ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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LA ORDEN TERCERA DE SANTO DOMINGO EN JEREZ DE LA FRONTERA A FINES DEL SIGLO XVIII

Este artículo estudia la trayectoria histórica de la Orden Tercera de Santo Domingo en Jerez de la Frontera (Andalucía-España) durante la época moderna, pero, al mismo tiempo establece de manera previa un amplio estado de la cuestión sobre los orígenes y primer desarrollo histórico de esta institución laical de la Orden de Predicadores, así como algunas referencias a su realidad en España e Hispanoamérica durante los siglos XVI al XVIII.

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SEVILLA, PRINCIPAL DEFENSORA DEL HONOR DE MARÍA

Óleo sobre lienzo de la Inmaculada Concepción, pintada por Pacheco en 1619

Óleo sobre lienzo de la Inmaculada Concepción, pintada por Pacheco en 1619

Julio Mayo

¿Había nacido la Virgen sin mancha original, o vino al mundo pecadora como el resto de los mortales? En el Siglo de Oro -corría el año 1615-, se avivó la vieja discusión teológica que terminó enfrentando a frailes franciscanos y jesuitas, defensores de la concepción inmaculada de la Madre de Dios, contra los de la orden dominica, que se postularon como maculistas. El asunto desató una gran polémica que pasó a la calle, donde llegó a generar un importante conflicto social. El pueblo sevillano tomó partido, con inusitado fervor, por la defensa de la Pura y Limpia. Enseguida, adoptaron también un claro posicionamiento inmaculista numerosas corporaciones religiosas de la ciudad como las propias cofradías, aunque sus titulares no fuesen marianos, y otras colectividades del ámbito civil (gremios laborales, ayuntamiento, audiencia de justicia, universidad y abundantes entidades locales emblemáticas). Pero los enfrentamientos adquirieron un cariz político que empezó a preocupar a la Corona. Desde Sevilla, fueron a la corte los miembros de una comisión que despertaron el interés de Felipe III, a quien también hicieron saber que, si no apoyaba lo que se defendía aquí, la monarquía hispánica podría terminar acusando una importante crisis. Con la obtención del apoyo de la realeza, fue como mejor pudo presionar en Roma el arzobispo de nuestra ciudad, don Pedro de Castro y Quiñones, a fin de conseguir las bendiciones de la Iglesia con las que legitimar el reconocimiento oficial de la causa.

Los sevillanos enviados a Madrid en 1616 por nuestro arzobispo como embajadores para exponer al rey las consecuencias de la controversia, fueron los sacerdotes don Mateo Vázquez de Leca (canónigo de la catedral y arcediano de Carmona) y Bernardo de Toro. Desde aquel mismo momento, el duque de Lerma favoreció la estancia de los ilustres emisarios en la corte y los apoyó muy decididamente ante Su Majestad. Bernardo de Toro pasó a formar parte de la diplomacia de la monarquía hispánica en Roma, donde pudo elevar las reivindicaciones a la Sede apostólica con mayor cercanía. Allí ejerció durante tres décadas su ministerio eclesiástico en Santa María de Montserrat, actual templo oficial de España, donde ocupó distintos cargos como el de administrador de aquella iglesia. Del entorno de los embajadores españoles ante la Santa Sede surgieron ideas artísticas como fórmulas para encauzar también la promoción de la doctrina.

Con la convicción de promocionar el culto a la Inmaculada, los comisionados en Roma nombrados por la catedral hispalense (Vázquez de Leca y Toro), lograron que el Papa Pablo V autorizase la acuñación de una medalla de la Inmaculada, con la inscripción «concebida sin pecado original», en 1617. Sin embargo, no se puso en circulación hasta el mes de octubre de 1619, hace ahora cuatrocientos años. Fue, precisamente, después de haber sido rechazada en España la propuesta del también sevillano don Enrique de Guzmán y Cárdenas. El mes de enero del mismo 1619, le había presentado al rey un memorial solicitándole que tuviese a bien incorporar el rostro de la Virgen María y el «concebida sin pecado original», en unas monedas nuevas de oro y plata que se iban a fabricar. Bernardo de Toro recogió en Roma la iniciativa de Guzmán, e ideó entonces promover la confección de una medalla que llevaría ese mismo lema por una cara y el cáliz y la hostia consagrada por la otra, bajo la leyenda «Alabado sea el Santísimo Sacramento». En Roma, se comercializaron las medallas unos meses antes de la festividad de la Inmaculada, aunque, ante las protestas de los maculistas, quedarían retiradas de la circulación muy pronto. La mayoría fueron incautadas en noviembre dentro de tiendas romanas, en vísperas de la celebración. Solo unas cuantas se extendieron ocultamente. Sin el niño en los brazos, muestra la representación iconográfica que se puso luego en las medallas que hicieron los franciscanos con el permiso del Papa León X.

Un tierno apasionado de la Inmaculada fue también el citado don Enrique de Guzmán, quien el año 1617 pasó a integrar la embajada sevillana nombrada por el rey en Madrid, tras marchar Vázquez de Leca a Roma en 1616. No cesó de trabajar por la causa durante los reinados de Felipe III y IV. Con sus gestiones, contribuyó a que la monarquía española mantuviese negociaciones diplomáticas con la Santa Sede, orientadas a conseguir el reconocimiento de la Inmaculada Concepción de la Virgen como dogma de fe. Cuando Vázquez de Leca se vino de Roma a Sevilla en 1624, designó embajador en Italia a don Enrique Guzmán, que hasta entonces había sido agente real de la piadosa opinión. Allí fue nombrado también embajador de la Orden militar de la «Inmaculada Concepción de la Virgen María», en julio de 1626, después de haberla instituido Su Santidad, Urbano VIII, en 1624. Con el hábito de esta orden lo retrató Francisco Pacheco en sus «Adicciones a las pinturas sagradas». Fue autor de un tratado denominado «De Immaculata Virginis Conceptione», que no llegó a imprimirse.

Celebración del 8 de diciembre

En las décadas iniciales del siglo XVII, era pleno Barroco, existieron muchas dudas sobre la celebración del 8 de diciembre como fiesta de precepto. En la ciudad de Sevilla y todo su Arzobispado lo era. Por ejemplo, en 1617, el señor arzobispo concedió una indulgencia de cuarenta días a quienes oyesen misa durante la fiesta de la Inmaculada Concepción. Casualmente, el año 1619 coincidió el día 8 con el segundo domingo de adviento, tal como sucede hoy, por lo que surgieron indecisiones sobre la conmemoración de la Purísima aquel mismo día. El señor arzobispo mandó anunciar que sí se celebraría por haberlo acordado así el cabildo catedralicio, conforme a lo dictado en el Concilio de Trento. En los últimos días de noviembre de aquel 1619, publicó el maestro de ceremonias del templo Metropolitano, don Sebastián Vicente de Villegas, un opúsculo que justificaba la celebración litúrgica. En la Biblioteca Colombina se conserva un manuscrito que describe muy ricamente los ceremoniales de aquel periodo. En él pueden advertirse los múltiples matices propios de aquí con respecto a lo establecido por el ritual romano. Valga el ejemplo del antiquísimo baile de los seises. Es un testimonio escrito de gran valor referido al culto rendido a Dios en un templo que nunca tuvo rival en el mundo.

Inmaculada de Pacheco

Distinta es la versión iconográfica esbozada en aquellos años iniciales del efervescente fragor inmaculista a la posteriormente adoptada por el escultor Martínez Montañés, o el pintor Bartolomé Esteban Murillo. Entre las alteraciones más sustanciales figuran cuestiones de indumentaria y la disposición de atributos como la media luna. Tampoco figuraba aún representada la victoria de la Virgen sobre los querubines, como Reina de los Ángeles. Pisaba, más bien, una esfera terráquea oprimiendo al dragón o la sierpe pecaminosa. Fue en 1619 cuando el pintor Francisco Pacheco terminó su lienzo de la Inmaculada, en el que figura el poeta Miguel del Cid, autor de «Todo el mundo en general», por delante de la Torre del Oro y la propia Giralda. Los principales emblemas de aquella opulenta Metrópolis que tanto luchó por conseguir la aprobación de la fiesta de este 8 de diciembre, y que se mantuvo en guardia dispuesta a haber derramado sangre si hubiese sido necesario. Todo en honor de la pureza original de nuestra Madre, la Santísima Virgen María. Pura, Limpia, y Bendita.

Fuente: https://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-sevilla-principal-defensora-honor-maria-201912091533_noticia.html

 

BÉTICO Y VECINO DE LA GIRALDA

Julio Mayo

En las primeras semanas de 1962, coincidiendo con la disputa del derbi local al que hace referencia Joaquín Romero Murube en su artículo publicado el domingo 28 de enero, volvieron a registrarse en Sevilla nuevas lluvias torrenciales. Nuestros dos equipos militaban entonces en primera división. El encuentro se disputó en el campo del Betis que venció al Sevilla por tres goles a uno. En cambio, eran momentos de gran adversidad. Las inundaciones de la Vega de Triana y parte de la Alameda de Hércules, de los primeros días de enero de 1962, volvieron a traer el dramático recuerdo de la riada provocada por el arroyo Tamarguillo (25 de noviembre de 1961), y el accidente de la avioneta de la «Operación Clavel» (19 de diciembre). Después de aquello, se habían quedado más de 30.000 personas sin hogar. Los destrozos sacaron a la palestra las condiciones calamitosas en las que vivía un sector importante de la población sevillana, hacinada buena parte de ella en corrales de vecinos y suburbios de la ciudad. Sumemos a todo ello, los veintitrés muertos y el centenar de heridos del accidente de la «Operación clavel». Pues bien, ni la crudeza de aquella terrible catástrofe pudieron eclipsar la emoción, y la pasión, del partido entre los eternos rivales, ni impedir que se paralizase la vida de toda la ciudad. La calle, comentaba Joaquín Romero Murube, vivía única y exclusivamente para el fútbol. La actualidad que el escritor traía a su habitual sección de este periódico, tenía que ceñirse, obligatoriamente, al Betis-Sevilla. Un retrato sociológico de la Sevilla de aquel tiempo, que quedaba rendida ante el partido.

«Manque pierda»

El fútbol atraía la atención de todos por igual. Lo mismo de un albañil que del estudiante, el empresario, la monja o hasta el propio articulista. Por encima de un acontecimiento deportivo se había convertido ya en un evento de calado social. Joaquín Romero Murube se había declarado bético, públicamente, en reiteradas ocasiones. Nuestro diario ABC, publicó un número extraordinario, al cumplirse el 50º aniversario fundacional del Real Betis, en 1958, que contó con la participación del brillante articulista. «Por qué soy bético» es el título del trabajo en el que exalta la moral y fidelidad inquebrantables de los aficionados béticos. Tras las derrotas, el Betis arremetía con más entusiasmo y mayor alegría. No cabe duda de que aquella conducta sin desaliento era la que había dado origen al mítico grito de guerra: «¡viva el Betis, manque pierda!». Confiesa Joaquín Romero Murube que lo que le había seducido para sumarse a esta causa, que ya era un sentimiento vital, había sido la gran fe del equipo de fútbol y los muchos sevillanos que lo seguían. En aquel tiempo, el Real Betis Balompié había suscrito un convenio con el ayuntamiento (noviembre de 1960), mediante el que le adjudicaba el estadio municipal de Heliópolis. Fue a partir del acuerdo cuando el campo pasó a denominarse Benito Villamarín, nombre del presidente del club.

Entre las muchas y variadas lecturas de Joaquín Romero Murube se encontraban también las deportivas del diario «Marca». Conocemos este dato por la «Carta a un muerto vivo», que escribió en el año 1966, dedicada a su compañero de la revista literaria Mediodía, el magnífico poeta Juan Sierra, padre del futbolista bético «Quino». La reseña del ingenuo cronista deportivo, muy mal redactada, venía a decir algo así como que «el primogénito del llorado poeta sevillano, Quino, había marcado el gol de la victoria del Betis sobre el Málaga». Romero Murube se asustó por el empleo del adjetivo llorado y se puso en contacto, de inmediato, con allegados a la familia. Felizmente, descubrió que no habían fallecido ninguno de ellos, ni el padre ni el hijo de su amigo, y que todo se había debido al desacertado empleo expresivo del periodista deportivo.

Reloj de la Giralda

Este artículo tiene una segunda parte muy distinta a la del partido de fútbol al que hemos hecho alusión. La otra, está dedicada a la Giganta de Sevilla. Trajo a su tribuna callejera del diario este tema en el que casi no hubiese reparado nadie, pese a ser de gran interés público. Desde hacía ya algún tiempo, andaba algo desajustado el reloj de la Giralda. El mismo que gobernaba las horas de la ciudad. Pues vaya puntualidad, y menudo gobierno. Joaquín Romero Murube era vecino cercano a la torre catedralicia, que vivía en el Alcázar sevillano, por lo que toda su vida estuvo regida por los toques, solemnes y majestuosos, de la Giralda. Pero, sobre todo, por las horas pautadas desde el alto campanario. Muchas noches esperaba que dieran las doce, según contó a Fausto Botello en una entrevista radiofónica, para persignarse y dormir santificado, tal como le había enseñado su madre desde niño. Joaquín Romero Murube fue el mejor centinela que guardó a la Giralda. Protestó en algunos artículos por las interrupciones de sus campanas. Cuando llevaban algunos días sin oírse, denunciaba que era como dejar sin habla a la Dama más importante de Sevilla. Y en otro artículo, en este caso de 1966, lamentó que hubiesen apartado de la Giralda al relojero, don Rafael Torner, después de que los canónigos prescindiesen de sus servicios. Sus quejas sobre los desajustes horarios, no cayeron en saco roto. Algo tuvo que influenciar sobre los miembros del cabildo de la catedral, que aceleraron ciertas gestiones todavía pendientes por concretar. En la víspera de la festividad del Corpus de aquel mismo año de 1962, qué casualidad, se estrenó el nuevo sistema de electrificación de las campanas de la Giralda, que levantó el recelo de los defensores de los toques tradicionales.

Y con esta entrega, concluimos las líneas contextuales y biográficas que nos ha encomendado esbozar nuestro periódico, a lo largo de esta última semana, en memoria del escritor Joaquín Romero Murube, quien, además de redondear una producción literaria tan imprescindible para nuestra ciudad, se mostró como un gran visionario, capaz de desarrollar y provocar al mismo tiempo una cultura tan rica y amplia para Sevilla.

Fuente: https://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-betico-y-vecino-giralda-201911212338_noticia.html

JOAQUÍN ROMERO MURUBE, ARTÍFICE DE LA CUSTODIA DEL CARAMBOLO

Julio Mayo

Uno de los principales responsables de que el tesoro no saliese para Madrid, tras su casual hallazgo el 30 de septiembre de 1958, fue Joaquín Romero Murube, que estuvo entre las primeras autoridades competentes en acudir al escenario de los hechos, como máximo responsable del patrimonio en Sevilla. Le acompañó el profesor don Juan de Mata Carriazo y Arroquia, entonces Delegado del Servicio Nacional de Excavaciones. Ambos quedaron retratados en estas páginas visitando el yacimiento.

El descubrimiento se produjo en unos pequeños cerros del término municipal de Camas, conocidos como carambolos, a tres kilómetros de Sevilla y muy cerca de la antigua Itálica (Santiponce). Los terrenos eran propiedad de la Real Sociedad de Tiro de Pichón de Sevilla, que desarrollaba unas obras de ampliación de la pista. El albañil, Alonso Hinojo del Pino, rompió con el pico una vasija que se hallaba enterrada en el suelo.

Según la ley de 7 de julio de 1911 del Reglamento de excavaciones y antigüedades, la propiedad de todo el material descubierto tenía que pasar obligatoriamente al Tesoro Nacional. En virtud de esta disposición, lo que hizo el ayuntamiento sevillano fue solicitar la custodia de las piezas, al Ministerio de Educación Nacional, una vez que se hiciese cargo el Estado de ellas. Joaquín Romero Murube y los profesores universitarios de Arte, don José Hernández Díaz y don Antonio Sancho Corbacho, convencieron al marqués de Contadero para efectuar la negociación.

El 10 de octubre se expusieron en el Ayuntamiento todas las piezas, y el acuerdo de la comisión municipal permanente tuvo lugar en la sesión celebrada el 15 de octubre de 1958. El arqueólogo Fernando Amores alaba la heroica consecución. En su libro dedicado al estudio de la colección arqueológica municipal (2014), cataloga la gestión como verdadero acto de valentía «frente al aparato del Estado en pleno franquismo».

Al concluir la campaña de prospección se elaboró un detallado inventario de todo lo encontrado, que se elevó a escritura pública ante notario. Después, las joyas pasaron a depositarse, con grandes medidas de seguridad, en la entidad bancaria descrita por Joaquín Romero Murube en su artículo «La ironía de El Carambolo». La primera fotografía de las piezas reunidas la hizo Serrano para nuestro periódico, que la difundió el 11 de octubre de 1958, después de la presentación oficial. El traspaso del tesoro al Estado no se cumplimentó legalmente hasta el sábado 24 de febrero de 1962.

El acto de entrega se formalizó en el despacho de la alcaldía, donde el presidente de la Sociedad de Tiro de «El Carambolo» hizo entrega de las joyas al director general de Bellas Artes, don Gratiniano Nieto Gallo. Pero, realmente, era para depositarlas en el Museo Arqueológico. El ayuntamiento hizo constar en acta la petición de obtener el derecho de adquisición del tesoro al Estado. Hasta 1963, no concluirían las obras de reforma del pabellón de la plaza de América, donde Joaquín Romero Murube había propuesto que se instalara el museo en 1947, cuando ejercía como comisario para la Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (P.A.N.) en Sevilla.

El eminente medievalista, Mata Carriazo, refiere en su obra «Protohistoria de Sevilla (1980)» que pudo analizar la figurita pequeña de bronce que representa a la diosa Astarté, cuando paraba en manos de Joaquín Romero Murube, antes de ser llevada ya al Museo Arqueológico. La diminuta efigie, al parecer encontrada por otro obrero en el Carambolo, en opinión de don Juan, no correspondía al conjunto que nos ocupa por tratarse de una pieza de evidente importación. También pasó al mismo museo el conocido como «bronce Carriazo», tras ser encontrado en el Mercado del Jueves, pues representa a la divinidad fenicia Astarté, cuya gigante recreación luce ahora en la entrada de Camas como diosa de las marismas, muy cerquita de mi verdadero alhajamiento.

Defensor del patrimonio

Joaquín Romero Murube comenzó a desempeñar el cargo de comisario de la Defensa del Patrimonio Artístico Nacional en el área de Sevilla, en 1938, cuando todavía no había concluido la Guerra Civil. Su encomienda era la de obtener información detallada de todos los elementos patrimoniales que integraban el tesoro artístico de este sector. Luego, lo fue también para la zona occidental de Andalucía. En el año del hambre, 1940, mantuvo una intensa actividad en esta comisaría. Entre sus actuaciones pueden destacarse la remodelación del Museo de Bellas Artes, cuyo edificio mejoró con el traslado de la portada barroca de la desaparecida iglesia a la parte de su fachada, como luce hoy. Además, consiguió que el ayuntamiento arreglase la plaza delantera.

Itálica

En febrero de 1940, comunicó al director general de Bellas Artes su propósito de trasladar la sección de arqueología a la plaza de América. Se preocupó muchísimo por el estado de las ruinas de Itálica. Precisamente, a finales de 1940, se descubrió la Venus, después de que el alcalde de Santiponce pusiera en conocimiento de Joaquín que había parecido en un corral de su pueblo «una muñeca de mármol, muy grande y en cueros». Aquella anécdota la recoge en su libro sobre Francisco de Bruna y Ahumada (1964), en el que ha dejado magistralmente narrada la mañana que apareció una de las esculturas más bellas que se conservan en el Museo Arqueológico. Hasta los gastos del levantamiento y traslado de la estatua tuvieron que correr por cuenta suya, debido al escaso fondo con el que contaba la comisaría.

Aquellos años en los que se encargó de la Delegación de Patrimonio, simultaneándolos también con la concejalía de Fiestas, consiguió traer de Madrid los tapices de la conquista de Túnez y el cuadro de la Virgen de los Mareantes para el Alcázar. Hizo las gestiones para la recuperación del cuadro de Santa Isabel de Hungría, pintado por Murillo, que se habían llevado los franceses de la iglesia de la Caridad a Madrid, e impulsó la creación de la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla.

Fuente: https://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-joaquin-romero-murube-artifice-custodia-carambolo-201911180737_noticia.html

EL RELOJ DE LAS CASAS CONSISTORIALES DE ÉCIJA

Por Juan Méndez Varo

Todo hace proveer que en fechas próximas se van a llevar a cabo el reinicio de las obras del edificio municipal (hay que recordar que ha estado más de diez años  cerrado y apuntalado) nos ha movido pararememoraralgunos datos históricos que pueden ser de interés.

El edificio que data del siglo XIX no tenía las dimensiones apropiadas para ejercer las funciones pertinentes puesto que compartía la estancia con la antigua cárcel. Estas dependencias se comunicaban mediante una puerta falsa y a la cárcel se accedía por la calle del Conde, hasta que ésta fue trasladada a un edificio situado en la Plaza de Puerta Cerrada.

Posteriormente, se fueron anexionando sucesivamente diversos edificios hasta invadir casi totalmente la manzana delimitada por las Plazas Mayor y Santa María, y las calles Mandobles y del Conde. El resultado fue un conjunto caótico que exigía una remodelación total: una vez más es el arquitecto provincial Balbino Marrón el encargado de realizar el proyecto bajo un esquema de fachada clasicista. Debido a dificultades presupuestarias y de adquisición de las casas colindantes, las obras se paralizaron en diversas ocasiones.

La conclusión definitiva de las obras tuvo lugar en los años ochenta del siglo XIX. Para llevar a cabo la ampliación de las Casas Consistoriales fue necesario adquirir a María Dolores Baillo y Justiniani, vecina de la villa de Campo de Criptana, una casa de tres plantas, comprendida entre el centro de la fachada principal y el salón de sesiones con una superficie de 46 metros cuadrados. La compra por precio de 6.500 pesetas se lleva a cabo en ejecución de un acuerdo plenario presidido por el alcalde Pablo Coello y Díaz, de fecha 23 de mayo de 1887  que se materializa mediante escritura pública autorizada por el notario de Écija, don Manuel García de Soria.

Las obras de la última fase de la fachada fueron adjudicadas en subasta pública celebrada el 21 de julio de 1887, a Joaquín María Muñoz Escalera, por 23.493,64 pesetas, pactándose como duración de las mismas cuatro meses a partir del otorgamiento del documento público notarial en el que se dice «que las obras se ejecutarán en todo a las formas y condiciones de las ya construidas con anterioridad puesto que son una continuación de las mismas».

Cuando ya se completaban las obras y se concluyó el templete que corona la fachada principal de las casas consistoriales, en un medio escrito local  se podía leer: “creemos que el municipio debiera comprar un reloj para la misma, pues el que existe solo anda a fuerza de las continuas visitas del señor Galisteo”.

Las primeras noticias que tenemos del actual reloj nos viene de la  sesión plenaria  celebrada de 19 de marzo de 1888 y que estuvo presidida por  alcalde Pablo Coello y Díaz. En ella se dio lectura a una proposición que a la corporación dirige José Oliva, relojero constructor, establecido en la capital de la provincia, obligándose a “facilitar y colocar  en este edificio un reloj de los llamados de torre por la cantidad de 3480 pesetas, el cual ha de tener cuerda para 30 horas, con movimiento de sonería para dar las horas y medias horas y repetición de las primeras las ruedas primeras de bronce con diámetro de treinta y dos a  treinta y tres centímetros, esfera con molduras dorada, de un metro cuarenta centímetros de diámetro, de cristal grueso de una de espejo, campana de bronce de 300 kilos de peso y accesorios que detalladamente consta en la indicada proposición”.

Tres meses después, es decir en la sesión  celebrada el 4 de junio de 1888) se leyó una instancia del mencionado José Oliva con quien se tenía contratada la construcción y colocación  del reloj en la que  expone “la campana al efecto construida tienen 402 kilogramos o sea, 102 kg más de los que tiene obligación de facilitar, por lo que ruega  a la corporación si aceptándola está dispuesta a abonar la suma de 357 pesetas que es el valor del indicado aumento. La municipalidad atendiendo  a las notables condiciones de dicha campana acordó aceptarla y que la mencionada cantidad de 357 pesetas sea satisfecha con cargo al capítulo de imprevistos por no ser bastante el crédito presupuestado para formalizar este gasto y los demás relativo a la reforma de estas casas consistoriales

Por otra parte, el reloj que debía coronar las Casas Consistoriales llegó por ferrocarril a Écija un viernes del mes de junio de 1888. Con ello se ponía fin a las obras de la fachada principal. La expectación de la población fue enorme toda vez que según se leía en El Cronista Ecijano, «el reloj es de lo mejor qué se conoce, siendo todo el engranaje de las ruedas de bronce. La esfera es de cristal de una sola pieza. Mide 1,40 metros y la campana es de buen timbre y las horas que marque se han de oír en todo el recinto de la ciudad».

El reloj y su campana se encontraban ya instalados el 24 de junio de 1888. Por la información recogida en la prensa de la época, las pruebas no fueron del agrado de los ecijanos ya que defraudó todas las expectativas que se habían suscitado. Es el mismo medio local el que se lamentaba de ello señalando que”el sonido de la campana es algo opaco, bien por la oscilación de ella, por el martillo o por no ser de buena calidad, cosa que no podemos precisar por ser incompetente en el asunto pero lo cierto es que no se oye las más de las veces desde los mismos alrededores de la Plaza y cuyo defecto ha de corregirse”.

Este medio local concluía con el siguiente tenor: «De todos modosdamos la enhorabuena al Ayuntamiento por las mejoras llevadas a cabo y continúe por ese camino, que es el que debe servir de norma a todo munícipe»1. El tema quedó zanjado con la llegada a Écija del técnico en estas materias, el citado José Oliva, quien graduó el golpe del martillo de la campana, quedando el reloj a plena satisfacción de la población. Si bien el contrato para la construcción y colocación  del reloj se firmó con el sevillano José Oliva,  éste relojero no fue  el quie la construyó y de ello da fe la inscripción que existe en la campana y que haremos referencia más adelante.

Como ya se sabe la campana del reloj fue desmontada y trasladada a las naves municipales a la espera de las obras de rehabilitación. Aprovechando su traslado a las referidas naves y al estar la campana en el suelose hizo un reportaje gráfico que nos ha dado la oportunidad de comprobar que la misma tiene la siguienteinscripción:“Ayuntamiento presidido por Don José Coello y Díaz.  Écija 1888. La hizo Juan Japón. Sevilla”.

Esperamos que a la conclusión de las anheladas obras del Ayuntamiento de Écija volvamos a oír los toques de la popular campana del relojy que  pueda ser escuchada con gran satisfacción de la población.

 

1 Archivo Municipal. El Cronista Ecijano 24junio 1888. Número 331.

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