NO LLUEVE. ¿SACAMOS EN ROGATIVA AL CRISTO DE CONFALÓN?

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Las rogativas, ritos populares católicos de súplica, frecuentemente acompañados de procesiones, se celebran con motivo de necesidades ocasionales. Los ecijanos, a través del tiempo, han acudido a las imágenes de más devoción popular en los casos de necesidad y preocupación generalizada. Y, posiblemente, una de las imágenes que con más frecuencia ha salido con este fin ha sido el Cristo de Confalón, que se venera en la Iglesia de la Victoria, y siempre, con una petición secular en Écija: implorar su auxilio para remediar la pertinaz sequía.

Para decidir la salida en rogativa dela imagen del Cristo de Confalón, la Hermandad se reunía con carácter extraordinario, e incluso como ocurrió el Cabildo celebrado el día 15 de abril de 1896, en el propio domicilio de su hermano mayor, el marqués de Peñaflor. Ésta convocatoria se hace a petición de Francisco Soria, miembro de la Hermandad de “Luz y Vela”, y varios señores más, con el fin de aprobar la salida en rogativa del Santo Cristo “para remediar la grave sequía que se experimentaba”. Una vez debatida la petición, y si se accedía a ello, la hermandad ordenaba la salida de su titular y marcaba el itinerario. En ésta que nos referimos, la procesión en rogativa salió desde la iglesia de la Victoria para continuar por la calle Cambroneras, a cuyo final tomó a la izquierda para seguir por el camino de la Guitarrera en dirección al Cerro de la Pólvora y, desde ahí, regresar al templo(1).

La primera salida en rogativa del presente siglo, que tengamos noticias, se aprueba en Cabildo celebrado a las quince horas del día 10 de abril de 1903, después de finalizar los cultos de las tres horas que se celebraban en la iglesia de la Victoria el Viernes Santo, En esta ocasión la convocatoria se lleva cabo a instancia de “varias personas distinguidas de la ciudad y como consecuencia de la época que se atravesaba debido a la sequía”. La Hermandad lo aprueba, pero en esta ocasión modifica su itinerario efectuándose desde la propia iglesia para tomar la calle Victoria, girar a la izquierda para seguir por la carretera de Osuna, camino de Granada, y regresar por la calle Cambroneras al templo.

La fotografía de la salida de Cristo de Confalón de la Iglesia de la Victoria que hemos recuperado del archivo de la hermandad, pertenece a la rogativa que tuvo lugar el día 4 de abril de 1929. Tiene la originalidad, con respecto a las tradicionales, que el Cristo es portado con el “paso” con el que hace su salida procesional el Jueves Santo.

(1)Libro Actas de Cabildos de la Hermandad.

Fuente: Imágenes y Recuerdos de la ciudad de Écija. Juan Méndez Varo.

LA ÚLTIMA CENA DE JOAQUÍN ROMERO MURUBE

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El excatedrático de Derecho Mercantil Manuel Olivencia es uno de los pocos comensales que tuvieron el privilegio de cenar con Joaquín Romero Murube la noche del 14 de noviembre de 1969, muy pocas horas antes de que sufriese el infarto de miocardio que le causó la muerte al que había sido director-conservador del Alcázar. El catedrático de Derecho Financiero y Tributario de la Hispalense Jaime García Añoveros, que luego llegaría a ser ministro de Hacienda con UCD, fue el anfitrión del banquete, organizado en el salón comedor de su piso del entonces flamante barrio de Los Remedios. Según rememora Olivencia, Romero Murube no era una persona de militancia activa, ni mucho menos conspirador. Su posicionamiento lo cataloga como el de un intelectual libre e independiente, que nunca aceptó ataduras de nadie. En definitiva, un ejemplar empleado público, tal como llegó a autodefinirse el propio Joaquín entre plato y plato.

Olivencia no considera, por tanto, que Romero Murube compartiese en aquel momento su misma idea política ni de la de García Añoveros -ambos situados más al centro que Joaquín-, como fundadores muy pocos años después del Partido Social Liberal Andaluz, finalmente integrado en la Unión de Centro Democrático de Suárez. Romero Murube se encontraba la noche de su última cena muy cerca del «cura rojo». A una pregunta de Pablo Atienza, marqués de Salvatierra, sobre el sonriente sacerdote que tanto simpatizaba con la izquierda, contestó Joaquín presumiendo de ser un gran conocedor de José María Javierre, cuya pluma también piropeó. El entonces director de «El Correo de Andalucía» comenzó a defender los derechos de los trabajadores frente a los dictámenes del franquismo, amparándose en la protección del cardenal Bueno Monreal y comenzó a pensar en los valores democráticos al regreso de Roma, después del Concilio Vaticano II en 1965. Y Romero Murube, según recuerda Olivencia, ciertamente se sentía bastante comprometido con ellos.

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Con la irrupción del desarrollismo franquista propulsado por los tecnócratas, a inicios de los años 60, llegó a Sevilla la picota y comenzaron a acometerse grandes obras de transformación. Es entonces cuando estalla Joaquín y se emplea a fondo contra la destrucción patrimonial mediante una combativa lucha intelectual, principalmente desarrollada desde las páginas de este periódico con aquellos artículos tan peleones. Romero Murube no se oponía a una adaptación a los tiempos. Lo que pretendía impedir era que la evolución fuese solo materialista y arrolladora.

Pese a la declaración de conjunto histórico-artístico monumental en 1964, Urbanismo no impedía la demolición y resolvía los expedientes de infracciones urbanísticas mediante la liquidación de una sanción económica. No pudieron salvarse de la especulación algunos conventos ni muchas casas palacio. Así comenzó a certificarse la defunción de buena parte del caserío antiguo y la idiosincrasia arquitectónica de la ciudad.

Libro sobre Sevilla

El asunto que verdaderamente había motivado la convocatoria de la cena -que sirvió como estreno de una majestuosa lámpara de cristal de murano colocada con el asesoramiento artístico de Joaquín-, fue el ambicioso proyecto editorial que Murube llevaba meses coordinando después de haber entusiasmado a García Añoveros, con cuyo concurso había logrado el patrocinio del Banco Urquijo, del que el catedrático era director de estudios. Romero Murube estaba capacitado para diseccionar e interpretar como nadie la identidad socio cultural sevillana y concebir aquel proyecto respetando su tradición y previendo la modernidad. Siguiendo la estela de otros libros editados en capitales europeas (París y Venecia), Romero Murube había ideado realizar un amplio estudio de autorías conjuntas que se titularía «Sevilla, biografía de una ciudad», con la coordinación de Muñoz Rojas, el propio Jaime García Añoveros, José Guerrero Lovillo y Francisco Aguilar Piñal. Un resumen elegante, agudo y completo de una ciudad vitalista, aún viva, no petrificada en el pasado. Se celebraron varias reuniones en la sede sevillana del Banco Urquijo y levantó actas de todas las sesiones el historiador Aguilar Piñal. A sus 86 años, desde su residencia en Madrid, recuerda que los borradores de aquel gran trabajo que finalmente no vio la luz, tras el repentino fallecimiento de Romero Murube, los depositó en el Archivo Municipal de Sevilla.

El testimonio más hermoso de Olivencia sobre el poeta del Alcázar lo define como un «amante de Sevilla», cuyo dolor fueron todas las transgresiones que se cometieron. A su juicio, fue un ser con una extraordinaria sensibilidad poética, un gran filósofo y, sobre todo, dotado de una actitud ética muy elogiable. Entendía que los sevillanos tenían la obligación moral de conservar el tesoro que se estaba dilapidando. Aunque había nacido en la calle Real de Villafranca de Los Palacios en 1904, el mismo Romero Murube dejó escrito que, cuando se muriese, quería ser la gracia pura de una ciudad de la que estaba locamente enamorado. Así lo reconoce en su Canción del Amante andaluz, en la que proclama emocionado y orgulloso: «…qué novia tengo en el aire de Sevilla».

http://sevilla.abc.es/cultura/libros/sevi-ultima-cena-joaquin-romero-murube-201711150941_noticia.html

JULIO MAYO ES HISTORIADOR

SALIDA PROCESIONAL DE LA IMAGEN DEL PILAR

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Desde muchos años existía en la sacristía de la Iglesia de Santa María, un cuadro de la Virgen del Pilar Patrona de la Hispanidad de gran devoción. Su párroco Francisco Domínguez, con el fin de hacer más tangible esa devoción encargó al escultor sevillano Cayetano González, una imagen de talla que durante muchos años, procesionó por las calles de nuestra ciudad.

La nueva imagen fue colocada en el templo de Santa María con la correspondiente licencia del Cardenal Segura, en un altar procedente de la desaparecida Iglesia de la Concepción. Allí recibió culto hasta que por orden expresa del citado Cardenal Segura, en mayo de 1950,tuvo que ser entregado al párroco de la Iglesia Mayor de Santa Cruz, y colocado como altar mayor.

Diez años estuvo vacío el testero donde se encontraba el altar de la Virgen del Pilar. Todo ello transcurrió así hasta que, tras fallecer el anterior párroco, Francisco Domínguez, se hizo cargo del templo de Santa María un joven sacerdote procedente de El Rubio, Esteban Santos Peña. Sus primeras gestiones fueron levantar uno nuevo y colocar en él a la Virgen del Pilar, que se ejecuta gracias a la ayuda económica recibida de los Marqueses de Almenara, por la devoción y cariño que profesaban a la Parroquia y en recuerdo al desaparecido sacerdote. El nuevo altar fue obra del escultor ecijano Guillermo Riego Vargas, que se valió de restos de antiguos retablos. Fue bendecido por el Obispo Auxiliar de la Archidiócesis Monseñor José María Cirarda el día 13 de octubre de 1960.

En una de lasimágenes puede observarse el numeroso público que se dabacita a la salida procesional de la Virgen del Pilar del templo de Santa María. El paso iba custodiado por la guardia civil con sus trajes de gala; y la peana de la Virgen iba envuelta por la bandera española. En la otra imagen podemos ver a la imagen de la Virgen del Pilar en el altar situado de la iglesia de Santa María y que vino a reemplazar al trasladado a la Iglesia de Santa Cruz.Como se sabe este nuevo altar ardió completamente debido a un incendio fortuito en la noche del 18 al 19 de octubre de 1994.

Fuente. Memoria de una Década, 1960-1969, Juan Méndez Varo.

FIESTAS DEL ALGODÓN

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0107La I Fiesta del Algodón tuvo lugar en 1961, incorporándose a la centenaria feria de septiembre. En la Plaza de Santa María, frente al monumento de la Virgen del Valle, se alzó el trono y el dosel, destinados a ser ocupado por la reina y sus damas. En coches enjaezados a la andaluza, llegó el cortejo real acompañado de la Corporación Municipal escoltado por los maceros del Ayuntamiento yhaciendo su triunfal entrada en la plaza bellamente engalanada a los acordes del himno de la ciudad, interpretado por la Banda Municipal.

En esta edición fue proclamada reina de las fiestas la joven Beatriz Osuna Fernández de Bobadilla, y sus damas, María de los Ángeles Martín Conde, María del Valle Osuna Fernández de Bobadilla, María Dominica Gordon González de Aguilar, Lolita Moreno Díaz, Pilar Osuna Fernández de Bobadilla, Margarita Díaz Martínez, María Victoria Osuna Mínguez, y María del Valle Osuna Saavedra. A continuación, el alcalde de la ciudad dirigió unas palabras a los asistentes y a continuación dar paso a Víctor Losada Galván como presentador del mantenedor y primer pregonero de las fiestas, Manuel Figueroa Rojas.El acto fue presidido por el Gobernador Civil de la Provincia, Hermenegildo Altozano.

La ofrenda del algodón, ante el monumento a la Virgen del Valle, se celebró el último día de feria de septiembre y estuvo revestida según la prensa local “por el calor del pueblo y por la soledad de los actos oficiales”.Por las calles de la ciudad desfilaron coches enjaezados y cuatro carrozas escoltadas por caballistas. El primer premio de carrozas recayó en la que representaba a la vecina villa de Luisiana, cuyo alcalde era Ramón Freire González; y el segundo lo obtuvo la que representaba a la Hermandad de Labradores.

Fuente: Memoria de una Década, Écija 1960-1969, Juan Méndez Varo.

EL ALCALDE DE ÉCIJA SOLICITÓ LA COLABORACIÓN ECONÓMICA PARA CELEBRAR LA FERIA DE SEPTIEMBRE DE 1912

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Desde la apertura de la avenida Miguel de Cervantes, en 1912, las ferias ecijanas, -tanto la extinta de mayo como la de septiembre- tomaron estavía urbana como el centro de la actividad ferial. La portada se instalaba al comienzo de la avenidaes decir, en la propia Plaza Mayor. A lo largo y ancho de la misma quedaban los más variopintos puestos feriales. No faltaban los de turrón, juguetes, venta de alimentos y los de los aguadores quepregonaban la procedencia del líquido (“agua de la barranca” “del Trillo” o de la fuente de “Gallardo”). La función de estos puestos era proveer agua a los viandantes que, por una módica cantidad de dinero, podían beber en los botijos de forma “que a real se podía tragar hasta la jartá”.

0104No debían andar las arcas municipales con suficiente presupuesto para organizar la feria, toda vez que a través del periódico local Nueva Écija* el alcalde se dirige a los ecijanos con este tenor:”Para que la feria no desmerezca de las anteriores, preciso es que el vecindario acuda con mano generosa, como otras veces, subvencionando esos festejos que serán fuentes de riquezas para todos y que el Ayuntamiento, por sí solo no puede organizar con ellujo y grandeza que desea, pues sólo cuenta para ello con una subvención de 2.399 pesetas y 38 céntimos a este fin, y para evitar molestias al vecindario, se invita al comercio, sociedades, labradores, industriales y a todos los ecijanos, en fin, para que desde hoy hasta elúltimo día del presente mes, se pasen por la secretaría municipal indicando la suma que piensa contribuir al objeto de saber, siquiera sea aproximadamente, la cantidad con que se cuenta para los festejos. Y concluía el bando con este párrafo:Este Ayuntamiento confía en el patriotismo de todos, para que Écija pueda organizar un festival que no desmerezca del realizado en la feria de septiembre del pasado año. Una nota de la redacción al pie del bando exortaba alos ecijanos a concurrir a esta feria y lo hacía de esta forma “Ahora lo que falta es el pueblo, que es el que se beneficia, acuda al llamamiento que se le hace, pues de no acudir y deresultar la feria una mala velada, culpa será de los que no acudan, los cuales, no tendrán derecho a censurar, pues ellos serán los censurados…”. Los ecijanos tuvieron que acudir a la llamada de la primera autoridad local, pues se pudieron organizar todos los festejos, incluidos los fuegos artificiales.

Los medios escritos de la época nos hablan de unas jornadasbrillantes y festivas. Para mayor esplendor de los actos labanda Municipal de música interpretó los toques dealegres dianas; y la banda del Regimiento de Granada ofreció varios conciertos. Estabanda desfiló a su llegada desde la estación del ferrocarril a la Plaza Mayor.

No faltaron las compañías de Ópera y Zarzuela que tuvieron lugar en el teatro municipal. El circo con elnombre de “La Alegría” fue instalado en la Plaza de la Concepción. Según las crónicas, con “llenos rebosantes”.En esta feria se celebraron los tradicionales mercados agrícolas y de ganadoen los llanos del Valle. Los fuegos artificiales estuvieron a cargo del afamadopirotécnico valenciano Manuel Gómez Sanz y, según las crónicas, “fueron muy buenos en fuerza, brillantes, dibujos de las piezas y combinación de colores. Bien lo apreció el público, que, entusiasmadoaplaudió como se merecía la fiesta que presenciaba”.

*Archivo Municipal. Prensa. Nueva Écija 13 de junio de 1912.

La avenida Miguel de Cervantes, “la calle Nueva” Cien años en la memoria. Juan Méndez Varo.

CONSOLACIÓN Y EL CONDE DUQUE

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El Papa Urbano VIII concedió a su excelencia don Gaspar de Guzmán, señor conde de Olivares, el patronazgo honorífico de la iglesia y convento de «la beata Madre de Consolación de Utrera», en 1624, según reza textualmente en el buleto original que encontramos, hace algunos años, escrito en latín eclesiástico, dentro del Archivo parroquial de Santa María de la Mesa. Este mismo documento, especifica que era patrono también del colegio mayor de Santa María de Jesús de Sevilla, origen de la actual universidad hispalense, cuyo primitivo edificio se derribó para abrir la actual Avenida de la Constitución, a comienzos del siglo XX, junto a la capilla que se mantiene en pie en la misma Puerta de Jerez. La adjudicación del patronazgo queda confirmada así mismo por una carta de pago, datada el mismo año, que hemos localizado en el Archivo histórico provincial, entre las escrituras correspondientes al notario Miguel de Baena. Comparece liquidando cierta cantidad económica al convento de Consolación, don Cristóbal Jiménez Gómez, «contador de la hacienda y Estado de su excelencia el señor Conde de Olivares, en nombre y en voz del dicho señor conde». El desembarco en Consolación se produce en los momentos iniciales de su carrera política, después de que en 1621 hubiese sido coronado Felipe IV como rey de España, y se convirtiese, don Gaspar, en el primer representante real.

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En aquellas primeras décadas del siglo XVII, el fenómeno devocional de Consolación no se circunscribe a un ámbito meramente local. Abarca un amplio término supracomarcal. Esos días vive momentos de esplendor y es ya una de las manifestaciones piadosas más populares del Siglo de Oro sevillano. Las peregrinaciones hacia el santuario utrerano se habían incrementado muy considerablemente. Fue cuando alcanzó el mayor número de hermandades filiales, participantes todas ellas en su multitudinaria romería y procesión de cada 8 de septiembre, algo similar a como se formula hoy la del Rocío. En las explanadas de la ermita, ubicada en un enclave estratégico muy bien comunicado con los puertos gaditanos, se desarrollaba durante todo el año una intensa actividad comercial. Allí se instalaba también la feria, estrechamente relacionada con el comercio de las Indias, y en la que atesoraba un protagonismo primordial el mercadeo de la plata y otros metales preciosos. En primera instancia, fue el pueblo llano el que reconoció esta manifestación mariana que se había gestado en un lugar marginal, a las afueras del núcleo urbano. A partir del famoso milagro de la Lámpara de aceite, obrado en torno a 1558, el prestigio de la imagen saltó a América, y universalizaron su bendito nombre los numerosísimos viajeros y soldados de la Armada que le imploraban buen viaje, al pasar por Utrera camino de Sanlúcar de Barrameda rumbo a América. A la aclamación popular le siguió la proclamación oficial. Gracias a un documento del Archivo Municipal de Utrera, sabemos que, a inicios de la década de 1590, había sido nombrada ya patrona de la localidad. A renglón seguido, también comenzaron a rendirle culto las familias aristocráticas más distinguidas del sur de España y las más destacadas de la propia Utrera.

El erudito utrerano Rodrigo Caro publicó la historia del «Santuario de Nuestra Señora de Consolación», en 1622, cuando desempeñaba un cargo relevante como sacerdote y visitador eclesiástico en el arzobispado hispalense. Desentraña los orígenes, detalla numerosos milagros y narra acontecimientos contemporáneos a él. Pero no menciona el nombramiento de Olivares como insigne protector, por lo que este acontecimiento hubo de producirse después de que don Rodrigo terminase su libro. El célebre arqueólogo e historiador, formaba parte del grupo sevillano que constituía el entorno del conde-duque, y tertuliaban con él en los Reales Alcázares, como recrea el profesor Lleo Cañal en su trabajo sobre el círculo sevillano de Olivares. Caro intentó ingresar en la corte varias veces, aunque nunca pudo conseguirlo. Siendo mayor, pretendió ocupar el cargo de cronista de las Indias, aunque sin éxito, como documenta Guy Lazure en el estudio titulado «Rodrigo Caro y la corte de Felipe IV: itinerario de unas ambiciones frustradas». No tenemos documentado si Rodrigo Caro fue quien atrajo al conde-duque a Consolación, aunque es muy probable que su cercanía hubiese influido en la consumación del acercamiento.

Benefactor ilustre

El conde-duque de Olivares fue, en su tiempo, uno de los poquísimos gobernantes españoles comprometidos verdaderamente con la cultura, cuyas acciones de mecenazgos ha glosado maravillosamente su biógrafo John Elliott. Pero en el caso que nos ocupa, su contribución no se centró exclusivamente en el plano artístico, pese a que su amparo terminase enriqueciendo, indirectamente, ciertas cuestiones patrimoniales de este centro religioso y beneficiando el desarrollo de otras cuestiones socioculturales inherentes a Consolación. Aunque el historiador local del siglo XVIII, Pedro Román Meléndez, llegó a adjudicar la financiación del retablo mayor al patrocinio del conde, los documentos no lo corroboran así. Los artífices Luis de Figueroa y Andrés de Ocampo, se comprometieron en 1612 ante notario, con la comunidad de los frailes Mínimos, a realizar unos trabajos que pagaron los conventuales. Además, cuando don Gaspar fue nombrado patrono en 1624, el retablo principal ya estaba concluido. Rodrigo Caro recoge en su historia del Santuario (1622), que en la capilla mayor se levantaba «un hermoso tabernáculo y retablo que estos días le han hecho». Al cabo del tiempo, aquel retablo que comenzó a entallarse en 1612 terminaría siendo sustituido por el que hoy contemplamos, cuya instalación se inició el año 1713.

El mecenazgo dispensado por Olivares, deja entrever algunas claves interesantes, como la protección política e institucional que el nombramiento le proporcionaría al santuario, así como el prestigio mutuo que se brindarían el conde y Consolación, respectivamente. Con el favor suyo, los frailes Mínimos obtuvieron una serie de exenciones fiscales que ayudaron a aumentar el culto de la Señora y extenderlo hacia otras fronteras. Los religiosos consiguieron las autorizaciones administrativas precisas para la elaboración de medallas de la Virgen, labradas en plata de ley, comercializar cintas con la medida de la imagen, así como el permiso eclesiástico oportuno para pedir limosnas en distintos puertos de España y América.

Desde Felipe II, la monarquía hispánica había puesto su mirada en Consolación, al autorizar el desembarco de los frailes Mínimos en 1561. Décadas más tarde, el principal valido del rey termina por incorporar su templo al elenco de santuarios marianos del país vinculados a la corona española, como por ejemplo el extremeño de Guadalupe. En aquellos momentos del barroco en los que el brillo del oro, proveniente del Nuevo Mundo, contrastaba con la gran mendicidad existente en la calle de los grandes pueblos, Consolación sobresalió entre las demás devociones por los innumerables beneficios y remedios que dispensó a los más humildes. ¿Cuánta grandeza y cuánto poder ostentaba la del Barquito en la Mano? La suficiente como para lograr encandilar también al máximo representante de la primera potencia mundial. Se explica así que Olivares eligiese como defensora suya –para que velara por él en todos sus frentes–, a la Madre que mejor encarna el Corazón de Utrera.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR

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