ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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PROGRAMAS ICONOGRÁFICOS DE LA MERCED EN ANDALUCÍA. SEMBLANZAS BARROCAS

0715Una vez conquistados los territorios por los cristianos las órdenes religiosas se prestaron a conseguir terrenos en los que fundar sus respectivos conventos, y patronos que los financiaran.
Poco a poco emergieron los imponentes edificios religiosos góticos o renacentistas que, en la época barroca, se remodelaron o en muchos casos, transformaron casi completamente. Los mercedarios, en relación al incremento del papel que, a nivel social, económico y religioso, iban obteniendo, asistieron a un creciente auge de la imagen devocional de la orden 1. En consonancia desplegaron en el siglo XVII una importante labor de mecenazgo cultural, emprendiendo la redecoración de sus viejas iglesias y cenobios, o erigiendo nuevas construcciones que, a su vez, debieron ser enriquecidas con retablos, esculturas y pinturas en aras de la renovación que preconizaba el Concilio de Trento y, el estilo barroco, ya sabemos, ensalza plásticamente sus tesis doctrinales 2 , sobre todo los descalzos que, desde 1622, eran ya autónomos. Este nuevo ornato se enfocó a difundir el mensaje cristiano, la temática mariana – la mayoría de los conventos se titulaban de Nuestra Señora de la Merced, de las Mercedes o se ponían bajo otra advocación mariana, caso de la Inmaculada en Granada, Lora, Écija, o el de Nuestra Señora de Belén, en Granada y Sanlúcar de Barrameda, ambos de la descalcez-; hacer patente su carisma propio – redención de cautivos –; la hagiográfica con las vidas más o menos legendarias del fundador y de los miembros destacados en santidad, artes o letras; en definitiva, enseñar modelos de la fe, de la piedad y del prestigio alcanzado por ambas órdenes mercedarias. Y por último, el triunfo de las propias órdenes junto con algunos temas bien alegóricos bien legendarios que aúnan a los religiosos con la tradición local de cada ciudad. Dado el considerable volumen de conventos – veinticuatro de la Merced y veintiuno de los descalzos, en nuestra comunidad autónoma, Badajoz y Murcia -, y de obras artísticas que acumularon tales conventos, así como el espacio, forzosamente breve, del que dispongo en estas páginas, tan solo esbozaré los principales programas iconográficos pictóricos de temática hagiográfica y alegórica.

Mª Teresa Ruiz Barrera

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MARÍA DEL ROCÍO, UN NOMBRE PARA LAS NIÑAS DE TRIANA

0709La devoción a la Santísima Virgen del Rocío comenzó a proyectarse hacia el exterior de un mero ámbito local y trascendió límites comarcales para enseñorearse, entre otras devociones ya preexistentes, hacia otros confines provinciales y regionales. Hoy estudiamos en las páginas de ABC la incidencia que este fenómeno devocional describió en el barrio de Triana en la transición de los siglos XVIII y XIX, en el que se convirtieron muy rápidamente como principales devotos y devotas de la milagrosa imagen familias de extracción social bastante humildes.

Mucho antes de que se fundase la filial del Rocío trianera (1813), era conocida en Sevilla y todo su barrio de Triana la devoción a la Virgen del Rocío. Los nombres de los bautizados y bautizadas nos interesan, en este caso, como instrumento de medida del grado de popularidad de las diferentes vírgenes, santos y santas que recibían culto en las iglesias del arrabal. A inicios de junio de 1790 se cristianaba en la parroquia de Santa Ana a Juana del Rocío, hija de Antonio del Toro y Cristobalina Jacoba Farfán de los Godos, una de las primeras niñas documentadas con el nombre de Rocío en esta demarcación. En el último decenio del siglo XVIII recibieron las aguas, con la invocación del mismo nombre, Josefa María del Rocío (1793) y Juana Rita María del Rocío (1796). Por esta razón, las partidas bautismales constituyen una fuente documental de primer orden que nos ayudan a catalogar las preferencias piadosas de cada periodo histórico y a componer su verdadero devocionario popular. En los albores del siglo XIX, entre las mujeres de Triana había muchas Anas, Candelarias, María de los Reyes, Cármenes, Rufinas, Justas, Estrellas, Encarnaciones, María de la O y Patrocinios. Sin embargo, el año de la mortífera fiebre amarilla (1800) continuó repitiéndose la novedad de ponerle a las nacidas el hermoso nombre de María del Rocío. Otras dos crías más, María del Rocío (1801) y María Rita del Rocío (1802), nos sirven para acreditar la popularidad que poseía la patrona de Almonte entre los trianeros.

0710Los apellidos de padres, madres, padrinos y madrinas, como por ejemplo el de María Filigrana (1801), hacen entrever la más que probable cuna gitana de algunas de las familias que eligieron para sus hijas el hermoso nombre de Rocío. Gracias a un padrón del Archivo municipal de Sevilla sabemos que, a principios del Ochocientos, estaba avecindada en el «Corral de la Parra», de la calle de Santo Domingo, una María del Rocío Romero y que, en aquella misma casa de vecinos, se hallaba empadronada también otra tal María del Rocío Jesús. No olvidemos que un buen número de estas corraleras atesoraban ya la experiencia de acudir, en carretas, a romerías como la de Torrijos y Consolación de Utrera, unos claros antecedentes romeros para entender la pronta adaptación del barrio a participar en la Romería del Rocío. A partir de la constitución de la hermandad de Triana aumentaron considerablemente el número de niñas consagradas a la Virgen del Rocío. Nuestras investigaciones confirman, con rigor, el importante calado que el Rocío obtuvo entre las capas más humildes de la sociedad y la idoneidad del fenómeno devocional como método teológico y pastoral en el fomento de la devoción a la Virgen María entre estos sectores sociales.
Dentro de nuestra tradición católica, no es una cuestión menor vincular el título de una advocación mariana al de una mujer. Allí donde ha existido un arraigo cultual hacia una determinada advocación mariana, tradicionalmente se han bautizado niñas con el nombre de la imagen local, aunque ni siquiera estuviese registrada en el santoral. De hecho, en Almonte son bastantes mujeres, e incluso hombres, las que reciben la nominación de Rocío, en el transcurso del siglo XVII y todo el XVIII, extendiéndose la práctica de igual forma a localidades vecinas del Condado, como Rociana, Hinojos, La Palma, Bollullos y otras localidades algo más alejadas como Villamanrique. Pero aquí tan lejos de la Marisma, en una ciudad colmada de manifestaciones de religiosidad popular tan diversas, la presencia del nombre «Rocío», además de contribuir a extender la fama milagrosa de la efigie, refrenda el triunfo de una advocación sobre otras de similar carisma. Esto sucede después de que la devoción al Rocío hubiese conseguido traspasar la frontera de lo local, ampliando su radio de gracia a otros ámbitos de trascendencia provincial e incluso regional. Hoy hemos perdido ya mucha perspectiva histórica y el Rocío, a lo mejor, puede que sea visto por algunos como una manifestación puramente folclórica, desconociendo el valor religioso tan capital que representó para los hombres y las mujeres del ayer. Concretamente, en el caso de Triana, el Rocío es un elemento relevante de su propia identidad, así como un cauce más de expresión cultural, dentro de un barrio con unos valores tremendamente originales, que, precisamente, no han sido copiados. Sevilla, la ciudad que nos hizo ser así, tiene en Triana –y vaya con qué salero y con qué señorío– a la principal romera y devota de su Madre y Señora, la Virgen del Rocío.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR Y AUTOR DE TRABAJOS DE INVESTIGACIÓN SOBRE EL ROCÍO

BAUTIZADAS TRAS LA FUNDACIÓN DE LA FILIAL ROCIERA DE TRIANA

1813
María del Rocío Paula (28 de noviembre)
1814
María del Rocío (19 de junio)
María del Rocío (23 de agosto). Gitana
Juana María del Rocío (30 de agosto)
1815
María del Rocío (11 de mayo)
María del Rocío (6 de junio). ¿Gitana?
María del Rocío (12 de noviembre)
María del Rocío (21 de diciembre). ¿Gitana? 1816
María del Rocío (29 de enero). Gitana
María del Rocío (24 de junio). ¿Gitana?
María del Rocío (27 de diciembre). Gitana
1817
María del Rocío (25 de mayo)
María del Rocío (1 de junio)
María del Rocío (2 de junio)
María del Rocío (9 de agosto)
María del Rocío Pastora (7 de septiembre)
María del Rocío (24 de octubre). Gitana.

(*) Fuente: Parroquia de Santa Ana de Triana. Libros de Bautismos.

DON JOSÉ MARÍA DE IBARRA, PROMOTOR POLÍTICO DE LA FERIA (1847)

0688Un capítulo desconocido de la tramitación para su concesión real

Con antelación a la primera Feria, el Ayuntamiento de Sevilla comenzó a gestionar, ya en el verano de 1846, los trámites administrativos necesarios para obtener del gobierno nacional el permiso que facultase la celebración. Desde el consistorio se mandó a Madrid un expediente bastante amplio con distintas manifestaciones, encabezado por un oficio de petición dirigido personalmente a su majestad la reina. Es bastante conocido el hecho de que don José María Ibarra Gutiérrez de Caviedes (Bilbao, 1816–Sevilla, 1878) y Narciso Bonaplata (Barcelona, 1807–Sevilla, 1869), vasco y catalán, respectivamente, fueron los concejales que, en agosto de 1846, expusieron al Pleno una moción con el fin de organizar un mercado agroganadero libre de derechos contributivos y reactivar la economía de una ciudad, cuyo desarrollo era precario. Pues bien, repasando los documentos que sobre esta cuestión conserva el Archivo Municipal de Sevilla, hemos descubierto que la carta dirigida a Isabel II fue escrita, curiosamente, por el mismísimo Teniente de Alcalde, don José María Ibarra. Ello se deduce de una anotación inserta en la copia del texto elevado a la titular del trono español, junto a una instrucción dirigida al secretario municipal: «Puede copiarse en limpio tal como está. Ibarra.»

0689 «Óleo de Andrés Cortés sobre la Feria de Sevilla (1852). En primer plano don José María Ibarra y su esposa doña María Dolores González. Museo de Bellas Artes de Bilbao»

La misiva, fechada en Sevilla el 23 de septiembre de 1846, no figura suscrita oficialmente por el señor Ibarra al tratarse de una petición oficial realizada por el conjunto de la corporación municipal. Llama la atención el diagnóstico tan certero que efectúa sobre los valores más emblemáticos de la ciudad, situando a la agricultura como principal fuente de riqueza, de la que «depende el bienestar de la mayor parte de la población». Debido al gran número de labradores ricos que vivían en la ciudad, así como muchos otros que había en la provincia y otras limítrofes, que incluso se venían a la capital a pasar ciertas temporadas del año, Sevilla necesitaba establecer una Feria que cumpliese con la doble finalidad de promover transacciones mercantiles, por un lado, e incentivar a los labradores y criadores de ganados para que mejorasen sus productos, por otra. Don José María Ibarra refiere que Madrid y Barcelona organizaban ya las suyas, así como un importante número de ciudades y otros muchos pueblos, motivo por el que Sevilla estaba llamada a acoger todos «los adelantos que se inventan en los demás pueblos», como uno de los principales centros de negocios del país. Y toda esta innovación pasaba, sencillamente, por fortalecer una industria agropecuaria que ayudase a modernizar el extenso y fértil campo del aljarafe y la campiña sevillana. Nuestra ciudad iba a meterse en la segunda mitad del siglo XIX sin haber desarrollado su particular revolución industrial, como sí lo habían hecho otras capitales señeras del país, por lo que este incipiente grupo de empresarios tan emergentes, que en la mayoría de los casos vinieron de otras regiones, quería apostar por mitigar la crisis con la ayuda de la modernización del sector agropecuario. Y eso que un mes después de la primera Feria, se suscitó el «motín del trigo», a causa de la carestía y escasez de los granos (finales de abril y mayo de 1847).

0691Con anterioridad a instalarse aquí, al pie de la Giralda, el emprendedor Ibarra había permanecido ya varios años en Madrid, estudiando su carrera de abogado y trabajando, además, como pasante para don Juan Bravo Murillo (desde 1839 hasta 1841), Ministro de Gracia y Justicia en el momento de la petición ferial. Aunque el anuncio de la concesión real que autorizaba la organización de la Feria lo comunicó oficialmente el señor Jefe político de la provincia, don Antonio Ordoñez, varios días antes Luis de Cuadra se adelantó a soplar la noticia mediante comunicación enviada desde Madrid, el 6 de marzo de 1847, al entonces alcalde constitucional don Alejandro Aguado, conde de Montelirios. Este otro concejal sevillano, que oficiaba en los madriles como diputado de las Cortes por Sevilla, informaba así de las diligencias que él mismo había realizado por los despachos y pasillos de aquella Cámara. El concejal don Luis de Cuadra también se dedicaba al comercio y coincidió con don José María Ibarra en iniciativas económicas relacionadas con la banca. Para la organización de casi todos los eventos del calendario festivo de esta ciudad había que mirar siempre hacia el Palacio Arzobispal, debido al papel preponderante de la Iglesia. Sin embargo, en el caso de la Feria, sus promotores concibieron un acontecimiento eminentemente civil que, para más inri, nació en un contexto de cierto desencuentro entre los miembros del ayuntamiento y el cabildo de la catedral, que venía de algún tiempo atrás. Se hizo posible la sabia compatibilidad entre el mercantilismo desarrollado por la élite burguesa y la forma de ganarse la vida por parte de las clases populares, gracias a la instauración de este acto profano que, de inmediato, terminó convirtiéndose en un hecho festivo y lúdico. Con el tiempo, su principal triunfo ha sido social, pues ha terminado labrándose una de las expresiones culturales con mayor valor patrimonial y etnográfico de Sevilla.

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JULIO MAYO

Los primeros puestecillos de 1847
En la calle San Fernando se colocaron feriantes diferenciados a los ubicados en las exposiciones ganaderas y agrícolas del Prado de San Sebastián. Unos toldos cubrían la calle de las cigarreras, mucho más estrecha que como se conoce hoy. En la acera de la fábrica de tabacos se situaron los puestos de ropas, mercerías y efectos de tiendas, mientras que en la de enfrente se dispusieron las de juguetes, avellanas, chacinas, vinos, frutas y buñuelos. Por unos documentos privados del Conde de Ibarra tenemos noticias de las asistencias ya en aquella primera cita ferial de gitanas buñueleras tan prestigiosas como la señora que acostumbraba a ponerse en la plaza del Salvador, así como otra la de los gitanos de la cava de Triana. Gracias a las crónicas todavía inéditas de González de León se sabe que aquel primer año se hicieron muy buenos negocios de ganados y que la asistencia fue extraordinaria, pese a «haber hecho tres días de aguas, vientos y fríos».

Don José María de Ybarra
En la primera Feria se lució por todo el real una Carretela suya (un coche de caballo de lujo como los empleados para las novias en las bodas de la infanta Elena e hija de la duquesa de Alba), lo que pone de manifiesto el poder adquisitivo del empresario y bancario vasco en el año inaugural de la Feria, aunque luego llegó a acrecentarlo muchísimo más. El entonces primer Teniente de Alcalde, fue clave no sólo por proponer a la corporación municipal una iniciativa de esta naturaleza, junto a una comisión integrada por otros concejales, sino sobre todo por la capacidad intelectual que aportó en la tramitación administrativa y gestión política a fin de conseguir la autorización real para la celebración. Varias pruebas documentales nos han permitido acreditar que él fue quien esbozó y redactó el oficio de petición que el Ayuntamiento de Sevilla le dirigió a la Reina encabezando el expediente de solicitud. Dejó escrito que el alcalde de Mairena del Alcor, pueblo sevillano con una de las ferias más importantes del momento, protestó bastante y trató de entorpecer su labor con tal de que no se estableciese finalmente la Feria de Sevilla en el mes de abril.

GÓMEZ BAJUELO, Gil. «Lo que opinó sobre el primer año de Feria su creador. El conde de Ibarra», en ABC de Sevilla, 18 de abril de 1945, pág. 15

¿POR QUÉ ERES GRAN PODER?

0671Cofradía del Santísimo Poder y Traspaso (siglo XVII)

En la periferia de la ciudad, radicaba la hermandad del Santísimo Poder y Traspaso de Nuestra Señora, colindando con los paños de muralla cercanos a la Puerta Osario, dentro de una capilla de la iglesia del desaparecido convento franciscano del Valle –precedente del actual templo de los Gitanos–, cuando fue tallado el portentoso Nazareno en el año 1620. Al recibir el encargo, Juan de Mesa tuvo que conocer la significación teológica de la advocación que debía encarnar. Un documento autógrafo aparecido en el interior de San Juan Evangelista, durante su restauración hace varias décadas, nos confirma que dicho escultor había sido su autor (1620) y que éste tuvo que ser muy consciente del título de la advocación del Cristo, como se deduce del manuscrito que expresa literalmente haber sido hecho el Discípulo Amado para la «Santa Cofradía del Poder y Traspaso de Nuestra Señora y Ánimas del Purgatorio».

Después de que Mesa realizase la imagen del Señor, los frailes franciscanos ayudaron a aumentar su culto y expandirlo hacia el otro lado del océano, por el Nuevo Mundo. En Quito (Ecuador) se venera desde los años centrales del siglo XVII, una imagen de idéntico título que tomó el modelo sevillano como prototipo escultórico. Gracias a un libro antiguo de «cofradas» que todavía conserva la hermandad del Gran Poder en su Archivo, hemos podido comprobar que en el pasado formaron parte de la corporación ciertas mujeres (Cervantes, Mesa, Miranda y Castro), casadas con tratantes y mercaderes del momento que gozaban de una cierta liquidez económica. Dinamizaron el seno corporativo entonces unos cofrades vinculados a los circuitos comerciales de la época, como lo pone de manifiesto la distribución de huchas y alcancías por muchos enclaves estratégicos, e incluso hasta en América. Esta circunstancia permitió a algunos de sus mayordomos invertir en la adquisición de enseres, vestuarios e imágenes de primer nivel para la cofradía. Representa un claro ejemplo de aquellos cofrades resolutivos, don José García de Verástegui, quien a mediados del siglo XVII logró dotar a la hermandad de un notable esplendor cofradiero, antes nunca conocido, pese a las coyunturas de esterilidad económica propias de la época que le tocó vivir.

En aquella Sevilla corrompida del Seiscientos, todavía con tintes de opulencia debido al tráfico mercantil de los negocios coloniales con América, en la que se vendían y compraban los cargos públicos, con el consentimiento de la Corona, el pueblo llano vivía en medio de una enorme penuria; los privilegiados gozaban de placeres mundanos y la población se martirizaba con cargos de conciencia pecadora, continuamente criticada por los muchísimos curas y frailes que había por todos los rincones. Esa llamada al arrepentimiento arengada desde los púlpitos, llevaba al pueblo a ejercitar prácticas penitenciales que colmasen sus necesidades purificadoras. A diferencia de la cofradía de la Santísima Cruz de Jerusalén (El Silencio), en la que sus penitentes iban descalzos, con coronas de espinas en la cabeza, en imitación de Jesús Nazareno, y con las cruces sobre sus hombros, la del Santísimo Poder permitía a sus penitentes que pudieran sentirse llamados a desprenderse de sus pecados, fortaleciéndose como hombres, emulando los azotes de sus flagelaciones. Prueba del éxito de esta modalidad de disciplina tan arcaica, son las 222 túnicas de sangre, «con sus azotes», que en 1660 empleó la hermandad del Traspaso en su procesión de Semana Santa, al margen de 184 túnicas de luz «para la cera», según recogen las Actas que hemos examinado. En 1680, la sagrada imagen del Gran Poder fue llevada a la Catedral de modo extraordinario en procesión de rogativas, junto a las imágenes más veneradas, por lo que su fama era ya más que notable. Paulatinamente fue eclipsando la importancia devocional del Crucifijo de San Agustín, hermandad vinculada con la nobleza, para cuyo cortejo estaba obligada la hermandad del Traspaso a ceder túnicas de sus disciplinantes, después de cumplir su procesión. En la década última del siglo XVII, la cofradía del Santísimo Poder y Traspaso se marchó del convento del Valle y terminó asentándose en la céntrica parroquia de San Lorenzo (1703), después de haber residido momentáneamente en varias capillas conventuales. Con la llegada a este templo se consuma el fin de una etapa en la que se consagra el éxito devocional de su imagen titular y el de una advocación que trasvasa fronteras, gracias a las iniciativas promovidas por un determinado grupo social adinerado, aunque todavía no aristocrático. Por tanto, esto nos hace ver que el desarrollo iniciático del Gran Poder no la materializó precisamente un barrio, como ocurre en el caso de la Macarena, sino un colectivo aburguesado. Misteriosamente, los devotos encontramos en el rostro del Señor la confortación de una mirada compungida, que parece buscar fervorosamente al pueblo, invitándonos a que lo imitemos y le sigamos; de ahí que el camino de la salvación había de andarse, según la mentalidad religiosa del Siglo de Oro, con el esfuerzo penitente de soportar la cruz de nuestros pecados, a imagen y semejanza del Redentor…, tal como verdaderamente enseña el Gran Poder de Sevilla.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR Y ESTÁ ESPECIALIZADO EN RELIGIOSIDAD POPULAR

Eres Gran Poder porque…
Desde que la hermandad radicaba en el convento franciscano del Valle, las reglas más antiguas que se conocen, fechadas en 1570, diferenciaban en su título Poder y Traspaso. La primera de las invocaciones califica a Dios, como fuente única de todo poder y no alude a ninguna cualidad intermediadora de la Virgen. De hecho, estas mismas reglas en uno de sus capítulos significa que en la procesión se lleve «un Cristo con su cruz a cuestas que se titule Jesús Nazareno del Gran Poder Santísimo». Esta propuesta de profunda carga teológica, que exalta la omnipotencia divina, hubo de ser sugerida a los cofrades fundadores por algún religioso franciscano, u otro mentor espiritual, buen conocedor de la literatura mística del momento. Por ello, no ha de resultarnos extraño que la imagen fuese conocida a nivel popular como «Santísimo Cristo Jesús Nazareno», sin que llegase a trascender mucho en la calle su auténtica denominación aquellos años del siglo XVII. De hecho, en las propias Actas de la hermandad no figura asentado como Gran Poder hasta 1686, dos años antes de que Ruiz Gijón tallara el paso del Señor (1688), decorado con cartelas de pasajes alusivos a episodios de la Biblia mediante la escenificación del gran poder de Dios sobre el pueblo elegido. Razón ésta más que suficiente para entender que la imagen del Gran Poder no tomó su nombre precisamente del mensaje de las andas labradas por Gijón, como incluso ha llegado a afirmarse, sino que los tarjetones recrean plásticamente la riqueza de matices espirituales de una advocación bastante remota de la que también tuvo que ser conocedor el imaginero utrerano.

ALGUNAS CLAVES DEL ÉXITO (SIGLO XVII)

C O F R A D Í A
▪Ubicación periférica en la iglesia del Valle, desde donde esta expresión de religiosidad popular pudo promover sus cultos penitenciales y difundir los milagros impactantes de su imagen titular.
▪Participación de los frailes franciscanos en la difusión de la advocación (Sevilla y América).
▪Grupo social de cofrades con dinero líquido que invirtió en la adquisición de enseres e imágenes de primer nivel escultórico.
▪Modalidad penitencial de la Disciplina. Supuso todo un reto de hombría en aquella Sevilla del siglo XVII.
▪Sevilla y todo su variopinto entramado poblacional fue clave para el exitoso desarrollo de la religiosidad masiva del barroco.

I M A G E N
▪Idoneidad del título de su advocación.
▪Efigie portentosa y monumental.
▪Encarna un Varón de Dolores lleno de virilidad y plenitud, espejo de virtudes espirituales y humanas.
▪El conjunto de su figura sobrecoge, mueve a devoción, irradia fe y proyecta un enorme poder milagroso y taumatúrgico.
▪Desprende personalidad y atrae al clamor popular, debido a su enorme poder de convocatoria. Propicia poder crear grandes vínculos afectivos y tradición.
▪La devoción de un pueblo. Sevilla lo ha hecho su Señor y Él carga con toda la ciudad entera sobre sus hombros. Es una de nuestras principales señas de identidad.

CACHORRO, PADRE DEL PUEBLO GITANO

0666Con anterioridad a que se constituyese la actual Hermandad de Los Gitanos, un grupo de devotos de esta misma raza profesaba devoción al crucificado de El Cachorro. La portentosa imagen recibía culto en la ermita del Patrocinio, situada casi a las afueras del barrio de Triana, en la misma vega. En el siglo XVII, brotó con especial fortaleza por entre espacios marginales, el fenómeno de la religiosidad popular y la práctica penitencial cuando la adversidad más duramente azotaba a la sociedad.

Una devoción de origen marginal nacida en la ermita del Patrocinio de Triana. (tránsito de los siglos XVII al XVIII)

JULIO MAYO

Sevilla no ha conocido un periodo más pródigo en piedad popular, fervor enaltecido, asociacionismo religioso y producción artística de imágenes sagradas que todos aquellos años del siglo XVII, aunque algunos historiadores actuales mantengan la tesis de que nuestra ciudad cayó entonces en una profundísima decadencia, a raíz del descenso poblacional provocado por las mortandades epidémicas de 1649 y 1650. La adversidad favoreció el crecimiento de manifestaciones religiosas de índole penitencial, y desde aquel momento imágenes como la del Santísimo Cristo de la Expiración, conocido popularmente como «El Cachorro», se convirtieron en receptoras de plegarias y promesas elevadas muy especialmente por los trianeros. Así lo concreta don José Bermejo –primer historiador en abordar el pasado de las cofradías trianeras–, en su libro «Glorias Religiosas» dedicado a la historia de nuestra Semana Santa (1882), quien sitúa entre los principales devotos del crucificado a las personas que vivían cerca de la ermita del Patrocinio, donde la admirable talla comenzó a recibir culto hacia 1690 unos ocho años después de que fuese realizada (1682). Prácticamente en medio del campo, al final de la calzada que transcurría desde Sevilla hacia las tierras de Huelva, Extremadura y Portugal, se suscitó una corriente de religiosidad marginal, alejada del control eclesiástico, que satisfacía las necesidades espirituales de aquellas personas cercanas a la ermita. Detallan en su prefacio las reglas fundacionales de la hermandad del Santísimo Cristo de la Expiración, aprobadas por el Arzobispado en 1691, que la ermita del Patrocinio –en los extramuros de la vega de Triana– fue un centro de adoctrinamiento para un sector de la población temporera que vivía agolpada en torno al río Guadalquivir, atraída por la abundante mano de obra de su puerto: sogueros, calafates, marinería, cargadores del muelle, acarreadores, aguadores, mendigos, busconas, pícaros y un sinfín de personas de variada calaña. En el reglamento de la recién constituida cofradía se razona que fue así por «estar situada la referida capilla a un extremo del barrio, distar bastante de la ayuda de la parroquia [de Santa Ana] y habitar entre una y otra cerca de dos mil vecinos, los más de ellos pobres trabajadores o jornaleros».

0667Y analizando la nómina de cofrades que integraban la hermandad de El Cachorro, tanto en los años últimos del siglo XVII, como durante buena parte del XVIII, se detecta la filiación de ciertos miembros de familias gitanas con los apellidos como Escalera, Rodríguez, Núñez, Cortés, Hernández de Vilches, etc. Sabemos que estas familias eran de origen romaní porque bajo las denominaciones de «castellanos nuevos» y «gitanos» figuran registrados en las calles del Barrionuevo (actual Alfarería) y en la de los Tejares, cercanas al Patrocinio, como consta en los padrones del barrio custodiados en los archivos de la parroquia de Santa Ana, Municipal de Sevilla y Arzobispado hispalense. Estos asientos vecinales nos reportan indirectamente una peculiar información sobre el nivel socio económico de aquellos gitanos, al concretar los oficios a los que se dedicaban: tratos de ganados, mercadeo de productos agrícolas, arrieros, trajinantes, carboneros, herrería y fraguas, vendedores ambulantes, oficios del barro, astilleros en la construcción y mantenimiento de embarcaciones, pescadores, camaroneros, trabajadores de las fábricas de jabón, etc. Los documentos también resultan bastante esclarecedores respecto al estatus de algunas de aquellas familias gitanas, que poseían un rango superior a otras de la misma raza, que ni tan siquiera tenían un domicilio fijo.
Mucho antes de que naciera la actual Hermandad de los Gitanos, fundada también curiosamente en Triana, el año 1753, un sector de este grupo comenzó a rendirle culto al crucificado de El Cachorro, sin que la hermandad del Cristo de la Expiración llegase a ser una cofradía de naturaleza étnica, como fueron las del Calvario (Mulatos), Cristo de la Fundación (Negritos), o la del Rosario, que existió en el Patrocinio a finales del siglo XVI y que también estuvo integrada por negros. Pues no es que aquellos gitanos trianeros se empleasen en organizar una cofradía expresamente para ellos, sino que debido a la conexión que este grupo social no privilegiado, tan castigado por las desigualdades, tuvo que sentir con la tragedia que tan magistralmente representa su Expiración, similar al sufrimiento de los perseguidos, fueron convirtiéndose, algunos de sus componentes, en los mejores difusores que tuvo la imagen a nivel popular. De hecho, a finales del siglo XIX la prensa nacional divulgaba ya la leyenda que relacionaba el sobrenombre de la efigie con el pueblo gitano y la histórica devoción que los calés venían dedicándole a ese «Cristo clavado en el madero», al que don Antonio Machado parece que dedicó en Campos de Castilla (1912) su composición de «La Saeta», musicalizada hace escasas décadas por Joan Manuel Serrat. Ese «quejío» agónico de El Cachorro, además de haber contribuido a integrar una población tan diversa como la que albergó el barrio de Triana, ayudó a expandir el credo católico entre los gitanos y también, por qué no decirlo, entre otros muchos vecinos del arrabal, que fueron acrecentando un sentimiento de arraigo, gracias a la cohesión entretejida por un icono que, ya no sólo es contemplado como una imagen devocional, sino como un auténtico símbolo que hoy, en pleno siglo XXI, resulta ser ya santo y seña de toda nuestra Ciudad.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR Y ESTÁ ESPECIALIZADO EN RELIGIOSIDAD POPULAR

Escultor de El Cachorro

El historiador Justino Matute reveló en su Historia de Triana (1818) la identidad del artista que efigió el maravilloso crucificado: Francisco Antonio Gijón. En 1930, el profesor sevillano de Historia del Arte, don José Hernández Díaz, descubrió el contrato de ejecución de la imagen fechado el 1 de abril de 1682. Ruiz Gijón había trabajado ya para Triana y su parroquial de Santa Ana con anterioridad a la hechura de El Cachorro. Recientemente, hemos documentado en la sección de los protocolos notariales del Archivo Histórico Provincial de Sevilla la curiosa estancia y actividad comercial de un tal Fernando Gijón en el barrio de Triana, en 1709. Se abre, de este modo, una sugerente línea de investigación orientada a dilucidar el grado de parentesco del personaje ahora descubierto con el célebre Ruiz Gijón, de quien no debemos olvidar que había venido al mundo en Utrera (1653), lugar en el que históricamente gozó de muy buen asiento la colonia gitana.

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