ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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EL SAN JOSÉ DEL ESCULTOR DE DIOS

0658En el 400 aniversario de la hechura del San José con el Niño del convento fontaniego de los mercedarios descalzos

Desde 1598, doña Aldonza de los Ríos, viuda de don Álvaro de Guzmán y Fuentes, IXº Señor de Fuentes, venía promoviendo la fundación de un convento de religiosos descalzos en la villa de Fuentes, tarea que no fue nada fácil, pues a pesar de las oportunidades que se prestaban, las diversas congregaciones a las que se les propuso no consideraron la oferta apropiada. Tras desistir, años más tarde se retomó el proyecto, uniéndose la necesidad de religiosos que tenía Fuentes para prestar confesiones y auxilios espirituales.

Por fin, el día antes de la Magdalena del año de 1607 llegaron a Fuentes cuatro religiosos recoletos mercedarios para tratar la posible fundación: fray Luis de Jesús María, que más tarde sería Provincial de la Orden, fray Miguel de las Llagas, fray Alonso de la Concepción y el hermano lego Cosme, llegándose a un acuerdo de establecimiento y haciéndose efectiva la fundación con fecha de 14 de agosto de 1607, quedando concretado el establecimiento, quedó también fijado el lugar destinado para la construcción del convento, que serían unas casas cercanas a la Iglesia Parroquial propiedad del hidalgo don Juan de Alcocer, viudo y padre de la religiosa carmelita María Farfán, recibiendo el cenobio el título de San José, esposo de la Virgen, tras varias opciones.

0659Los frailes tomaron posesión de la casa con el fin de acoger enfermos y transeúntes, con la condición de no ser convento hasta no contar con las rentas suficientes y la oportuna licencia de la autoridad eclesiástica.
Establecidos en la villa, y no con pocas adversidades, el 10 de julio de 1608 el Santísimo era depositado en el nuevo cenobio, abriéndose solemnemente la casa de los PP. Mercedarios de Fuentes de Andalucía, undécimo convento de la Reforma en España, bajo la dirección de fray Miguel de las Llagas. Ante las reducidas dimensiones de la casa, el sermón tuvo lugar en la Iglesia Mayor a cargo del padre fray Luis de Jesús María, y al término de la Misa, el Santísimo fue traslado en la custodia en procesión desde la Iglesia hasta el naciente cenobio, así como fue llevada a hombros la imagen de Nuestra Señora de la Merced que había permanecido en la Parroquial desde que en 1607 había sido traída del Convento de Sevilla, donde la llamaban “La Hermosa”, donada por el Padre maestro Fray Hernando de Rivera, entonces provincial, muy amigo del Marqués de Fuentes.

0660En 1610, con fray Alonso de la Concepción como superior de la Comunidad, se inician las obras, comenzándose a levantar el templo actual cuya construcción se alargó en el tiempo, pues en la década de 1660 aún seguían sin capilla mayor. El edificio se remodeló durante el primer tercio del XVIII, culminándose con la ejecución de la torre y de la destacada fachada.
El padre Alonso era natural de Fuente de Cantos, en Extremadura, y había sido elegido comendador del cenobio fontaniego el 8 de mayo de 1610 en el Capítulo Provincial de los Mercedarios Descalzos celebrado en Écija en la fecha expresada. Dejando su apellido de Cárdenas, paso a llamarse fray Alonso de la Concepción, siendo «uno de los primeros que se descalzó al empezar los Recoletos a fundar en la provincia de Andalucía. Fue gran predicador y de espíritu muy fervoroso, y con su sólida doctrina y moción en sus sermones convirtió a muchísimos pecadores. (…) y era vulgarmente conocido por el Padre de los anteojos, porque siempre los llevaba puestos. Escribió la vida de la venerable sor Juana de Cristo, religiosa terciaria mercedaria descalza» .
Fray Alonso, como quedará demostrado en adelante, sería una pieza clave para la trama que nos ocupa, y que las circunstancias particulares del hecho y el tiempo lo han convertido en un personaje histórico con un papel propio dentro de la vida y obra del genial Juan de Mesa.

Y es que con el inicio de las obras de la nueva iglesia en los primeros años del establecimiento de los frailes en Fuentes, el comendador emprendió las tareas para el encargo de una efigie del titular del convento, San José, llevándole la Providencia hasta el desconocido taller del más destacado discípulo del extraordinario escultor Juan Martínez Montañés: Juan de Mesa y Velasco. Un encargo que convertiría al fontaniego grupo escultórico de «San José con el Niño de la mano» en la primera obra documentada de Mesa, y de cuya hechura, en este año 2015, se vienen a cumplir cuatro siglos.
Juan de Mesa, durante siglos olvidado, se ha convertido en uno de los más importantes escultores de la España del siglo XVII. Varias de sus imágenes más conocidas, aquellas especialmente destacables y muchas veces objeto de la mayor devoción popular, fueron atribuidas a su maestro, el afamado Martínez Montañés. No fue hasta ya avanzado el siglo XX cuando algunos historiadores del arte comenzaron a desvelar los primeros datos sobre sus obras, al localizar algunos documentos firmados por el artista identificando así varias de sus tallas en el fondo de Protocolos Notariales que se conserva actualmente en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla.

0661Juan de Mesa y Velasco (1583-1627), nació en Córdoba en el seno de una familia de maestros pintores y en junio de 1606, con veintitrés años, logró entrar de aprendiz de escultor imaginero en el taller que tenía Juan Martínez Montañés en la universal y próspera Sevilla del siglo XVII.

En 1613 contrae matrimonio, residiendo en la collación de San Martín, y en torno a 1615 es cuando se estipula que se independiza e instala su propio taller, que mantiene hasta su prematura muerte en 1627, ocurrida posiblemente víctima de la tuberculosis.

Entre su abundante producción, se pueden citar tallas de inmenso valor escultórico y devocional en la ciudad hispalense como el Señor de Sevilla -Nuestro Padre Jesús del Gran Poder-, el crucificado del Amor, el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de los Estudiantes o el de la Conversión del Buen Ladrón de la cofradía de Montserrat.

0662Según la documentación, fue el 9 de octubre de 1615, cuando Juan de Mesa se compromete con el padre fray Alonso de la Concepción, comendador del convento mercedario fontaniego, a realizar la hechura de un San José con el Niño Jesús de la mano, cuya carta de pago se firma a 23 de mayo del año siguiente, ascendiendo su coste total a 70 ducados.

Sin embargo, se tiene conocimiento de que la talla fue entregada a los mercedarios a finales de noviembre de 1615, como se refiere en el documento contractual, y que, asimismo, Mesa había adquirió el 15 de febrero de 1615 tres trozos de madera de cedro para ensamblarlos e iniciar el trabajo . Es probable que existiera un contrato verbal entre los dos personajes antes de la firma oficial del documento; de ahí la premura en la ejecución de la obra, la cual debía hacer íntegramente de su mano.

«(…) como por la pressente me obrigo de haser un san Josefe con un niño Jesus de la mano de escultura de madera de cedro que a de tener el santo siete quartas y media de alto y el niño Jesus una bara de largo poco mas o menos lo que ubiere menester confforme a la buena correspondencia encima de una peana (…) y el niño ambos encima de una peana con su (…) y asujetado y con sus diademas todo hecho bien hecho y acabado con toda perffecion de buena escultura a bista de officiales que entiendan y al contento e satesffacion del dicho padre comendador y de los religiosos del dicho convento el qual dare acavado de la forma suso dicha para que se puede conformar el ultimo dia del mes de noviembre que biene deste año de seiscientos e quinze y por preçio de la madera e manufatura y las demas cossas que e de poner en lo suso dicho se me an de dar e pagar setenta ducados (…)» .

Trasladada hasta Fuentes, la nueva talla pasó a presidir la naciente iglesia de los mercedarios, cuyas obras se prolongaban en el tiempo, extendiéndose hasta bien adentrado el siglo XVIII.

0663En 1737 las obras de mayor envergadura de la Iglesia de San José ya habían finalizado, y aunque la decoración de las capillas continuó a lo largo de la centuria, en septiembre del citado año se consagró el templo con tres días de funciones, en los que «con la mayor solemnidad y sermones», se ocuparon en la bendición del edificio, la colocación del Santísimo Sacramento y la dedicación del templo. A los actos acudió el Cabildo secular de la villa, que correspondió con la entrega de 500 reales de limosna para correr con los gastos del último día de las celebraciones.

Dos décadas más tardes, en 1758, la comunidad mercedaria contrató con el maestro ecijano, afincando en Sevilla, Martín de Toledo el retablo de la capilla mayor de la iglesia, obra que culminó en 1760 , pasando las efigies de San José y el Niño a ocupar el ático del retablo. La talla, que fue contratada con Juan de Mesa sin estofar ni encarnar, fue posiblemente policromada en el siglo XVIII antes de su instalación en el nuevo altar, aunque se ha de hacer constar que el conjunto escultórico ha llegado a tener dos policromías distintas.

En este emplazamiento -zona superior del retablo-, se situaron las dos imágenes hasta mediados del siglo XX, desconociéndose los motivos por los que el 21 de junio de 1947 fueron descendidas bajo la dirección del perito aparejador José Esteve Guerrero , pasando la imagen sedente de la Virgen de la Merced a ocupar el espacio vacante. Una actuación que vino a coincidir con la presencia en Fuentes de los autores del Catálogo Arqueológico y Artístico de la Provincia de Sevilla que trabajaban en su confección.

Esta acción tendría unos efectos sumamente importantes para las imágenes que nos ocupan medio siglo después. La madrugada del 31 de enero de 1997, parte de la cubierta y bóveda de la capilla mayor de la Iglesia de San José se desprendieron, destrozando toda la parte alta del retablo y dañando gravemente a la imagen de la Virgen de la Merced que ocupaba el ático, salvándose de la desgracia patrimonial las valiosas tallas de San José y el Niño, que ocupaban la hornacina central del retablo.

En 2001, las tallas fueron sometidas a un estudio radiológico y restauradas por Fátima Bermúdez-Coronel García de Vinuesa, a petición de la Comisión para la Restauración de la Iglesia del Convento de San José, con cargo a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

La imagen de San José mide 155 cm, y la del Niño 85 cm, estando descriptas en la ficha técnica del catálogo de Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico como un “conjunto escultórico de gran calidad artística, (…), de cierto clasicismo en las formas, que recuerda al estilo de su maestro Martínez Montañés. La expresividad gestual y corporal intensa, aunque no crispada, parecen anunciar el estilo de algunas piezas magistrales como el Cristo de la Buena Muerte de la Universidad de Sevilla. La policromía del siglo XVIII, altera y rebaja la calidad de la pieza, nuevamente alterada por restauraciones” del siglo XX.

San José y el Niño; una obra que durante siglos ha estado postergada con indiferencia de propios y extraños y que forma parte de las mejores páginas de la imaginería en la historia del arte.

Que este cuarto centenario de su hechura nos haga ahondar en su estudio, historia, difusión para un mayor conocimiento por todos y puesta en valor, aún más si cabe.

Una verdadera joya, de la que gozan los fontaniegos, salida de las gubias del mismísimo escultor de Dios.

Francis J. González Fernández
www.fuentedelareina.blogspot.com

SEVILLA, LA OTRA CAPITAL REAL DE ESPAÑA

0652Auge y declive del mito de los Montpensier (1848-1895)

En una España donde la centralidad política y cultural se encontraba instalada ya en Madrid, acaparaba Sevilla, sin embargo, toda la atención religiosa y festiva de los medios de comunicación de la época, de muchos escritores, bastantes viajeros y hasta de un incipiente turismo que comenzaba a despertar por aquellos años intermedios del siglo XIX. Y no por el boato de las celebraciones litúrgicas de la catedral hispalense, indudablemente entre las mejores del país, sino por el modo de celebrar su Semana Santa, la multitudinaria participación del pueblo en las procesiones y el atractivo patrimonio de sus cofradías, que le otorgaban a Sevilla una personalidad única. A mediados de siglo, doña María Luisa Fernanda de Borbón, hermana de la reina Isabel II, decidió venirse a Sevilla con su marido, don Antonio María de Orleáns, duque de Montpensier (1824–1895), e instalaron en el palacio de San Telmo una corte distinta a la de Madrid, con la que rivalizó en pomposidad, devolviéndole así a Sevilla su papel de vieja sede monárquica. A los ojos de cualquiera, este matrimonio, con derecho sucesorio al trono español, hizo vida de auténticos reyes, aún sin serlos, en una corte que tampoco llegó a ser oficialmente la real. Hoy se les atribuye a los Montpensier haber propiciado una «reinvención» de nuestra Semana Santa y haber introducido una genuina impronta estética, pero poco se habla de la protección política que ofrecieron a nuestras corporaciones religiosas, y menos debate aún ha creado la indiferencia que algunas otras hermandades, y un cierto sector elitista de la sociedad sevillana del momento, mostraron hacia Sus Altezas, una vez que perdieron influencia y la posibilidad definitiva de poder llegar al trono.

Desde que vinieron a Sevilla en 1848 se ganaron la simpatía de todo el pueblo sevillano. Un documento del Archivo de la Catedral revela la preocupación por contener a la muchedumbre que iba a procurar beneficiarse del reparto de pan, dispuesto a las afueras del templo catedralicio, a principios del mes de septiembre de 1850. Sevilla era para los duques un escenario idóneo donde poder desarrollar su proyecto político. Aspiraban a reafirmar la institución monárquica en España, como el sistema de gobierno que mejor favorecería la preservación de las tradiciones y a la religiosidad popular, ante la enorme inestabilidad política del momento. Esto es, una monarquía nueva y renovada, distinta a la de Isabel II, que había permitido al liberalismo sacar adelante leyes anticlericales, como las expropiaciones desamortizadoras. Recordemos que estas medidas habían provocado en la ciudad el cierre de la mayoría de los conventos masculinos, algunos femeninos, y la confiscación de bienes a las cofradías. Un ambiente enrarecido que vino a amortiguar, en el terreno cofradiero, el papel protector y benefactor de los augustos señores. En muchas ocasiones ofrecieron, sobre la marcha, soluciones legales a nuestras hermandades. Su apoyo resultó más que suficiente para que estas entidades lograran obtener el beneplácito de las autoridades eclesiásticas y pudieran llegar a desarrollar su vida corporativa sin cortapisas y cumplir sus estaciones penitenciales. Gracias al tutelaje de los Montpensier, algunas de nuestras hermandades consiguieron la aprobación de sus Reglas, y con ello adquirieron la legalidad preceptiva para su funcionamiento, después de que viniese peligrando incluso la existencia muchas desde que, a finales del siglo XVIII, lo hubiese decretado así Carlos III. Dos ejemplos muy dispares nos revelan con qué necesidades tan distintas utilizaron las hermandades a los infantes aquí en Sevilla. En la hermandad del Gran Poder fueron recibidos como «hermanos y protectores» el 28 de diciembre de 1848, mientras que la de la Carretería los proclamó «hermanos mayores perpetuos», el 12 de abril de 1849. Y no se trataba de un nombramiento honorario, sino efectivo, correspondiéndole ya luego a la hermandad elegir entre sus cofrades al teniente de hermano mayor.

La Semana Santa de los Montpensier que no dejó escrita Bermejo

A partir de la revolución de septiembre de 1868, se abrió una etapa distinta en la vida de los duques en su relación con la ciudad. Después de aprobarse la Constitución de 1869, don Antonio de Orleáns, tuvo incluso que llegar a exiliarse momentáneamente de Sevilla. Comenzó a perder crédito y resultaba conspirador, desleal y traicionero. Don José Bermejo y Carballo silencia en su libro Glorias religiosas de Sevilla (1882) muchas de las actuaciones de los notables bienhechores. En el Archivo de Borbón-Orleáns consta documentalmente cómo el propio Bermejo, siendo mayordomo de Pasión, se apresuró a acudir al palacio de San Telmo en 1851 suplicando limosnas para «un vestido bordado para San Juan que no desdiga los del Señor y la Virgen», además de los 320 reales de vellón que anualmente se entregaba como limosna para la Novena. Deja de contar en su obra que los duques fueron hermanos mayores de Pasión y otras hermandades como Montesión, Montserrat, etc. Alude con ligereza que sí llegaron a serlo de la Carretería, aunque sin precisar mucho más. En el capítulo dedicado a la Soledad de San Buenaventura, Bermejo deja de subrayar las ayudas que prestaron, tanto a la hermandad, como a la realización de la Dolorosa, tallada por Gabriel de Astorga en 1851. En cambio, cuando la donación partía de la esposa de Orleáns, sí opta por introducir la reseña. Es el caso del vestido y manto bordado que regaló Luisa Fernanda a la imagen de gloria de Nuestra Señora de la O de Triana (1853). Esta actitud de Bermejo contrasta sangrantemente con la de Félix González de León –al que Bermejo desacredita varias veces en su estudio–, cronista que dedicó su Historia de las Cofradías (1852) a los «Serenísimos señores Infantes, los Duques de Montpensier» por haber «reanimado las cofradías de esta ciudad, levantando a algunas casi de la nada».

JULIO MAYO
HISTORIADOR E INVESTIGADOR ESPECIALIZADO EN RELIGIOSIDAD POPULAR

CERVANTES EN UTRERA

0627

A ciencia cierta conocíamos muy poco sobre la visita del escritor Miguel de Cervantes a Utrera a finales del siglo XVI, cuando contaba con 46 años de edad. Gracias al hallazgo de varios documentos, uno de ellos curiosamente otorgado por él mismo -y en el que figura estampada su firma- en mesón utrerano, se descubren ahora algunos de los hombres de la red de colaboradores que ayudaron al Manco de Lepanto, en 1593, a acometer la laboriosa empresa de acopiar granos por los pueblos de Sevilla, para los barcos de la Armada Española. En la revista Vía Marciala de Utrera publicamos un artículo que contextualiza la significación de estos documentos que hemos encontrado y las luces que reportan a la vida profesional y literaria del genial autor del Quijote.

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En el caso del aceite, nuestro término municipal tenía, de igual modo riquísimas haciendas de olivar cuajadas de olivos, así como con numerosas almazaras de aceite distribuidas, tanto fuera, como dentro del propio núcleo urbano. Había sido facultado el escritor, el anterior año de 1592, para recabar una importante cantidad de arrobas por distintas localidades del reino de Sevilla, como Écija, Arahal, Marchena y también, por supuesto, Utrera, por lo que Cervantes terminaría adquiriendo aquí un suculento número de arrobas del zumo de la aceituna para la despensa de las galeras. Muy posiblemente todas estas transacciones referentes al aceite pudiera haberlas realizado Cervantes durante aquellos días de la cuaresma de 1593, en los que estuvo por este lugar, pues se tienen noticias del acopio de aceite gracias a la liquidación de sus cuantías, fechada el 8 de julio de 1593. Tampoco debiéramos descartar que para el asunto concreto del aceite ni tan siquiera llegase a venir personalmente a Utrera y se hubiera valido para cerrar los tratos, supuestamente, de corredores o terceras personas.

 

La Utrera de Cervantes: Una «Sevilla Chica» en la Vereda de la Armada

Encaja a la perfección en la vida andariega de Cervantes, y en la de una persona como él, que llegó a ser encarcelado por diversas irregularidades, aquella Utrera de fines del siglo XVI, que tanto remedaba a Sevilla, hasta en el nombre de algunas de sus calles, auténtica vanguardia de los pueblos más prósperos del reino de Sevilla. Era una agrovilla plagada de curas, frailes, monjas, parroquias, iglesias y conventos, ligada al ejército a través de la Caballería y de la Armada. Disponía de un caserío urbano bien construido, de arquitectura renacentista, y un vecindario elevado, con amplia representación de todos los estamentos sociales. Pero no era oro todo lo que relucía. Frente a los linajes de alta alcurnia y ricos hacendados, convivían muchos jornaleros con serias dificultades para sobrevivir, además de un segmento de población marginal. Unos arrabales nuevos fueron los que acogieron este sector tan variopinto (mendigos, esclavos, negros, moriscos, gitanos, forasteros, etc.). Riqueza y esplendor frente a sufrimiento. En el centro bullía un permanente trasiego de gente que se desvivía por encontrar esa oportunidad que su cuna o su condición social le había negado. Todo este tránsito que se despierta en una villa de paso, como ésta, favorecerá una notable actividad comercial. Aquella Plaza del Bacalao –hoy Enrique de la Cuadra–, donde estaba el Cabildo municipal, acogió las pescaderías, así como otras tiendas y puestos efímeros por la calle, sumergida en una vida intensa de mercaderes y comerciantes. No sólo había áreas marginales, sino que, sobre todo, fue una villa en formación con habitantes de procedencia dispar que se distinguía por hospedar a viajeros que van y vienen al Nuevo Mundo. Todo este movimiento humano, no sólo favoreció la actividad mercantil, sino que también edificó una sociedad que dio a luz a talentos de la altura intelectual de Rodrigo Caro. La entrada y salida de tantas personas, que pasaban por este camino hacia América, posibilitó que creciese el fenómeno devocional de la Virgen de Consolación y acabase por encumbrarse entre las expresiones de masa más multitudinarias del Barroco andaluz. Miles de romeros y peregrinos venían a visitar la milagrosa imagen y en torno a su ermita y convento se apiñaba un inmenso gentío que, en las explanadas del Real, participaba de un animadísimo mercado cualquier día del año. El reclamo de Consolación no hubo de pasar inadvertido para el autor del Quijote por todas las connotaciones, sociales, culturales y económicas que hubo de reunir aquella ambientación tan propicia a la suscitación de la picaresca y el pecado. No olvidemos que Cervantes ha sido uno de los mejores retratistas de estas estampas que también formaron parte de la sociedad española de ese momento.

 

Puede decirse que aquella Utrera del reinado de Felipe II conectó bien con ciertos ideales cervantinos, representados por la ensoñación que el español de la época tenía por la fama, la riqueza, la nobleza y los placeres mundanos, entre otras razones, porque las calles de nuestro pueblo acogían hombres y mujeres que se aventuraban a ir a América para cumplir con el sueño de convertirse en ricos para siempre. Utrera contaba, además, con el encanto añadido de encontrarse situada en el camino de Sevilla hacia los puertos gaditanos, a los mismos pies de la Vereda de la Armada. Recordemos que don Miguel desarrolló gran parte de su comisionado real localizando provisiones de abasto por lugares relacionados con el trazado de esta vía. A los multitudinarios viandantes del camino hacia Cádiz, se añadía el acercamiento al interior de la localidad de muchos de los contingentes militares que empleaban esta vereda para alcanzar los puertos.

 

Lugares cervantinos de Utrera

Con los datos que hasta la fecha hemos podido reunir, los enclaves locales cervantinos documentados, en los que principalmente se desenvolvió Miguel de Cervantes, cuando pisó nuestra tierra, fueron principalmente:

MESÓN DE FELIPE DE ROJAS

Uno de los documentos estudiados en este artículo desprende ese sabor clásico de situar a Miguel de Cervantes en un mesón de Utrera, otorgando un poder notarial a un arriero que se encargarse de acarrear el trigo hasta los puertos gaditanos. Aún desconocemos exactamente la ubicación de este mesón, aunque no deberíamos descartar que se encontrase en las inmediaciones de los paredones del Castillo, o en la actual Plaza de Santa Ana, en confluencia con la Fuente Vieja, cerca de las oficinas del Banco Bilbao Vizcaya (Trasplaza del Altozano). No cabe duda de que los tratos solían cerrarse donde se tomaba vino, ya que los despachos resultaban poco idóneos para culminar un acuerdo de esta índole. Por esta sencilla razón, el mesón significa para el escritor un espacio existencial, en el que el hombre en camino, que está de paso, realiza su trabajo administrativo. Es de suponer que, cuando Miguel de Cervantes se alojó en este mesón, tuvo que venir acompañado de una comitiva no pequeña. Sabemos que las autoridades de la Casa de la Contratación lo apoderaron para poder entrar en los pueblos con vara alta de justicia, ir acompañado de un ayudante y de Juan Sáenz de la Torre, maestro bizcochero de Sevilla[1]. No tiene nada de extraño que, además viniesen escoltándolos algunos soldados de la propia Armada, por lo que todo el séquito, aparentemente, terminaría siendo huésped del establecimiento. En el siglo XVI, aquellos mesones solían contar incluso con un corral en el que se representaban comedias de cómicos bien picantones. Utrera formaba parte en aquellos días del circuito de las mejores representaciones que triunfaban en la capital. El mesón significa para Cervantes un utilísimo espacio de creación literaria. Como comisario de abastos, supo compaginar sus actuaciones burocráticas con su vocación de escritor. No olvidemos que Cervantes recrea en su obra muchas de las vivencias que experimentó recorriendo caminos, pueblos, mesones y ventas negociando con ricos hacendados, conviviendo con hidalgos, tratando a pobres y maleantes, etc.

 

PRIMITIVO AYUNTAMIENTO DE UTRERA (Oficina de Turismo)

En la antigua plaza del Bacalao, actual plaza Enrique de la Cuadra, se hallaba emplazada la casa consistorial del Cabildo, Regimiento y Justicia de Utrera. Hoy quedan vestigios de aquel primitivo edificio, como la puerta de acceso situada junto a la Oficina de Turismo, ubicada sobre el solar del antiguo Bar Limones. En aquellos tiempos, presidía la corporación municipal un Teniente de Asistente que nombraba el Ayuntamiento de Sevilla, pues Utrera era una tierra dependiente de su capital. Integraban la corporación municipal dos alcaldes y un nutrido grupo de regidores. Muchos de los cargos lo poseían, comprados, a perpetuidad, algunas familias adineradas que solían desempeñarlos o bien alquilarlos a aquellas personas que tuvieran interés en ocupar dichos cargos. Debido a la consabida fertilidad de la campiña, así como a la bondad y riqueza del extenso término, Utrera era uno de los lugares elegidos por las autoridades de la Casa de Contratación en la aportación de trigo y aceite para las galeras. Hemos visto cómo en 1593, cuando vino Cervantes se repartió entre los agricultores un total de 1.500 fanegas. Pues bien, el año anterior de 1592, curiosamente había sido unas 1.000. En uno de los cabildos celebrados a inicios de septiembre de aquel 1592, en vísperas de las fiestas de Consolación, se leyó una carta enviada por el proveedor general ordenando que «esta villa de para el servicio de su Majestad y de sus galeras 1.000 fanegas de trigo por este año. Acordaron que las 1.000 fanegas de trigo se repartan entre los vecinos de esta villa que tienen trigo para ello»[2]. Entonces era alcalde precisamente Alonso Jiménez Bohórquez, con quien refirió luego Cervantes, en 1593, tener concertado que debía extraerse las 500 fanegas de trigo. Todos estos asuntos que se debatieron en el Ayuntamiento tuvo en los concejales de entonces a muchos protagonistas que hubieron de relacionarse con don Miguel, sin que sea nada descabellado pensar la concurrencia reiterada del genial escritor al edificio consistorial. Si no fue al Ayuntamiento, ¿dónde iba a ir?

 

PÓSITO Y ALHÓNDIGA MUNICIPAL (Edificio del antiguo Cuartel de Caballería)

En un aposento de titularidad municipal, refieren las actas de 1593 que estaban «encamaradas» las fanegas de trigo para el servicio de las galeras de su Majestad, por lo que es muy factible que Miguel de Cervantes visitase las dependencias del Pósito y Alhóndiga municipal que, en aquellos años, se hallaban emplazadas tras el edificio de la Plaza de Abastos (ubicado en la glorieta de la plazuela del Cuartel y aledaños), que acogió hace ya unas décadas el cuartel de la Guardia Civil, y que desde el siglo XVIII había estado dedicado a cuartel de caballería.

Encantos gastronómicos de Utrera exaltados por Cervantes

En plena conmemoración en este año del IV Centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote (1615-2015), no debe de extrañarnos que una persona como Cervantes, que recorrió tantos lugares, mesones y ventas, terminase promocionando las excelencias gastronómicas de cada enclave. Trigales y olivares fueron desde tiempo inmemorial una de las principales riquezas del agro local, tal como representa simbólicamente el escudo municipal, pero uno de los guiños más sobresalientes que Cervantes brindó a nuestra entonces villa fue resaltar el prestigio de un producto autóctono como la Rosca de Utrera. No era un alimento cualquiera. En su obra refiere que las famosas roscas abrían el apetito y eran muy estimadas en la mismísima cárcel de Sevilla, donde recreó a uno de sus presos deseando volver a Utrera para poder probarlas de nuevo. Estos elogios los inmortalizó don Miguel en su Rufián Dichoso, refiriéndose a ellas como «las blancas roscas de Utrera». Parece ser que las roscas eran mucho mejor que los bizcochos que se elaboraban para las galeras, y cuyo trigo se sacó también de aquí. Juan de Mal Lara hace ya mención de las roscas en su trabajo sobre el Recibimiento que hizo la ciudad de Sevilla a Felipe II, en 1571. Se come todavía la «Rosca Utrera», por carnaval, en el municipio de Herencia, provincia de Ciudad Real, punto asentado en el corazón de la Mancha. Igual que en el siglo XX el Mostachón se ha convertido en un rasgo definitorio y ha sido el principal símbolo gastronómico de Utrera, en el siglo XVI esta rosca adquirió un valor representativo tan universal que, gracias al producto alimenticio, el nombre de Utrera se hizo más célebre, y más gustoso, en el mundo entero.

 

Bibliografía

–ASENSIO Y TOLEDO, José María. Nuevos documentos para ilustrar la vida de Miguel de Cervantes Saavedra. Sevilla, 1864.

–ASTRANA MARÍN, Luis. Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra con mil documentos hasta ahora inéditos y numerosas ilustraciones y grabados de la época. Instituto Reus, 1956.

 


[1] Información proporcionada por el investigador José Cabello Núñez en su trabajo sobre la visita de Miguel de Cervantes a La Puebla de Cazalla en Actas de las Jornadas «Trigo y aceite para la Armada, el comisario Miguel de Cervantes en el reino de Sevilla», Diputación de Sevilla, 2014 (todavía en prensa).

[2] A.M.U. Sección I (Gobierno). Serie: Actas Capitulares. Libro número 34 (1591-94). Fol. 189. Cabildo celebrado el 3 de septiembre de 1592. Trigo y galeras.

EL ROCÍO: REINO DEVOCIONAL DE LOS MONTPENSIER

0611Cuando la Iglesia se hallaba postrada en el momento más decadente de su historia, a causa del anticlericalismo y las distintas desamortizaciones promovidas por las revoluciones liberales del siglo xix, la religiosidad popular entroniza a la Santísima Virgen del Rocío como referente principal de un culto de masas que celebra una fi esta de encuentro entre paisanos de distintos pueblos, sujeta a un programa de actos colmado de numerosos ritos de la cultura de Andalucía. Con el secreto de este triunfo quedan fascinados los duques de Montpensier, un matrimonio con derecho sucesorio al trono de España, que participará en la festividad durante bastantes años de las décadas comprendidas entre 1850 y 1860. Por un lado, contribuyeron a que el pueblo de Almonte lograse alcanzar una mayor participación en la hermandad de la Virgen, para la que hubo de aprobarse unas nuevas reglas que contemplasen a sus altezas como hermanos mayores, y por otro, consagraron la fama de la romería y su procesión, gracias al gran eco mediático que representaba su anual paso por el Rocío. Es así como fue alzándose este fenómeno devocional entre los más célebres y multitudinarios de España.

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Julio Mayo Rodriguez
Historiador y archivero municipal de Los Palacios y Villafranca (Sevilla)

COFRADÍA DE INDIOS DE CONSOLACIÓN EN LIMA (SIGLOS XVII – XIX)

0607Muchos indios de América aprendieron la cultura española gracias a la Virgen de Consolación de Utrera. Y no es ninguna exageración afirmarlo, después de saberse hoy que buena parte del programa de ritos festivos y religiosos de su popularísima romería (peregrinación, milagros, superstición, plegarias, efervescencia mariana, mercadeo ferial, cante, baile, comensalismo, etc.) fue llevado a aquel lado del mundo, extendiéndose por muchísimos rincones de los lejanos lugares.

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Julio Mayo

UN MANUSCRITO SOBRE LOS CULTOS A LA VIRGEN DEL ROCÍO EN 1738

0530ABC de Sevilla publica un artículo de nuestro compañero Julio Mayo sobre un poema manuscrito que se conserva en la Biblioteca Colombina de Sevilla. El Romance relata con bastante extensión los pormenores de los cultos extraordinarios dedicados a la Virgen del Rocío en 1738. Aquel año fue trasladada la Patrona de Almonte hasta en 3 ocasiones en el transcurso de 3 meses. Esta composición lírica barroca desgrana el programa ritual y la gran fastuosidad con la que se conmemoraban aquellas Venidas.

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