ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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UNA NUEVA OBRA DOCUMENTADA DE GABRIEL DE ASTORGA: NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES DE LOS PALACIOS (1864)

0528Huele a nardo puro… Hoy 5 de agosto, mientras suenan de fondo los acordes del viejo órgano parroquial recuperado por José Manuel Caro, ese olor es el perfume de excelencia que desprende la Santísima Virgen de las Nieves, titular de la parroquia de Santa María la Blanca de Los Palacios y Villafranca, de la que es su patrona desde tiempo inmemorial. Curiosamente, un altísimo porcentaje de imágenes marianas que ostentan el patronazgo de multitud de ciudades y municipios de Andalucía (casi el 80%) resultan ser obras anónimas, de las que no se conoce con exactitud el escultor que las hizo, ni tan siquiera su precisa datación. En unos casos la antigüedad remota de la talla, en otros la falta de documentación o, muchas otras veces, hasta la falta de trabajos de investigación han impedido probar, con rigor, las paternidades de estas producciones artísticas. Pues bien, esto mismo sucedía con nuestra Virgen de las Nieves, de la que los expertos llegaron a advertir en esta imagen de candelero, hecha para ser vestida, ciertas resonancias estilísticas propias de la escuela barroca sevillana.

Leer artículo completo publicado en ABC de Sevilla, 5 de agosto de 2014.

FUE… NATURAL DE ALMONTE

0513Una versión desconocida de la Leyenda de Aparición de la Virgen del Rocío (siglo XVIII).

EN el mapa mariano de España abundan las leyendas que aspiran a argumentar los principios devocionales mediante la fabulación del descubrimiento milagroso de sus respectivas imágenes e incluso, en algunos casos, hasta describiendo apariciones físicas de la mismísima Virgen, como ser sobrenatural. Aquí en Andalucía, el origen de la Virgen del Rocío representa un ejemplo aparejado a una leyenda que recrea el hallazgo de la talla. De generación en generación, hubo de ir propagándose entre los almonteños, siglo a siglo, el legendario descubrimiento acontecido en un paraje de las Roçinas hasta que, a mediados del siglo XVIII, quedaron ya fijados para siempre los detalles más esenciales del admirable suceso, gracias a la iniciativa de la propia hermandad Matriz de Almonte que decidió incorporar los pormenores del encuentro a sus Reglas, aprobadas por el ordinario eclesiástico e impresas en el año 1758. En cualquier caso, aquel primer testimonio no manifiesta con minucia la patria del descubridor.

VER ARTÍCULO COMPLETO PUBLICADO EL SÁBADO, 7 DE JUNIO DE 2014 EN ABCDESEVILLA.ES

LA TRASCENDENCIA DE LA HISTORIA LOCAL

0393Es sabido por todos los presentes que por Historia Local se entiende en la actualidad la ciencia histórica que tiene como objeto fundamental el estudio del pasado de una comunidad local o territorio determinado.

Se trata, por tanto, de una fecunda y antigua especialidad de la tradición historiográfica española, que hunde sus raíces en los grandes analistas y cronistas tardo-medievales y modernos, y que alcanzaría para la Provincia de Sevilla un notable desarrollo cuantitativo desde finales del siglo XIX al primer tercio del siglo XX.

Esta práctica historiográfica, producto de una tendencia, sin duda románica y erudita, puramente descriptiva de la historia más cronológica y de querencia siempre evenemencial y positivista, se justificaba entonces, en muchos círculos universitarios y académicos, como el
paso previo y necesario –indispensable, mejor- para efectuar la gran síntesis del conocimiento acumulado, general o global, a nivel regional o nacional.

Sin embargo, como esta última fase casi nunca se realizaba por las dificultades técnicas y las limitaciones científicas de la época o más grave aun por las restricciones de las fuentes y la heurística local en La Trascendencia de la Historia Local desorganizados e inaccesibles archivos municipales y parroquiales básicamente, provocaría hasta mediados del siglo pasado que el tremendo esfuerzo de “acarreo informativo” realizado por historiadores e investigadores locales durante decenios mostrara únicamente trabajos individuales, muy descriptivos y sin ninguna relación entre sí. Lo que acrecentaría la conceptualización de la historia local como un mero subproducto cultural, escasamente científico; aunque formara parte, lógicamente, del conjunto de los valores y las conductas colectivas de un determinado grupo humano o de una localidad concreta en el espacio y el tiempo.

La revolución metodológica de mediados del siglo XX, liderada por la escuela francesa de la Revista Annales, revalorizó en al década de los sesenta la historia local, apreciando justamente su denostado sentido evenemencial – la llamada historia historizante- ante la injusticia de los numerosos ataques de la nueva y pujante historia social y económica global de articulación marxista.

Los modernos seguidores de Annales rescatarían definitivamente la historia local del puro costumbrismo, ya a partir de la década de los setenta y ochenta- lo que en España coincidió con la transición democrática y el boom historiográfico municipal- para elevarla definitivamente a una categoría superior; y no sólo como proveedora de información –en muchos casos perdida- para nuevos los La Trascendencia de la Historia Local enfoques globales, sino como laboratorio de modernas ideas y planteamientos metodológicos relacionados con historia de las mentalidades y la microhistoria, que redescubrieron en el ámbito local un notable interés científico.

Efectivamente, la moderna renovación de la histórica loca debe hoy mucho en primer lugar a la generalización por los historiadores locales, mayoritariamente de formación universitaria, del llamado método comparativo; en segundo lugar, a la adecuada contextualización de los
casos individuales en procesos estructurales globales, y en tercer lugar a la progresiva ampliación de los periodos y los espacios bajo análisis pasando de lo estrictamente municipal a lo comarcal; lo que ha permitido a la larga cortejar estructuras y procesos generales locales en
ámbitos sociales y territoriales muchos más vastos, sin abandonar por ello las estructuras espaciales tradicionales.

De esta manera se ha abierto recientemente un espacio importante para articular históricamente los procesos generales y las experiencias locales de un modo coherente y con rigor científico, acercando el conocimiento y la comprensión histórica a la vida cotidiana de las personas y a sus hábitats sociales más inmediatos.

El reciente empuje de la historia local creo que radica en la aplicación con éxito de estos presupuestos; pues lejos de dogmáticos narrativos localistas aspira hoy a explicar procesos coyunturales del presente comarcal insertos en ámbitos estructurales regionales o globales. En una palabra, pretende acercar la historia a todas las personas que la protagonizan más allá del municipio, es decir; a la comarca.
Aquí radica – a mi entender- gran parte del futuro de la veterana Historia Local. Algo que desde la ASCIL siempre se ha tenido muy claro en sus diferentes Jornadas de Historia sobre la Provincia de Sevilla; abundar en el conocimiento local de los procesos históricos comárcales.

Pero en la elaboración de un proyecto de investigación de esta índole en el campo de la historia local la elección y la delimitación del espacio y su comunidad no sólo deben ser fundamentales sino que tienen que ser adecuadamente contextualizados en el marco de la región.
Y aquí los historiadores locales no dejamos llevar, muchas veces, por un evidente localismo que es preciso superar para no caer en tópicos provincianos, ya desfasados.

Es preciso delimitar científicamente en que medida las comunidades objeto de análisis se asemejan o difieren de otras ubicadas en entornos próximos, y si comparten o no modelos estructurales globales. La comparación es un procedimiento básico para identificar las eventuales especificidades de la localidad seleccionada, aspectos claves para comprender la formación y evolución histórica de las identidades locales. Se trata – a mi modo de ver- de una labor imprescindible que el historiador e investigador local no debe nunca minimizar. Comparar es hoy por hoy hacer historia local.

Esta tarea debe verse obligatoriamente complementada, como en cualquier otra investigación
histórica, con una actitud critica con respecto a la cantidad y calidad de la información documental o bibliográfica recopilada. Es necesario, pues, no dejarse seducir por la información, aunque pueda parecernos interesante, incluso original y divertida, pero que en cuanto a la investigación científica y al objeto de estudio, suele ser en muchos casos marginal. En consecuencia, se imponte como tarea básica del historiador local la selección de los datos, pues, aunque valiosos en otros contextos, no se relacionan con el tema que nos interesa. El analista local siempre debe estar preparado para descartar buena parte de las fuentes que genera y recopila. No debemos ser bohemios coleccionistas de la información histórica, sino simplemente sus exégetas.

La historia local, examinada a la luz de lo expuesto más arriba, se nos presenta en el futuro más inmediato como una opción válida del conocimiento que ha sido reconstruida y reformada en el nuevo marco del desarrollo reciente de la moderna disciplina histórica. Las posibilidades disponibles para practicarla son amplias, polivalentes y variadas. Y los enfoques diversos y multidisciplinares. Lo ha señalado en reiterada ocasiones investigadores y universitarios sevillanos de la talla de los profesores Antonio Miguel Bernal y Carlos Álvarez Santaló.
Sería prolijo por mi parte repetir ahora sus conocidos y sabios argumentos a favor de la nueva Historia Local que están en al mente de muchos.

Sin embargo, hay también peligros, limitaciones y problemas en la historiografía local. No me refiero a los ya señalados por mi colega y querido amigo Juan José Iglesia en una extraordinaria conferencia sobre los <> del historiador local; sino aquellos relacionados directamente con la metodología empleada y el producto histórico final.

En este sentido, el problema no radicaría precisamente en la escala del estudio – local versus global- sino en el rigor del método de análisis comparado y en la relevancia científica de los resultados. Pues existe una buena y una mala historia local, como también existe una
buena y una mala historia global o, sencillamente, una buena y una mala historia, con independencia del ámbito territorial o temático abordado. La clave de la buena historia local consiste precisamente en no conceptuarla aislada de su entorno por un exacerbado celo al terruño.

En efecto, la eclosión de la buena historia local está progresivamente desplazando a la llamada < historia desde arriba> por la también llamada , hemos dejado de atender en exclusiva a las grandes personalidades y a las grades superestructuras globales
para comenzar a preocuparnos primero por las élites y desde allí por los grupos mayoritarios y anónimos locales, comarcales o regionales.

De alguna manera, este método cognoscitivo pretende devolver a las personas anónimas – ágrafas y analfabetas- como sujeto activo el protagonismo de su historia; lo que ya apuntaba la alguna historia local decimonónica, tan injustamente preterida y denostada por muchos ámbitos universitarios. En un mundo tan globalizado como el nuestro la vuelta al estudio de las personas singulares y de las comunidades específicas es una saludable tarea. Si bien la labor del investigador local como historiador no minimiza desde luego el conocimiento global de los universos mentales generalistas y estructurales; por el contrario, busca justificarlos y en cierto modo explicarlos en una red social de comarcas y localidades más modestas y próximas.

En este sentido, la historia que hacemos no es cualitativamente distinta de la que elaboran nuestros críticos. A veces está orientada a la resolución de problemas decisivos y a veces nos entretenemos y nos perdemos en vicios y corruptelas, como ellos, en detalles prescindibles. A veces usamos fuente documentales novedosas y originales, y otras nos limitamos a seguir caminos ya trillados, como hacen nuestros críticos.

Ahora bien el hecho de trabajar sobre comunidades reducidas permite un tratamiento más exhaustivo de los ejemplos y de los temas seleccionados, así como realizar – como ha venido haciendo desde siempre la historia local- auténticos estudios de Historia Total, como señalara Pierre Vilar hace ya más treinta años.

Sólo entonces la labor del historiador, del investigador local, aparece como una forma de rescatar a los sujetos históricos comunes, que habían sido excluidos de la historia oficial, salvando del olvido los procesos individuales y sociales del quehacer cotidiano de una determinada comunidad.

Así pues, se produce entre nosotros – como entre ellos.- historias locales de buena calidad, de calidad media y de pésima calidad. Pero – mis queridos amigos- contamos con una notable ventaja cuantitativa: somas más y progresivamente también mejores. La ley del número se
impone para lo bueno para lo malo. Porque los historiadores e investigadores locales andaluces – sevillanos en particular- tal vez no hemos sabido vender el producto de nuestro trabajo como algo riguroso y serio ante las instituciones publicas y privadas de investigación o gestión
cultura, más allá de los municipios y las corporaciones provinciales. En este sentido, la Diputación de Sevilla, Archivo Hispalense y la Casa de la Provincia han sido una honrosa excepción desde hace ya casi un siglo a favor de la Historia Local.

Pues un problema grave de la historia local ha sido y en gran parte lo sigue siendo la difusión y no tanto la edición de las monografías, actas de coloquios, encuentros, jornadas, etc. En muchos casos, aun a pesar de una elevada producción, resulta complicado que estos trabajos lleguen más allá del ámbito comarca y provincial, ni siquiera a las grandes bibliotecas nacionales. Últimamente la aparición de los nuevos medios informático- Internet, sobre todo- ha abierto nuevas posibilidades, especialmente en el campo de la distribución. Sirvan de ejemplo estas bellas palabras del profesor de la Universidad de Essex y director de la Colección de Historias Locales de la Biblioteca Británica de Londres, Sr. Paul Thompson:

<>

Me gustaría hacer ahora un último comentario sobre la trascendencia de la Historia Local en la actualidad. La discusión en torno a la historia local, a su papel en la academia y en la universidad española, sobre su transcendencia social, no deja de ser ya un puro bizantinismo desde el mismo en que se plantea. Siguiendo al profesor de la Universidat de Rovira i Virgili de Tarragona el Dr. Pere Anguera, no he creído nunca- como todos los historiadores e investigadores locales- que la división correcta sea entre historia local y nacional. La única segmentación posible es la que separa los buenos estudios históricos de los inservibles, prescindiendo absolutamente de su ámbito de análisis.

Ahora bien es cierto que hay todavía historiadores e investigadores locales aficionados, mediocres, o francamente deleznables, pedidos en las rancias metodologías de la erudición decimonónica más peyorativa, aun no superada por una evidente falta de formación; pero es igualmente obvio que supuestos historiadores globales o generales, algunos de ellos bajo altos patrocinios académicos o universitarios y reiteradamente premiados, llenan de sonrojo con sus obras a todos aquellos historiadores que con rigor y tesón elaboran excelentes estudios de supuesta historia local y cuyas obras son imprescindibles para una mayor comprensión de la
evolución histórica de su comarca, de su comunidad, de su nación e incluso de Europa.

Y ya para concluir me gustaría cerrar esta modesta intervención a modo de reflexión con las palabras de uno de mis grandes maestros universitarios que, como a otros muchos jóvenes de mi generación, nos inculcó la afición por la lectura y la reflexión histórica, el profesor Álvarez
Santaló:

<< Historia local para ser comprendida como la historia de la sociedad, incluyendo los miedos, las miserias y las vanidades de la sociedad. Historia local anatómica, de
organismos (que son siempre estructuras coherentes) y no de radiografías. Historia local para entender procesos con sus conexiones y no teselas descontextualizadas. Historia local de redes significativas que deben ser descritas pero también explicadas y, sobre todo, tenidas en cuenta; para apasionarse, no para vociferar, para conocer, no para parecer conocido. Es decir, historia local, o simplemente HISTORIA>>

Muchas gracias.

Manuel García Fernández
Catedrático de Historia Medieval
Universidad de Sevilla

EL ROCÍO, 6 DE JUNIO DE 1813: FUNDACIÓN DE TRIANA

0368Tal día como hoy, hace doscientos años, comenzó a gestarse el sueño vivificado más bonito que en toda su vida ha tenido Triana: establecer una filial del Rocío en su barrio. Hermosa ensoñación, sí, pero que ha trascendido, sobre todo, como una auténtica realidad monumental dentro de la conformación de la fisonomía identitaria de Sevilla, la ciudad que ha engrandecido su alma, todavía más, gracias a la herencia de las variopintas formas de expresión rociera. Ayudó el Rocío de Triana a introducir una nueva advocación, de modo institucional, en el rico elenco mariológico hispalense y trajo a la metrópolis genuinas acuñaciones piadosas, festivas y estéticas, heredadas de una romería con peregrinación campestre que transcurre por sendas de la baja Andalucía y parajes insólitos de marisma. Ya había un folclorismo en la urbe con anterioridad a su institución, descrito por viajeros de la época, pero el Rocío acercó nuevos cantes y bailes surgidos en los caminos e importó modas ornamentales de otros trajes regionales e indumentarias camperas propias de las caravanas romeras.

Nunca se había analizado con detenimiento qué día fue aquel 6 de junio de 1813 en el que se fundó la hermandad del Rocío de Triana. Valiéndonos de distintas fuentes documentales, hemos podido desentrañar que, curiosamente, era domingo de Pentecostés y que su precursor, el trianero don Francisco Antonio Hernández, fue recibido por la «Primitiva e Ilustre» hermandad de Almonte como cofrade de ella, al tiempo que quedó autorizado para que promoviese la creación de la sevillana. Sintomáticamente, muy pocos días antes había dejado Almonte de pertenecer a la provincia de Sanlúcar de Barrameda, recién disuelta, y había pasado a formar parte de la de Sevilla, en lo civil. En la esfera religiosa ha integrado nuestra Archidiócesis hasta 1953, año en que se erigió la Mitra onubense. Si el 6 de junio es la fecha oficial del nacimiento, tal como declara la «Segunda Memoria de los Primeros hermanos que se le unieron a dn Franco Hernandez» custodiada por la filial, el fundador no podía encontrarse de ningún modo en Triana, sino en la mismísima aldea del Rocío. La ermita fue, por tanto, el excepcional escenario que originariamente acogió el desarrollo de aquel momento cumbre de la histórica jornada en el que Hernández hubo de cumplimentar su entrada como rociero de Almonte –no en vano, las reglas permitían la inscripción de hermanos forasteros–, muy presumiblemente delante de la imagen titular en plenas vísperas de la procesión de la Virgen.

Entre las motivaciones que originaron el establecimiento de la filial, hemos localizado noticias del agradecimiento votivo que muchos sevillanos quisieron manifestarle a la patrona almonteña, en 1808, por la protección milagrosa que dispensó cuando la ciudad padeció los estragos de un cólera tremendamente mortífero. Concurrieron entonces masivamente, en peregrinación, hombres y mujeres de nuestra tierra a El Rocío, hacia donde muchas personas, amantes de la fórmula piadosa y festiva de la romería, habían reorientado sus pasos después de que el Consejo de Castilla suspendiese la de Consolación de Utrera, a raíz de los escándalos que se registraban en ella (1771). La semilla rociera había comenzado a aflorar ya en el arrabal trianero con bastante antelación al Ochocientos, como se prueba con el bautizo de Antonia Juana del Rocío, celebrado el 9 de junio de 1790 en la parroquial de «Señá» Santa Ana, y otros tantos más verificados a lo largo de aquel último decenio del siglo XVIII.

En los años de la invasión francesa, Nuestra Señora del Rocío acrecentó notoriamente su fama. ¿Contribuyó a este hecho la estancia de la imagen en el pueblo de Almonte, donde permaneció resguardada de posibles saqueos y profanación de su ermita a manos de soldados franceses? Lo cierto y verdad es que el tardío Rocío de 1813 pudo celebrarse en la aldea, en medio de una efervescencia piadosa y popular incontenida, después de tanta penuria a causa del sometimiento militar ejercido por las huestes de Napoleón. Se enmarca la creación de la hermanad del Rocío de Triana en unos momentos de posguerra realmente adversos, en los que paradójicamente se suscitó un ambiente nuevo de libertad para la fiesta, promulgado por las Cortes de Cádiz con reflejo en la Constitución doceañista. En aquel contexto, la religiosidad popular encontró un importante reflejo en romerías y procesiones como manifestaciones también de alta significación patriótica. Es bastante revelador que el origen se engendrase algunos meses antes de la proclamación del «Rocío Chico», un popularísimo voto de promesa ofrecido a la Virgen por la villa de Almonte, en agradecimiento por haber salvado a su vecindario de una ofensiva francesa que luego no se consumó de forma providencial, que llegó a constituir un gran revulsivo en la posterior expansión devocional del fenómeno rociero.

Entre los propulsores de la congregación trianera se encontraba el que había sido jefe de guerrilla por la serranía gaditana Pablo Fosao de la Vega, un residente del barrio de Triana que era conocido con el apodo de «trianón». Conocemos que acudió a la ermita, en 1814, con un exvoto para agradecerle a la Virgen el amparo que le había prestado en el transcurso de la contienda. Y soldado combatiente había sido de igual modo el fundador Francisco Hernández, quien se encontraba ausente de su domicilio, entre 1809 y 1812, cuando los franceses entraron a robarle varios enseres pertenecientes al Cachorro, de cuya cofradía era su mayordomo (y en la que también llegó a ser hermano mayor). Este gran devoto del Cristo de la Expiración había nacido en Triana el 6 de febrero de 1772, trabajó desde joven en un tejar de ladrillos situado en la vega, a las espaldas de la calle del Rosario, y contrajo matrimonio en 1790 con la también trianera María del Carmen Tamayo, fundadora de la hermandad junto a su esposo. De todas estas referencias biográficas extraemos que don Francisco contaba con 41 años de edad cuando se involucró en la fundación. Las partidas sacramentales de ambos (bautismos y matrimonio), conservadas en el Archivo de Santa Ana, descartan el supuesto nacimiento de alguno de ellos en Villamanrique de la Condesa, como hasta ahora se había creído. Su dedicación agrícola, especialmente olivarera, junto a la labor artesana de producción de ladrillos, hubo de reportarle a nuestro biografiado un destacado poder adquisitivo. Este matrimonio trianero de cuna compró en 1803 la vivienda de la calle Castilla, marcada con el número 11 de gobierno, cercana a la Alcantarilla de los Ciegos con salida por la trasera al campo y el camino de los tejares de ladrillos, en cuya espaciosa casona de labor ha venido suponiéndose que se produjo la fundación.

Fijándonos en los principales actores de la gestación, concluimos que las familias que inicialmente intervinieron en el proyecto fueron mayormente gente humilde pertenecientes a una misma clase social: artesanos, agricultores, ganaderos, militares, corsarios, corredores y tratantes de ganado, etc. Tras recabar la autorización de Almonte, los rocieros de Triana se afanaron con especial fe en la estructuración orgánica de la entidad, cuyos cargos se designaron en el cabildo celebrado el 9 de enero del siguiente año, aprovisionamiento de insignias y enseres adecuados para el culto romero, así como en la organización logística del primer camino, recorrido a finales de mayo de 1814. Desde entonces, Triana pone las flores con un baile por sevillanas –como evoca la letra de una de las más antiguas– y brilla en el Rocío hermoso como el lucero de la mañana.

(*) JULIO MAYO es Historiador y uno de los autores del estudio histórico que se publicará sobre el Rocío de Triana.

EL ROCÍO POR LAS CALLES DE ALMONTE EN EL SIGLO XVII

0339Análisis sobre la antigüedad y arraigo de las procesiones de la Virgen del Rocío por las calles de Almonte, en base a un documento del propio Archivo Municipal de Almonte. Publicado en ABC de Sevilla, domingo 5 de mayo de 2013, página 50.

EL RETABLO MAYOR DE CONSOLACIÓN DE UTRERA: DESCUBRIMIENTO DE SU AUTORÍA

0263Con una corrida de toros se celebró el lunes, 24 de julio de 1713, la conclusión del colosal “retablo puesto en el altar mayor del convento de Consolación” –como no podía ser de otro modo en Utrera–, según el acuerdo municipal adoptado por el ayuntamiento de aquel momento. Una impactante máquina barroca de considerables proporciones, sirvió para renovar la escenografía de entronización de la Virgen, que hasta entonces había ocupado otro retablo erigido a principios del siglo XVII, bajo el patrocinio del conde duque de Olivares. La espectacularidad de la renovada simulación arquitectónica, otorgó al espacio un nuevo efecto visual, con el que la imagen titular adquirió mayor resplandor. Sugestivo modo éste de poder reactivar el prestigio de la efigie (tras atenuarse algo la intensidad devocional con la que tan poderosamente había irrumpido a mediados del siglo XVI), modernizar su culto y hacer más atractivo, en definitiva, el interior del santuario.

Gracias a unas providenciales anotaciones, recogidas en la portada del “Libro índice” de las escrituras del notario Cipriano de Medina, sabemos que diez años antes, en 1703, se había puesto ya el primer banco, sobre cuyos trabajos de ensamblaje no volvemos a tener más noticias documentales hasta el 18 de abril de 1707. Aquel día se produjo la entrega –suscrita ante notario– de un dinero a cuenta de la obligación de construirlo. El documento, hallado recientemente en los fondos del Archivo Histórico Provincial de Sevilla, sección de Protocolos notariales de Utrera, especifica las cantidades económicas entregadas por distintos bienhechores al maestro ensamblador encargado de la obra. De un lado, abonó 3.269 reales el padre Corrector, Fray Melchor de Perea, en nombre de toda la comunidad de los Mínimos que regentaba el convento de Consolación, y de otra, el marqués de la Cueva del Rey, don Juan de Hinestrosa (el integrante más poderoso del potentado local), junto a su hermano don Cristóbal (miembro del Consejo de Castilla), mancomunadamente suministraron 13.680 reales, como herederos del patronazgo de la capilla mayor del templo, que en vida había disfrutado el suegro del primero, el gentil hombre del Rey, don Lorenzo López de Seixa, vecino de Sevilla y caballero de la Orden de Santiago. De todos modos, el retablo no terminaría de dorarse por completo hasta algunas décadas después de 1713.

El retablista sevillano Francisco Javier Delgado, autor de la obra

En contra de lo publicado hasta la fecha, pues algunos autores venían atribuyendo la autoría a Juan de Brunenque (pariente político de Pedro Roldán), la “Carta de pago” que hemos encontrado descubre al “maestro de escultor” sevillano Francisco Javier Delgado como autor responsable de “…hacer un retablo para la capilla maior”. Así lo acredita la importantísima cantidad que recibió, un total de 16.949 reales, en satisfacción de los trabajos que había verificado desde que comenzó a labrarlo. Se trata, Delgado, de un artista de la capital, avecindado en el barrio de la Magdalena, que, heredero del quehacer retablístico de otros grandes maestros, como Bernardo Simón de Pineda y Juan de Valencia, venía recibiendo encargos en Utrera desde principios del siglo XVIII. Este excepcional trabajo pasa a engrosar la producción laboral de Francisco Javier Delgado, a quien la historiografía nunca ha considerado como retablista de primera línea. Tal vez, esta nueva identificación ayude a revisar la dimensión de su figura. Se compone la estructura que estudiamos de un amplio banco, sobre el que se disponen dos grandes cuerpos, divididos en tres calles. Llama la atención el uso alternado de esbeltas columnas salomónicas y estípites, una genuina combinación que pudiera deberse al periodo de transición estilístico en el que se produjo la plasmación de la obra. Delgado es posible que se hubiese formado en el periodo de la ya decadente utilización de la columna salomónica, por lo que la introducción en este retablo de la nueva tipología del “barroco–estípite”, no es más que un ejemplo del esfuerzo que aquellos maestros tuvieron que realizar para adaptarse a las nuevas corrientes estilísticas de inicios del siglo XVIII.

Manifiesta todo el conjunto entallado –con un programa iconográfico de exaltación mariana y de la Orden Mínima–, características propias del barroco pleno, representadas por la intercalación de líneas rectas con el dinamismo de cornisas curvadas y su fragmentación, elementos que marcan el tránsito hacia el ático. La visualidad se completa con un exuberante repertorio ornamental en el que adquiere protagonismo la decoración vegetal, articulada a base de festones y guirnaldas de hojarascas. Por toda la superficie lignaria emergen angelitos y bustos de querubines, en evocación de la especial predilección deparada por la imagen hacia los niños, a los que en gran número –se cuenta– congraciaba con sus prodigios y maravillas. La visita incesante de peregrinos, atraídos por el poder milagroso de Consolación, razona la disposición de un amplio camarín a las espaldas de la hornacina principal, sobre el que gravita la articulación de esta hermosísima pieza artística, catalogada como una de las más notorias y monumentales de Andalucía

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