa local anunció que el alcalde se hallaba en cama, padeciendo una ligera invasión de la bacteria, lo que hizo cundir el pánico entre la población. Ya no era solo a las clases más humildes. El ataque también estaba perjudicando también a vecinos del centro urbano.
García de Vinuesa sintió la primera sintomatología el domingo 22 de octubre, para terminar entrando en una fase importante de gravedad el jueves día 26 hasta consumarse la defunción el viernes 27 de octubre de 1865, a las siete de la mañana.
Con motivo del inesperado suceso, el diario madrileño «El Contemporáneo» recogió algunas reflexiones sobre las funestas consecuencias de la epidemia padecida en Sevilla, en el plano económico. Predecía que afectaría a distintos ramos de la industria, e iba a provocar la paralización completa de un buen número de trabajadores braceros, así como buena parte de productos y todo el mercado. Sugería que se le solicitara a la reina que, en unión con otros países vecinos, se promoviesen medidas preventivas que impidiesen la aparición, periódica, de aquella plaga que tanto daño causaba a la Europa moderna. El cólera ocasionaba un grave obstáculo para el progreso de España.
Y estando aún de cuerpo presente, el Ayuntamiento celebró un pleno extraordinario, bajo la presidencia accidental del gobernador civil. A la histórica sesión asistieron los tenientes de alcalde García Balao y Pagés del Corro, con quienes le unía una gran amistad, junto a los concejales Moreno y Molina, Gutiérrez, Munilla, Alonso de Caso, Torezano y Parra, entre otros. Todos ellos acordaron rotular con su nombre la antigua calle del Mar, que era donde vivía el alcalde fallecido.
Además de su domicilio particular, ubicado en el número 6, poseía establecida en otra vivienda de la misma vía la razón social de su compañía de navegación fluvial, cuya línea de vapor unía a Sevilla con Marsella. El servicio semanal proporcionaba cobertura comercial a toda Andalucía, Extremadura y Valencia. Vinuesa era hombre de la banca y fue consiliario del Banco de Sevilla, establecido en la calle Pajaritos.
Al entierro acudieron muchas personas y formaron parte del cortejo fúnebre las principales autoridades locales, así como otras personalidades tan relevantes como el acreditado ingeniero, don Manuel Pastor y Landero, junto al que Vinuesa trabajó tan estrechamente.
La corporación municipal aprobó también, en el transcurso del mismo pleno, costear la erección de un mausoleo dentro del cementerio de San Fernando, para acoger los restos del finado, y proporcionarle una paga a la viuda. Con el tiempo, este monumento funerario fue a parar a manos de doña Carmen Moreno Santamaría y García de Vinuesa, por cuya vía terminó enterrándose el también alcalde, don Mariano Pérez de Ayala y Vaca. Por tanto, en el mismo panteón se hayan enterrados dos alcaldes de Sevilla, según nos ha contado el nieto de este último, hoy presidente de Cáritas Andalucía.
Modernización de Sevilla
Los años en que fue alcalde coinciden con un gran auge experimentado en Sevilla, que acogía la estancia de la familia real de los Montpensier. Descentralizó los servicios municipales en distritos y, durante sus años de alcalde, promovió la ejecución de numerosas obras públicas, con el claro afán de modernizar Sevilla y subirla al carro del desarrollo industrial. Bajo su mandato se inauguró el ferrocarril, por lo que mejoraron muchísimo las comunicaciones. Con gran acierto logró conectar la línea férrea y el puerto del río, cuyos desbordamientos consiguió achicar gracias a diversas actuaciones. Realizó importantes mejoras urbanísticas de ensanche y embellecimiento de la mano del arquitecto Balbino Marrón, allegado a los duques de Montpensier. Transformó las calles estrechas, tan poco higiénicas, en amplias vías de comunicación. Se le ha culpado del derrumbe de casi todas las Puertas de la ciudad, y eso no fue así. Cuando visitaron Sevilla la reina Isabel II y el príncipe Alfonso XII, en 1862, mandó adornar la Puerta de Triana con vidrios de color. Y sí fue el responsable de las destrucciones de las Puertas de Jerez, San Juan (calle Torneo) y el Arenal, en 1864.
Pese al anticlericalismo imperante, la religiosidad popular no había perdido vigencia ante la crisis que vivía la Iglesia. De hecho, se organizó la preceptiva procesión de rogativas para implorar la aflicción divina en honor de la Virgen de los Reyes, cuya imagen también volvió a procesionar, en acción de gracias, tras el cese del contagio. Lo ha estudiado pormenorizadamente nuestro colega de investigación, don Rafael Jiménez Sampedro, en un artículo interesantísimo que publicó el pasado año en el Boletín de las Cofradías que dirige.
Por encima de todas las mejoras instauradas por García de Vinuesa, permanecerán sus continuos desvelos, absoluta entrega y dedicación brindada, en cuerpo y alma, en beneficio de la ciudad. Varios periódicos nacionales narraron que Vinuesa le daba a los necesitados todo el dinero que recibía del Ayuntamiento como retribución de su cargo. Se mostraba incansable en el ruego al vecindario para que no dejaran de ofrecer donativos con los que poder combatir el desarrollo de la epidemia. Ese espíritu filantrópico suyo es el que ha posibilitado que su memoria nunca haya muerto. Por ello, pervive en el recuerdo como uno de los alcaldes con mayor corazón, y el más humano, de toda la Historia Contemporánea de Sevilla.
El Alcalde de la ciudad en sesión celebrada el 25 de diciembre de 1905, expone, y es aprobada la propuesta “de que en caso de que la Remonta – apruebe la proposición de arrendamiento de varias fincas rústicas, en Ecija se dirija escrito a su coronel ofreciendo Casa Cuartel para las tropas a su mando”. El local que en un principio se pensaba ofrecer era el perteneciente al Ex-Convento de Monjas Blancas sito en la calle Mayor, e invitando a dicho coronel para que forme una comisión que inspeccione dicho edificio, con objeto de hacer en él cuantas reparaciones sean necesarias para el mejor servicio y comodidad.
La sesión de la corporación municipal de fecha 24 de febrero de 1906 quedará como fecha histórica en este largo proceso. El Alcalde, con evidentes signos de satisfacción, toma la palabra tan pronto se abre la sesión y dirigiéndose a los señores concejales les informa de la noticia en estos términos: “Señores, tengo una inmensa y verdadera satisfacción como Presidente y como ecijano amante de mi pueblo: El Ministro de la Guerra, General Luque, ha firmado la resolución por la cual se ordena sea trasladado a Écija el Establecimiento de la Remonta de Extremadura, hoy en Morón. La corporación municipal a partir de ese momento pone toda su ilusión y empeño en ofrecer un local decoroso para el Establecimiento de la Remonta.
A la secretaría del Ayuntamiento llegan propuestas de ecijanos ofreciendo sus casas para este fin. En una de las sesiones se da lectura a las propuestas presentadas:
* Federico Fernández de Bobadilla ofrece las casas en calle Tetúan números 18, 19 y 21 (hoy Sor Ángela de la Cruz), y una casa en Calle Comandante Cirujada (hoy Ancha), en precio de 32.500 pesetas pagadas al contado, siendo de cuenta del Ayuntamiento los gastos de escritura.
* Don Santos Martínez y Martínez, propone la casa número dos de la calle Rodríguez Lagunilla, (hoy llamada la Marquesa) en precio de 27.500 pagadas a plazos.
* Doña Elia Fernández Golfín y Murcia ofrece la suya sita en calle Rejón, 7, y solares agregados a la misma en precio de 35.000, admitiendo el pago en plazos y poniendo entre otras la precisa condición de que se ha de firmar la escritura dentro de los ocho días, recibiendo entonces 10.000 pesetas.
*Otra proposición fue la presentada por don Cristóbal, doña María y doña Pilar Martel y del Conde de Valhermoso que proponen la casa palacio de Valverde, situada en calle Cánovas del Castillo, número 18, en precio de 40.000 pesetas, pagándose 30.000 pesetas a la firma de la escritura y el resto cuando justifiquen su participación los señores don Luis y doña Carmen Martel.
Abierta la discusión acerca de las cuatro proposiciones, hace uso de la palabra en aquel acto el Alcalde para manifestar que desde luego consideraba más ventajosa la proposición referente a la Casa Palacio de Valverde, y además se unía a esto la buena impresión que se llevó la Comisión de la Remonta que la visitó, así como que estaba en el ánimo de todo el pueblo adquirirlo desde hace muchos años, teniendo otras ventajas cuales son, que para el día de mañana, cuando “las circunstancias ignoradas del futuro hagan o puedan hacer que la Remonta no necesite el Palacio, podrá utilizarlo el Ayuntamiento en Escuela, Casa de Correos y demás servicios públicos compatibles con gran economía para el municipio, y ello también, para conservar el mejor edificio de este pueblo”.
Puesto el tema a votación, fue aceptada la proposición del Conde de Valverde por 16 votos a favor y uno en contra de José Aguirre que votó en favor de adquirir la casa en calle Rejón exponiendo que, pese a reconocer que el Palacio es el mejor edificio, la oferta de Elia Fernández era más ventajosa, no solo por el desembolso que tenía que realizar el ayuntamiento, sino que la ofrecía a plazos, mientras del Palacio de Valverde ofrecía algunos problemas, entre ellos, que varias participaciones indivisas pertenecientes a varios señores podrían resultar de difícil adquisición por el ayuntamiento, y que pueden proporcionar a éste serias complicaciones. Efectivamente, la oferta presentada por los señores Martel se refería a una participación del 73% del Palacio. Pese a que el tema fue ampliamente debatido y por el concejal Ostos Angelina se pidiera a la Presidencia la votación del asunto, pues lo creía bastante discutido, el señor Alcalde argumento “que deseaba oír la opinión de más señores y dar a esta discusión la mayor amplitud y libertad posible”. Puesta a votación las diferentes ofertas, resultó aceptada la del Conde de Valverde como queda dicho.
Inmediatamente de este acuerdo, el Ayuntamiento se puso en contacto con el Conde de Valverde y demás copropietarios a fin de gestionar la transmisión urgente del inmueble. Paralelas a estas gestiones –(a veremos que serán lenta y costosas) concluyen otras: En Morón se firmó la escritura de arrendamiento de diferentes fincas rústicas en término de Écija: el Cortijo llamado de la Estrella perteneciente a Montesión; el Cortijo de Alcotrista, con su isla y otras islas llamadas de Villaverde, Ibarra, las Animas y San Bartolomé.
Para hacernos una idea del acoso que recibe el ayuntamiento en este asunto, basta ver la pretensión del citado de Montesión. Después de firmar el contrato de arrendamiento de sus fincas con la Remonta en Morón, se dirige al ayuntamiento ecijano para solicitar 5.000 pesetas, importe de la indemnización que ha pagado al arrendatario de su finca “La Estrella” a fin de dejarla libre y desocupada y a disposición de la Remonta argumentando este noble “que esta cantidad debería pagarla el Ayuntamiento”.
La Corporación, en vista de ello, facultó al Alcalde para que se dirigiera a dicho señor a fin de que se le expusiera la precaria situación del erario municipal por los cuantiosos gastos que te nía que hacer para la instalación del Cuartel y, solicitándole que dejara libre al Municipio en ese tema, y que como propietario de la finca pagara él la indemnización por la rescisión del contrato.
Urgentemente se acometen las obras necesarias de restauración y de adaptación; obras que no mutilan su distribución originaria pues principalmente se llevan a cabo la restauración y acondicionamiento de diversas dependencias y que, sin ser de gran envergadura, supuso un importante desembolso. Son diferentes las sesiones donde el Alcalde solicita el aumento de presupuesto de obras y en todas ellas se accede con buen ánimo. En una de ella -sesión de 17 de septiembre de 1906-, expone que habiendo comenzado las obras, se habían presentado dificultades que no estaban previstas y que motivaron tener que ejecutar algunas nuevas. La Corporación, en consideración de la urgencia de la solución, las aprobó, facultando al Alcalde para que, en lo sucesivo, ordenara la ejecución de cualquier otro trabajo que fuera necesario. Las obras fueron presupuestadas por el Maestro de Obras del Municipio y en una primera fase ascendieron a 9.866,33 pesetas, solicitándose para ello la declaración de exención de subasta para la ejecución de las mismas en fecha breve.
Por otra parte, el Ayuntamiento remite al Gobierno Civil de la Provincia expediente para su adquisición, y cuya compra fue aprobada el día 2 de Abril de 1906. En dicho expediente se expone en uno de sus considerandos que se pretende la compra de este Palacio por “redundar en beneficio de los intereses generales del vecindario, por los nuevos elementos de vida que aporta a la población, sin que con su realización se lastimen intereses de ninguna clase, toda vez que, anunciado al público en forma no se ha presentado ninguna reclamación y ha sido informado favorablemente por la Comisión Provincial, (expediente que se aprueba con fecha 16 de julio de 1906)
En otra sesión, el Alcalde expone que ya se había otorgado la escritura de compraventa, informando la primera autoridad ecijana, que ya se había concluido con éxito lisonjero la parte más difícil, que como obra humana había producido trabajos y sinsabores, y muy especialmente para el activo Diputado a Cortes señor Serrano Carmona, el cual y como en otras ocasiones, ha demostrado su gran actividad y su cariño hacia nuestra ciudad, por todo lo cual y como elocuente demostración de gratitud del pueblo ecijano para con su dignísimo Diputado, propuso y se acordó rotular con el nombre de Serrano Carmona la calle Comandante Cirujada, ya que este último nombre, si bien muy respetable por ser muy ilustre soldado de la patria, nada recuerda a los ecijanos. Ya dijimos que la adquisición de la totalidad del Palacio sería lenta y costosa. La razón es bien clara, la titularidad del mismo no estaba en una sola persona y varios de los propietarios de participaciones indivisas estaban en paradero desconocido. De tal forma que la primera escritura de compra de participaciones se firma en Ecija el día 28 de Julio de 1906, y la última en 13 de diciembre de 1923, es decir 17 años después de la primera compra, y por esta razón tiene que abonar algo más de 13.000 pesetas en el precio ofertado. En total, el Ayuntamiento abonó por la compra del Palacio la suma de 53.477,22 pesetas.
Finalizadas las obras necesarias, el día 25 de noviembre de 1906, el Notario don Antonio Greppi se constituye en la Casa Palacio de Valverde a requerimiento de don Plácido Ostos Angelina, Teniente Alcalde en funciones de Alcalde-Presidente, para hacer entrega del Palacio al señor Coronel Jefe del Establecimiento de la Remonta llamado de Extremadura, don Luis de los Santos y Fontordera, cesión que se realiza “nada más que para uso exclusivo de la Remonta, y mientras ésta subsista en Écija”.
Sobra decir que el Palacio de Benameji -modelo de arquitectura civil en el barroco español y una de las joyas del gran siglo ecijano- revertió al ayuntamiento y dicho Palacio se ha destinado para albergar un magnífico Museo Arqueológico, orgullo de todos los ecijanos.
La ciudad de Écija, como otras muchas ciudades, tiene en su historia fechas de amargo recuerdo: terremotos, inundaciones, sequías. Pero ninguna más desoladora que la realidad de una enfermedad mortal que siega las vidas inexorable y masivamente, sin humana posibilidad de curación como eran las plagas. Al dolor familiar se suceden esfuerzos sobrehumanos por la supervivencia, ruina moral y material.
Una corbeta llamada Delfín, anclaba el 6 de julio del 1800 en el puerto de Cádiz que estaba recién salida de los astilleros de Baltimore vendida en la Habana a una casa comercial española. Durante la travesía, tres pasajeros habían fallecido de una enfermedad epidémica: la fiebre amarilla. Este terrible mal, desconocido en Europa, se propagó rápidamente por Cádiz y la costa atlántica, alcanzando en breves días las risueñas orillas del Guadalquivir (1).
Écija no escapó al azote de esta enfermedad en los albores del siglo XIX. Situada en una encrucijada de caminos, bañada por el Genil y por numerosos arroyos, con unos veranos prolongados y calurosos, ofrecía unas condiciones propias para el desarrollo de la epidemia. El año 1800 fue estéril: las copiosas lluvias del invierno y el desbordamiento del Genil a finales de enero arruinaron la cosecha. El día 2 de septiembre el Marqués de Quintana de las Torres, alcalde honorífico, comunicó en cabildo el notorio contagio que padecían Cádiz y Sevilla, así como la necesidad de adoptar unas primeras medidas higiénico-sanitarias. En virtud de la proposición del Marqués de Quintana se crearon enfermerías y lazaretos en algunos caseríos y ermitas distantes de la ciudad; acordonaron éstas poniendo guardas para evitar la entrada a los forasteros y asimismo acordaron “que todos los viajeros que vinieren de aquella carrera, entrasen por los alrededores del pueblo, haciendo en sus extremos la corta parada más indispensable y no parasen tiempo alguno más que aquel indispensable, sin que por eso se negase la hospitalidad a aquellos que no pudiesen caminar…” también se coloquen bandos “ordenando el aseo de las calles, prohibiendo que los vecinos y pasajeros echen excrementos, perros, gatos y otros animales muertos, pues todos estos fetóres, infestan los aires y propagan aún más el contagio, debiendo entenderse esta providencia, para todos los vecinos de la Plaza Mayor, que vacían los vasos comunes por los balcones de ella, luego que dan las once de la noche…” (2).
Ante el fracaso del médico, actúa el sacerdote. Misiones, rogativas, novenas, quinarios y procesiones. Sobradamente conocido es el sentimiento teúrgico de que estaba impregnada la mentalidad del hombre en estos tiempos, para quien la enfermedad era enviada por Dios como castigo a sus inmoralidades. Y, por supuesto, si Dios enviaba la enfermedad también concedía la salud. En los momentos de máxima aflicción o alegría, Écija acudía a su Patrona. Considerada tradicionalmente como especial intercesora ante Dios, se convirtió en el centro de las rogativas y funciones de acción de gracias organizadas en la ciudad con motivo de las epidemias de fiebre amarilla (3) .
A instancia de varios ecijanos el cabildo acordó trasladar la imagen en procesión solemne a la iglesia Parroquia de San Gil. A tal efecto, el día 1 de octubre de 1800 se constituye en el Monasterio de Religiosos de la Sagrada Orden de San Gerónimo, previo requerimiento, el escribano de Écija José Payba Saravia, a fin de redactar la oportuna escritura (4). En el referido documento se hace constar “que estando en el Monasterio de Religiosos de la Sagrada Orden de San Gerónimo, titular de Nuestra Señora del Valle, extramuros de la ciudad de Écija y en la celda Prioral, ante mí el escribano de su cabildo y Ayuntamiento y testigos que se expresaran se juntaron y convocaron a toque de campana con respecto a su instituto y costumbre, el M.R.C. P. don Juan José Calatrava, actual prelado y los RR.PP. Sr. Diego de Córdoba, Sr. Don Rafael de Miguel, Sr. Luis de la Trinidad, Sr. Andrés de Montachez, Sr. Antonio del Valle, Sr. Juan Galindo, Fray Pedro de San Gerónimo Sr. Antonio de San José Ortega y Fray Alonso de Pareja, todos religiosos, presbíteros y monjes del referido Monasterio, y que se componen su comunidad “.
La Comunidad prestó su consentimiento para hacer entrega de la soberana imagen para el fin que queda expuesto, “y otorgan y prestan solemne jurado por Dios nuestro Señor su Divino y Santo Evangelio según fuero y forma, y desde luego se obligan a sacar de este monasterio en la tarde del día de mañana dos del corriente año, si no hay impedimento por razón de lluvia, la soberanas imagen de María Santísima, con el título del Valle su patrona, trasladando a S.M. en procesión general a la otra Iglesia Parroquial de San Gil y colocar y tener en ella con la mayor decencia, culto y veneración como se había practicado en otras ocasiones los días que se tributen rogativas y santidades a las que precisamente han de asistir los señores diputados para que por intersección se experimente la preservación al referido vecindario de esta epidemia. Y el último día, estos señores diputados contraen igual obligación a restituir y traer a la misma soberna Imagen a este Monasterio con igual procesión general decencia y culto debido” (5).
La comunidad religiosa prestó su consentimiento al traslado de la Virgen del Valle, pero además de solicitar de las autoridades locales la mayor decencia y fervor en el traslado, impone fuertes condiciones, que van más allá de exigir esa debida decencia y fervor, pues obliga al cabildo ecijano a garantizar la restitución de la Imagen al Monasterio, tan pronto concluyan los actos y, se pactó expresamente, lo siguiente: “A cuya firmeza y cumplimiento sujetaron los bienes propios y rentas de esta M.N. ciudad presentes y futuros y dan el competente y poder a la Justicia y Jueces S.M. a cuyo fuero y jurisdicción se someten y renunciando a todas las leyes fueros y privilegios.
En prueba de conformidad firmaron la escritura de recibo de la imagen del Valle, el dia 1 de octubre de 1800, siendo testigos Francisco Castro, Francisco Antonio Castro, Francisco Gómez y José Coello, vecinos de esta ciudad.
HERMOSILLA MOLINA, Antonio. Epidemia de fiebre amarilla en Sevilla en el año 1800. Sevilla 1978
OSTOS Y OSTOS, Manuel ¡¡alfajores de Écija!!. Sevilla. 1909. Págs. 292-203.
3 MARTIN OJEDA, Marina, Epidemias de fiebre amarilla en Écija. Años 1800 y 1804. . Écija en la Edad Contemporánea. Actas del V. Congreso de Historia. Excmo. Ayuntamiento de Écija. 2000.
MÉNDEZ VARO, Juan. Amigos. Hermandad del Resucitado. 1993. Págs. 154-155
Archivo Notarial del Distrito de Écija. Notaría de José Payba Sarabia. 1800.
(I). Noticias manuscritas y estampas de protección y (II). Las certificaciones parroquiales. En Congreso Internacional Andalucía Barroca. II. Historia demográfica, Económica y Social. Actas, Consejería de Cultura – Junta de Andalucía, 2009, pp. 259-268 y pp. 269-277.
En el invierno de 1708 Europa occidental padeció una grave epidemia de gripe que fue seguida en muchas regiones por sucesivos brotes de tifus. Los contemporáneos no lograron ponerse de acuerdo sobre el origen y causas de este mortífero catarro que afectó también a las tierras de las colonias americanas con enorme violencia.
Aún hoy se discute la etimología de la fiebre maligna, así como el alcance y duración de su impacto, si bien los datos disponibles apuntan a un ciclo trienal (1708-1710) y un escenario atlántico. (…)
Andalucía había contribuido con hombres y caudales a sostener la causa borbónica desde el principio de la contienda y este desgaste mermó, sin duda, la capacidad de reacción frente a la adversidad natural, azote imprevisto que sobrevino en noviembre de 1708. Por si fuera poco, las razzias portuguesas fustigaron la frontera onubense en varias ocasiones entre 1706 y 1710, siendo el ataque de julio de 1708 uno de los más devastadores y persistentes.
En semejantes circunstancias, hubiera bastado el infausto golpe de una cosecha exigua para derribar, como un castillo de naipes, las frágiles energías que aún se mantenían en pie. Pero el destino deparaba algo peor: la sucesión ininterrumpida de fuertes huracanes, lluvias torrenciales y heladas persistentes, entre octubre de 1708 y febrero de 1709, que fueron seguidas por una devastadora plaga de langosta que acabó con lo poco que había sobrevivido de la cosecha, antes de que el tifus exantemático, conocido como tabardillo, se cebara con una población que se moría de hambre por las calles.
Corría el mes de abril de 1709. Las noticias que tenemos de la situación en el reino de Sevilla, ámbito preferente de este estudio, coinciden en lo sustancial. El invierno de 1708 se distinguió por los incesantes temporales. Y la primavera no fue más caritativa, pues dio un parto de hambre, muerte y desolación para los andaluces. (…)
Desde la reconquista de Sevilla por el rey Fernando III, nuestra ciudad se convirtió en una plaza mercantil muy transitada, gracias al Guadalquivir. En la Edad Media comenzó a extenderse la peste negra principalmente por ciudades comerciales de Europa, consiguiendo matar a un porcentaje considerable de la población. Pero conforme pasaron los siglos, estas plagas fueron haciéndose más mortíferas. En 1649, cuando Sevilla era prácticamente la capital económica del mundo, estaba superpoblada y era un denso hormiguero de contactos humanos, la peste redujo el censo casi a la mitad (de 110.000 bajó a 70.000 habitantes), después de que los contagios se propagasen a una velocidad vertiginosa.
Fue una catástrofe humana mucho mayor que cualquier guerra. Era una enfermedad incurable y espantosa, con dolencias realmente horribles, que traía de inmediato la muerte. Quedaron desiertas las calles, sus tiendas y las casas de los muertos abandonadas, en las que robaban los ladrones.
Los grandes perdedores de la epidemia fueron los pobres. Tan horrendo drama era asumido como castigo divino: la «guerra de Dios Todopoderoso». Muchos siglos después, en 1894, un científico descubrió que el mortífero contagio provenía de las ratas negras, cuyas pulgas se volvían hambrientas cuando moría el roedor y saltaban a los humanos. Pero en la década de 1980, vino a rebatir la tesis un historiador que situó el origen epidémico en otro flanco muy distinto.
Sevilla apestada
Los documentos que se conservan de la época no hacen referencia, en ningún caso, a apariciones masivas de ratas muertas, por lo que la transmisión de la bacteria que había causado la muerte a tantas personas tuvo que producirse, principalmente, mediante la interacción de las personas.
En el caso de Sevilla, hemos reunido una documentación de archivo importante, correspondiente a brotes de plagas registrados durante las últimas décadas del siglo XVI, y muy especialmente en 1649.
También nos ha resultado de mucha ayuda la amplia labor de consulta bibliográfica efectuada por el historiador sevillano, Pedro Álvarez, documentalista de la serie «La Peste».
Escrutadas estas fuentes, podemos extraer, en consecuencia, que la enfermedad se ensañaba mayormente con la población más indefensa (como niños, mujeres o esclavos), y la más expuesta a contagios. Es decir, todo el personal sanitario (médicos, barberos, cirujanos, boticarios y sirvientes enfermeros), además de los clérigos. Los más pudientes huían de la ciudad y acampaban en residencias rurales, que eran para ellos refugios seguros. Pero la mayoría de la gente no tenía donde acudir.
Los únicos que permanecieron dentro eran los más desgraciados. Dentro de las murallas se quedaron abandonados muchos niños infectados, que llorando y desquiciados gritaban: «¡padre!, ¿por qué me abandonas?» Aquella gran peste sobrevino en las primeras semanas del mes de mayo de 1649. De inmediato, el Ayuntamiento hispalense creó una Junta de la Salud, que ordenó medidas preventivas y fórmulas de protección conocidas ya de siglos anteriores.
Curiosamente, muchas de las adoptadas ahora para frenar el coronavirus, son prácticamente las mismas de entonces. Resultaba crucial asilar a los portadores de la enfermedad
Medidas sanitarias
Esto es la cuarentena. Entre las medidas higiénicas ordenadas, a nivel colectivo, pueden resumirse en guardar y custodiar las puertas de la ciudad, que eran fortificadas con maderas, vigilancia de las afueras, limpieza general de las calles, plantas aromáticas para purificar el aire, pulverización de las casas, prohibición de comercializar mercancías, celebración de reuniones entre los médicos, agrupamiento de los contagiados en hospitales, sepultura a los muertos, quema de ropas, prohibición de aglomeraciones y cierre de locales públicos (comedias, teatros, escuelas), clausura de las casas de apestados.
Mientras que las seguidas de modo individual pueden sintetizarse en la huida o aislamiento, llevar un régimen de vida específico durante la crisis, adoptar una dieta alimenticia especial; restringir las relaciones sexuales, medicarse en caso de adquirir el contagio, portar amuletos y adquirir el particular certificado de salud.
No en vano, muchas de ellas se incumplían. Era el caso de las piadosas procesiones de rogativas que se organizaban de noche, espontáneamente, con el consiguiente enfado de los funcionarios.
Fueras de las murallas, se dispusieron varios lazaretos, como el hospital de la Sangre en la Macarena, hoy sede del Parlamento de Andalucía, o el de San Lázaro, acondicionado exclusivamente para acoger a mujeres contagiadas de la plaga.
En el de la Sangre ingresaron más de 25.000 enfermos, de los que fallecieron la gran mayoría. Muchos murieron en la puerta, en cuyas explanadas se dispuso un amplio hospital de campaña, tal como recrea la pintura que se conserva en el Pozo Santo.
Se autorizó la transformación de algunos corralones y otros grandes espacios para acoger «morberías», aisladas del resto de la población. En determinados enclaves se establecieron cordones sanitarios, quedando completamente apartados del resto.
El primero se organizó en Triana, junto al río, como arrabal por donde penetró el contagio desde los barcos mercantes. A aquellos lugares marginales, los diputados llevaban hombres, mujeres y niños ya sin remedio humano. En el frente del monasterio de la Cartuja murieron miles y miles de pestilentes. En la otra orilla del Guadalquivir, se cercaron lugares en los barrios de la Carretería, los Humeros y el Baratillo. No se podía circular libremente.
El núcleo urbano estaba acordonado por guardas, e incluso para entrar dentro tenía que hacerse por dos o tres puertas habilitadas al efecto. No paraban de enterrar cadáveres apestados. Se abrieron numerosos carneros, a modo de amplias fosas comunes, donde la mayoría de los cadáveres eran hacinados y enterrados, prácticamente a flor de suelo.
Sin funeral, misa, ni atención espiritual. Por las calles, deambulaban perros con pedazos de restos humanos en la boca. Muchos hombres masticaban tabaco con tal de disuadir el olor y el sabor amargo de la muerte.
En el centro urbano se dispusieron para fosas comunes el «corral de los Naranjos» de la catedral y el patio del Salvador, a los que había que sumar los otros 18 carneros excavados en los exteriores del hospital macareno. Pero fueron insuficientes.
Los diputados sanitarios mandaron hacer otros cementerios en el extrarradio, como los de la Huerta del Rey en San Bernardo, el Alto de Colón o de los Humeros, junto a la Puerta Real, Almensilla, Barqueta, cerca de San Sebastián (el Porvenir y Tablada), amén de los de las puertas de Osario, Triana y Macarena. Para enterrar los muertos, e incluso cuidar a los infectados, se protegían con tela gruesa de esterlín. Los médicos empleaban máscaras con picos de ave, como las que han pervivido en el carnaval de Venecia (en emulación de las actuales mascarillas), y así salían a recogerlos.
Quedaron prácticamente deshabitados en el amplio barrio macareno las collaciones de San Gil, Santa Lucía y Santa Marina, por cuyas calles apenas quedaron vecinos. Aquella purga desbocada de mediados del seiscientos no tuvo compasión. Pasó por aquí sembrando un miedo colectivo aterrador y llevándose, mayormente, decenas de millares de mujeres y niños. Y fue así, como quedó debilitado lo más tierno del alma humana de una de las primeras capitales del mundo: Sevilla.
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