Una de las más importantes repercusiones de la labor misionera que los frailes dominicos, venidos de los diversos conventos que la Orden de Predicadores tenía en la ciudad de Sevilla durante el Antiguo Régimen, desarrollaron en los pueblos de la provincia, fue la erección en las parroquias de nuevas hermandades del Rosario o la refundación de otras ya existentes, contando para ello con las respectivas licencias de sus superiores y portando las patentes del ministro general de la orden, que garantizaban a los miembros de las nuevas corporaciones el goce de las indulgencias concedidas a la misma por los sumos pontífices. Como no podía ser de otra forma, también en la comarca del Aljarafe, próxima a la capital, los hijos de Santo Domingo de Guzmán se encargarían de extender la devoción del rosario, generalmente con ocasión de su predicación durante la cuaresma o en otras festividades litúrgicas.
De las diecisiete naves que integraban las Atarazanas, un sector de la octava fue destinado desde sus inicios medievales a acoger una iglesia «porque los que allí trabajasen tuviesen un lugar donde rezar», según los documentos fundacionales del siglo XIII. La capilla real de las Atarazanas, que pertenecía a la corona española como todo el edificio, poseía un recinto sagrado bastante reducido en el que se festejaba desde antiguo el día de San Nicolás, como intercesor de los navegantes en situación de naufragios, debido a la conexión del conjunto constructivo con el río.
En cuaresma, los sermones tenían que predicarse en la calle porque los fieles no cabían en su interior y ni se predicaba cuando llovía. Dentro de las Atarazanas, la capillita carecía de muros colindantes, por lo que a los sacerdotes le resultaban muy molestos los ruidos de las continuas manufacturas de todo el enclave. En el último tercio del siglo XVI se decoró la puerta de entrada a esta capilla con un retablo que ocupaba el vano de acceso y su fachada principal. Este altar exhibía –según el investigador Celestino López Martínez– un «Misterio» (Crucificado, con la Virgen y San Juan), flanqueado a su derecha por la Caridad y San Jorge a la izquierda, respectivamente. Remataba el conjunto un Dios Padre sobre trono de ángeles, pintado por el artista Juan Díaz en 1575.
Delante de las Atarazanas se extendía un amplio espacio, desde el Arenal hasta la Resolana de la Torre del Oro, en el que cohabitaba la tentación del pecado del puerto –al que no paraban de llegar novedades de Europa y otras partes del mundo–, con muchos ingredientes culturales y religiosos, propios de la entrada y salida de mercadurías y viajeros. Desde luego, no fueron pocos los artículos que se recibían relacionados con ejercicios devocionales (cera, rosarios, cruces, flagelos, instrumentos de martirio, sermonarios, hábitos, cíngulos, túnicas, calzado, etc.). En este terreno inmediato al río de tanto trasiego, situado en un espacio marginal fuera de las murallas, se daba una forma de vida que se alejaba de los postulados eclesiásticos.
Los aledaños del Guadalquivir amparaban uno de los grandes foros comerciales, en el que se cometían numerosísimos abusos y excesos (engaños, robos, asesinatos, lujurias, etc.), con simultaneidad a las operaciones mercantiles. Transitaban pícaros y rufianes, chamarileros y prostitutas del cercano Compás de la Laguna, clérigos y canónigos de la catedral, comerciantes, inquisidores, carreteros y vendedores de todo tipo de géneros, soldados y marineros del puerto. Lope de Vega refirió que toda su arena era dinero, «porque es plaza general / de todo trato y ganancia». En medio de aquel ambiente también se realizaban numerosos ejercicios piadosos. La población gozaba de una extensa red conventual, integrada por casi todas las órdenes religiosas que atendían las necesidades espirituales del pueblo sevillano, al tiempo que daba respuesta a la organización de las campañas misionales a desarrollar en el Nuevo Mundo. Era en las inmediaciones de las Atarazanas, muy cerca del puerto, donde se solemnizaban los rituales de envío de misioneros. Los frailes y clérigos se involucraban con empeño pastoral en depurar su escandalosa –a decir por los eclesiásticos– grey pecadora.
Santa Caridad
Sevilla era la ciudad de la caridad. El sombrío contraste de su abundancia era ver vagar por las calles a pobres, enfermos, lisiados y otros muchos vagabundos que hacían oficio de sus miserias. Y no, precisamente, por falta de hospitales. A inicios del siglo XVI, como herencia de la Edad Media, se contabilizaban en el núcleo urbano más de un centenar de centros hospitalarios. Con anterioridad a la reorganización que, a mediados del siglo XVII, vivió la hermandad de la Caridad, deambuló por otras sedes.
El cronista Ortiz de Zúñiga refiere en sus Anales que cuando se aprobaron sus reglas, en 1578, la hermandad de la Caridad gozaba ya de más de un siglo de existencia. En 1564 pasó a un hospital, adyacente al templo parroquial de San Isidoro, hasta que sus cofrades decidieron trasladarse a la capilla real de las Atarazanas. En la junta celebrada el 1 de abril de 1588, sus integrantes acordaron organizar la procesión de disciplina del Jueves Santo. Por los Libros de la hermandad de la Caridad sabemos que tenía 106 túnicas con capirotes y disciplinas, 98 de sangre y 8 de luz. El cortejo procesional, abierto con la insignia de la Santa Caridad, salía de la capilla de las Atarazanas y se encaminaba hacia la catedral, El Salvador, La Magdalena, San Pablo y San Isidoro, donde se celebraba el ritual del Lavatorio.
A finales del siglo XVI, sus cofrades eran personas con cierto poder adquisitivo, en los que se registraba una alta presencia de flamencos como hermanos. Había mercaderes, negociantes, armadores de barcos, abogados, caballeros de órdenes militares, y algunos nobles, sobre todo a partir del siglo XVII, en el que se incorporaron sacerdotes y canónigos de la catedral. Aquella primitiva cofradía de la Caridad, o de San Jorge, no sólo cumplía con el precepto de sepultar cadáveres de pobres ajusticiados, o fallecidos a causa de algún accidente en el río, sino que atendía también a enfermos y accidentados en los trabajos de carga y descarga de las mercancías remitidas a Flandes y América. Esta labor requería el concurso de un sinfín de obreros, esclavos, marineros y trabajadores del muelle. Entre 1608 y 1610, la hermandad de la Caridad dejó de ejercitar su carácter penitencial y pasó a dedicarse a los enfermos y al enterramiento digno de pobres desolados.
Toneleros y Carretería
A orillas del Guadalquivir, arraigó el oficio de los toneleros dedicado a la construcción de cubas para el arqueo de las embarcaciones en las que se transportaban los productos líquidos. Por lo general, todos se avecindaban en los arrabales que nacieron al calor de la amplia mano de obra que demandaban las propias Atarazanas: barrios de la Carretería, Tonelería y Cestería. Estos toneleros tuvieron hospital propio en la Carretería e instituyeron en él una cofradía en época medieval. Por los Libros de los impuestos de «Subsidio y Escusado» del Archivo de la Catedral, se documenta la continuidad del centro asistencial advocado a «San Andrés y San Antón», en el transcurso del siglo XVI. En el centro hospitalario recibían culto varias imágenes: dos crucificados, Nuestra Señora de Los Remedios, un Niño Jesús y un San Sebastián pequeño. La capilla había sido reedificada por sus cofrades que les daban sepultura a muchas personas, en un cementerio aledaño muy pequeñito. En ella confesaba un capellán, que la asistía y decía misa los domingos y festivos para mucha «gente de la mar y pobres que no tienen capas». Con autorización eclesiástica, oían misa los moriscos que vivían cerca, quienes también recibían enseñanzas de doctrina cristiana. A aquélla primitiva cofradía hubo de fusionarse, en el transcurso del siglo XVI, la hermandad de la Virgen de la Luz –probablemente ya con uno de los crucificados como titular cristífero–. Cuando el Arzobispado le aprobó sus primeras reglas a la cofradía penitencial de Las Tres Necesidades (1586), ésta ya radicaba en esta capillita. Tras el cierre del hospital en 1587, la cofradía de Las Tres Necesidades se trasladó a la parroquia de San Miguel, primero, y luego a la iglesia de San Francisco de Paula. En el siglo XVIII pretendió establecerse en la capilla de Nuestra Señora de la Piedad, del Baratillo, ofreciéndose incluso a ampliarla (1753), aunque finalmente construyó una capilla sobre un solar que le compró al cabildo de la catedral en la antigua calle Varflora de este barrio de la Carretería (actual emplazamiento). Finalizadas las obras, se celebró su estreno en 1761.
Usos históricos de las Atarazanas
Originariamente fueron concebidas como astilleros, aunque desempeñando esta funcionalidad no cosechó demasiado éxito. Cesaron las actividades vinculadas a la construcción naval a finales del siglo XV. Los Reyes Católicos ordenaron que pudieran ser empleadas como pescaderías, almacenes y bodegas. En 1503, acogió la primera sede de la Casa de la Contratación de Indias, aunque a los pocos meses se dispuso que este organismo se trasladase a unas dependencias del Real Alcázar. Sin embargo, las Atarazanas continuaron siendo servibles para la Contratación durante buena parte del siglo XVI. En la cárcel de los Caballeros, situadas dentro de las Atarazanas, a las espaldas del actual edificio de Helvetia, estuvo preso el prestigioso marino don Pedro Menéndez de Avilés, antes de conquistar la isla Florida (1565). Sus espaciosas naves albergaban infinidad de actividades industriales ligadas a las carpinterías de ribera, cordelerías, cerrajerías, carreterías, cesterías, tonelerías, odrerías, panaderías, carnicerías, etc. Se guardaban mercadurías y géneros de toda naturaleza que llegaban, o salían, por el río. Sirvieron como almacenes de azogue durante bastante tiempo. Cobijaron municiones pertenecientes a los buques de la Armada que escoltaban a las embarcaciones mercantiles durante sus arriesgadas travesías oceánicas. Una parte que estaba a la intemperie sirvió como corral de comedias.
A decir de Rodrigo Caro, la Aduana edificada en 1583 dentro de las Atarazanas, «ocupaba buena parte de ellas. Su fábrica está edificada a modo de un templo, con su crucero, toda de bóveda. Aquí vienen a parar todas cuantas mercaderías y cosas que se vienen a vender a Sevilla y así está siempre llena de fardos, cajones, tercios, y otros géneros de carga que apenas se puede andar por ella, estando las mercancías una sobre otras, haciendo grandes y altos túmulos de ellas».
La administración real arrendaba amplios espacios a comerciantes flamencos y alemanes para que pudieran almacenar sus mercancías. En algunas zonas llegaron a construirse hasta viviendas particulares. Otra función importante que prestó el conjunto monumental fue la religiosa. A mediados del siglo XVII era necesario bajar diez escalones para entrar en la capilla de las Atarazanas, que se inundaba. Cuando se reedificó el hospital de la Caridad y amplió el recinto de la iglesia, se rellenó con el fin de elevar su suelo hasta la cota actual.
Otras cofradías
Varios grabados y pinturas de siglos pasados testimonian la presencia de hasta dos cruces de piedra delante de las propias Atarazanas. En un antiguo humilladero que hubo allí se erigió la hermandad de la Santa Cruz hacia 1635. Hoy es la actual Capilla de Nuestra Señora del Rosario, a la que llegó más tarde la hermandad penitencial de las Aguas, fundada en el convento de San Jacinto de Triana el año de 1750. Tenemos noticias también de que en el Arenal estuvo establecido el gremio de barqueros, que fundó una hermandad advocada a Nuestra Señora de Guadalupe.
El historiador don Antonio Domínguez Ortiz concluyó que el principal argumento de la grandeza de «fiestas, mayorazgos, fundaciones religiosas era verdaderamente la ganancia opulenta del negocio de la Flota de Indias». A ello tenemos que añadir que uno de los mayores éxitos de nuestra Semana Santa, como principal fiesta de la ciudad, es la calle. La gran aportación sevillana fue saber convertir todo su entramado urbano en un gran templo popular. Toda esta trama descrita, con tantos y tantos actores que desfilaron a lo largo de la historia, los aglutinó un escenario único. El mejor de todos ellos para la celebración de la Semana Santa en la calle: Sevilla.
JULIO MAYO ES HISTORIADOR
Publicado en diario ABC de Sevilla,
sábado 5 de marzo de 2016, págs. 38 y 39.
La Historia Social de la ciudad de Sevilla esconde una variedad de tipos humanos y condiciones socioeconómicas y religiosas que merece aún muchos estudios por parte del historiador. Tal es el caso de los “gazis”, cuya presencia en la ciudad ha sido desconocida hasta ahora. Los gazis fueron en origen combatientes por la fe musulmana que se desplazaban desde el Norte de África, la Berbería de Cervantes, hasta el Reino de Granada. Con el tiempo muchos de ellos se afincaron en Granada y su territorio y convivieron con la población musulmana local, conservando el apelativo “gazi” que recordaba su origen, prestigioso, pero también foráneo. Cuando el Reino de Granada cayó en 1492 muchos de los gazis también se convirtieron al cristianismo, como buena parte de la población granadina que vino a ser llamada genéricamente como “moriscos”. Ya en época cristiana, las disposiciones legales que sobre ellos existen los diferencian de los moriscos, conservándose este apelativo de gazi, que también les diferenciaba de los norteafricanos que llegaban a la Península como esclavos y que eran denominados genéricamente como “berberiscos”.
El próximo viernes 23 de octubre tendrá lugar en la localidad sevillana de Badolatosa la presentación del libro “Badolatosa en el siglo XX. La lucha de un pueblo”. de Joaquín Octavio Prieto Pérez.
El próximo jueves día 17 a las 7 de la tarde en la Sala Don Rodrigo del Palacio de los Marqueses de la Algaba (detrás del Mercado de la calle Feria) tendrá lugar la presentación del libro de Joaquin Octavio Prieto “Badolatosa en el siglo XX: la lucha de un pueblo”. Con este acto se inaugura una nueva Colección de libros “Colección Manuel Barrios Jiménez”.
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