MONOGRÁFICO SOBRE EL GRAN PODER

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Artículo publicado por Salvador Hernández y Paco Gutiérrez Núñez en el el último número del Boletín de las Cofradías de Sevilla, monográfico sobre el Gran Poder.

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LA PRIMERA SALIDA EXTRAORDINARIA DEL GRAN PODER, EN 1680

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En la historia del Señor de Sevilla, un punto de inflexión subrayado es la salida que realizó en la cuaresma de 1680 a la Santa Iglesia Catedral –hasta ahora la primera documentada–, cuando acudieron varias hermandades antes de Semana Santa, «a implorar la Misericordia del Señor…», debido a la amenaza de un brote de pestilencia y los estragos de una terrible sequía que perjudicaba a las cosechas agrícolas. Aquel ritual de rogativas por falta de lluvias significó para la imagen, que había sido tallada sesenta años antes por Juan de Mesa (1620), el reconocimiento público de la admiración fervorosa que estaba comenzando ya a acaparar, y constituyó además el inicio de una rápida progresión devocional que terminó convirtiéndola en la advocación más importante de la ciudad.

El hambre comenzó a hacer mella y se generó una alarmante situación de pánico colectivo. Entonces, la Iglesia sevillana se anticipó a organizar un recorrido procesional con la Virgen de los Reyes, antes que el Ayuntamiento concretase su dispositivo de plegaria institucional, en torno al crucificado del convento de San Agustín, que no salió hasta once días después. Cada institución poseía, por tanto, una preferencia cultual distinta, por lo que el cabildo catedralicio no dudó en permitir que algunas cofradías entrasen en el templo metropolitano con antelación a la procesión general propuesta por el consistorio. Y la primera que lo hizo fue la del Traspaso, con su Santo Cristo, establecida entonces en el convento franciscano del Valle (hoy de la hermandad de los Gitanos).

Hacía tres meses que no llovía y se pagaba a precio de oro la fanega de trigo (no digamos ya, las hogazas de pan). El pueblo sentía una gran desolación por las desgracias tan continuadas que venía padeciendo. A la peste de 1649 y 1650 se unieron los daños ocasionados por las inundaciones, hambrunas, guerras y otras adversidades que sobrevenían –según la mentalidad religiosa barroca– como castigos por los pecados cometidos por la sociedad. A partir de la segunda mitad del siglo XVII, el modelo de la rogativa fue empleado con reiteración, por los poderes eclesiásticos y civiles, como la mejor herramienta para remediar las calamidades públicas. El entonces arzobispo, don Ambrosio Ignacio Espínola y Guzmán, se propuso paliar «la seca» de 1680 con la celebración de actos penitenciales, propios de las manifestaciones de la religiosidad popular sevillana.

0033En el archivo de la catedral puede leerse en un libro manuscrito, que recoge algunas noticias históricas, esta cita literal: «El martes 19 de marzo la cofradía del Traspasso sacó al Santo Xpto en procesión, pasó por esta Sta Yglesia, entró por la puerta de Sn Miguel toda la nave aRiba y pasó por la capilla Real y se le abrió la puerta de los Palos». Sus cofrades, en efecto, habían solicitado a los canónigos, el día anterior a la festividad de San José, que les dejasen atravesar las naves: «rogando a Jesús, Nuestro Señor, –con el propósito de que– nos socorra con agua remediando la necesidad que padecen los campos». Se consagró de este modo la acción penitencial de ruego y súplica ferviente dirigida a la divinidad a través de su titular cristífero. El cortejo, acompañado también por los frailes franciscanos del Valle, no itineró por el interior como acostumbraba cuando entraba en Semana Santa. El Gran Poder pasó por detrás del presbiterio ante la capilla de la Virgen de los Reyes, pues el deán, don Francisco Domonte, no ordenó quitar la crujía para que pasaran las cofradías entre el coro y el altar mayor, hasta el día después.

La extrema precariedad del momento propició que aumentase de modo considerable el número de penitentes, por lo que las hermandades alcanzaron un gran auge. Precisamente, la del Dolor y Traspaso de Nuestra Señora y Jesús Nazareno procesionaba desde 1669 la mañana del Viernes Santo. En su estación de Semana Santa a la catedral visitaba también el templete de la Cruz del Campo, yendo por la Calzada un buen número de hermanos de luces, disciplinantes e incluso hasta cofradas. Curiosamente, entre 1678 y 1680 desempeñó el cargo de mayordoma y priosta, Laura Delgado, una de las pocas mujeres que hasta la fecha han formado parte de su junta de gobierno. La ubicación periférica de la iglesia del Valle, no impidió que se inscribiesen hermanos de cierto poder adquisitivo, dedicados al comercio, como don José García de Verastegui o Andrés Hipólito de Tamariz, quienes favorecieron que se desarrollase una etapa de esplendor a finales del seiscientos. Fue en aquel tiempo cuando el prestigioso escultor utrerano, Francisco Antonio Ruiz Gijón, autor del Cachorro, realizó el asombroso paso del Señor (1688–1692).

Contó la hermandad con el apoyo difusor de los franciscanos, cuya orden religiosa ayudó mucho a extender la devoción al Cristo, tanto dentro como fuera de nuestra urbe. De hecho, la llevaron hasta América, donde se venera una imagen con el mismo título en Quito (Ecuador) desde el siglo XVII.

La devoción más popular

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Su participación en las invocaciones de 1680 le hace prefigurar a la imagen del Gran Poder entre las de mayor atracción piadosa de aquella Sevilla del Siglo de Oro, después de que el clero facilitase su participación en los ceremoniales de súplica. En los últimos años del siglo XVII llegó a cambiar su establecimiento canónico en dos ocasiones, hasta asentarse en la céntrica parroquia de San Lorenzo (1703). El apoyo de nuevos hermanos acaudalados de la élite local, resultó determinante para destronar la capitalidad que ostentaban devociones medievales, como la Virgen de la Hiniesta o el Santo Crucifijo de San Agustín, por las que históricamente había apostado el ayuntamiento para cumplimentar sus votos de promesa. Algunos de los miembros de las estirpes nobiliarias que veneraban al crucificado agustino de la Puerta Osario, a cuya hermandad estaba obligada la del Traspaso a dejar túnicas para los cofrades de luz, pasaron en generaciones posteriores a incorporarse a la cofradía del Señor. En 1706, volvió a salir de modo extraordinario pidiendo que el rey Felipe V recuperase el principado de Cataluña y reino de Valencia, en plena Guerra de Sucesión española. De su empoderamiento milagroso dio buena fe el beato capuchino fray Diego José de Cádiz, quien, en la segunda mitad del siglo XVIII, escribió sobre su fama pública y la multitud de prodigios que se le atribuían. Ya en el siglo XIX era la imagen de mayor contemplación, tal como acreditan en sus libros Manuel Serrano Ortega y Francisco Almela.

Por encima de su meritoria calidad escultórica, el Gran Poder compendia una singular teología popular que lo hace ser visto por el pueblo sevillano como su auténtico Dios. Como protector, transmite convicción y una fortaleza sobrenatural para cargar con la pesada cruz, definida por mi paisano Romero Murube, como la de «todos los pecados del mundo». Y lo que realmente conquista nuestros corazones, es su valentía. La de esa zancada eterna que da al frente guiándonos y abriéndonos el camino.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR

EL DESCUBRIMIENTO DEL PRIMER ESCUDO DE LA UNIÓN ENTRE LOS PALACIOS Y VILLAFRANCA

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1057Nuestro Archivo Municipal no conserva documentación histórica ninguna sobre el proceso de integración de ambas villas, consumado en 1836. Y no porque hubiesen quedado destruidos los legajos y expedientes por el incendio de 2013, sino por otras vicisitudes de diversa consideración que han impedido que los papeles siquiera llegasen a sobrevivir las primeras décadas de 1900. Esta circunstancia adversa nos llevó a tener que reconstruir este episodio tan importante de nuestra historia local, a través de otros archivos y centros documentales de ámbito provincial, regional y nacional.

En estos días que el Ayuntamiento impulsa la conmemoración del 180º aniversario de la unión, hemos tenido la fortuna de descubrir en el Archivo del Arzobispado de Sevilla una comunicación, fechada el 12 de junio de 1836, que remitió el alcalde don Juan García Vides al gobernador eclesiástico, suplicándole que dejasen ejercer como cura a su hermano don Miguel García en la parroquia del pueblo recién juntado. El oficio lleva estampado, en su parte superior, un precioso sello –primero que se conoce de la unión–, que luego dio origen al escudo municipal. El hallazgo ha venido a resolver muchas dudas sobre el origen del enlace poblacional. Certifica que el nombre que se le otorgó al municipio fue el de Los Palacios y Villafranca, después de que se hiciese desaparecer la referencia locativa «de la Marisma» de Villafranca. Pero una de las aportaciones más novedosas corresponde a la configuración de la escena central, ocupada por dos personas de distinta condición social que representan, por una parte, al administrador de la Casa de Arcos –estado señorial al que perteneció históricamente Los Palacios hasta la definitiva abolición de los señoríos en 1835–, y a un labrador de Villafranca de la Marisma. Estos aparecen curiosamente fundidos en un abrazo fraternal y no dándose la mano, como muestra el escudo actual. Queda patente así la gran victoria de aquellos hombres que consiguieron desterrar privilegios de siglos anteriores y plasmaron así el triunfo de la lucha social y política del momento. Subyace del icono un trasfondo ideológico que exalta la igualdad de los hombres. No solo ante Dios como había sido hasta entonces, sino también ante la ley y la vida misma.

La fusión de Villafranca de la Marisma con Los Palacios constituyó un hito en la distribución racional de la propiedad agrícola y organización del propio término municipal. Se impulsó un reparto equitativo de las tierras expropiadas por el gobierno a la Iglesia mediante la desamortización, y los terrenos de Propios del común se parcelaron para poder ser repartidos en lotes de tierras entre muchas familias, que pudieron comprarlas o alquilarlas. Los medianos propietarios terminarán convirtiéndose en el pilar fundamental de la sociedad local, naciendo así un nuevo movimiento obrero como alternativa al capitalismo.

Por tanto, este primer escudo es un espejo que proyecta la significación que la unión supuso en aquellos momentos del primer tercio del siglo XIX, en el que los pueblos sevillanos y españoles iniciaron su reorganización política, económica y sociocultural, al tiempo que comenzaron a establecer las bases para su desarrollo, después de que el ministro Javier de Burgos hubiese promulgado la división provincial de España en 1833.

Aquel histórico acuerdo de 1836, que encarna el logro de la lucha por la tierra y representa la pujanza de la actividad agroganadera, es a nuestro juicio el homenaje más hermoso que se le puede tributar a la memoria de aquellos y aquellas que han trabajado tanto, de sol a sol, porque son ellos verdaderamente quienes llevan escrita la historia de este pueblo en las palmas de sus manos encalladas y agrietadas, pero también rebosantes de humanidad.

JULIO MAYO

LA ORDEN DE PREDICADORES Y LA TRADICIÓN CULTURAL DE LAS COPLAS DE LOS ROSARIOS DE LA AURORA EN ESPAÑA DURANTE LA MODERNIDAD

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Desde finales del siglo XVII hay una rica y numerosa literatura popular derivada del fenómeno de los rosarios públicos o de la aurora que, auspiciado por misioneros de la Orden de Predicadores y otras congregaciones, supone una extraordinaria manifestación de la religiosidad popular dominicana. Las coplas de la aurora constituyen un patrimonio cultural donde se mezcla la teología culta con la popular, la catequesis misional y la devoción ingenua de los fieles. La ponencia quiere establecer una clasificación de estas coplas y un análisis histórico-literario-teológico de las más representativas de toda la geografía nacional española.

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¿DE QUIÉN ES LA VIRGEN DE CONSOLACIÓN DE UTRERA?

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Varias cartas, fechadas entre 1841 y 1845, de la serie documental de los Asuntos Despachados del Archivo arzobispal de Sevilla, arrojan una serie de claves muy sugerentes respecto a la propiedad de Nuestra Señora de Consolación, en las que se discute si la imagen correspondía a la institución eclesiástica, en medio de la disputa que mantuvieron los miembros de su hermandad con el clero parroquial de Santa María de la Mesa –histórica collación de la que depende–, a cuenta de la colecturía de misas y limosnas que se recaudaban en la festividad principal de la Virgen, cada 8 de septiembre. Se suscitaba así la eterna lucha encubierta entre el clero secular y, en este caso, la hermandad de la Virgen por controlar el culto de una imagen de gran devoción, que propicia una considerable fuente de ingreso económico.

Es el propio hermano mayor, don Joaquín Giráldez, quien se dirige entonces al ministro de la Gobernación para manifestar que, después de que los frailes Mínimos fuesen expulsados definitivamente del convento, y quedasen confiscados todos los bienes de la comunidad religiosa por el Estado, el templo de la patrona de Utrera había quedado prácticamente abandonado, como la mayor parte de todos los que se hallaban a las afueras de las poblaciones. Pese a que la hermandad se había hecho cargo de su mantenimiento y el culto a la Virgen, el devoto Giráldez se quejaba de que el clero local se había adjudicado la pertenencia de la imagen, después de la marcha de los monjes. Argumenta en su escrito el hermano mayor que la apropiación se había producido a causa de una circunstancia sobrevenida, provocada excepcionalmente por los dictámenes gubernamentales y que, por tanto, los derechos de propiedad de la misma habían pasado a manos del ordinario eclesiástico de modo accidental.


Devoción de arraigo popular

El caso es que la Virgen de Consolación, después de que los religiosos abandonasen el santuario en 1835, nunca llegó a trasladarse al templo parroquial de Santa María. No recogían las leyes desamortizadoras, en ningún caso, que las tallas pasasen a la parroquia en la que hubiese estado enclavado el convento. Y sí disponían, sin embargo, que se quedasen abiertos este tipo de templos, «necesarios para la comodidad y pasto espiritual», como el utrerano, en los que residía una devoción de arraigo popular.
En el mes de agosto de 1842, se erigió precisamente una nueva hermandad bajo el título de Consolación, para canalizar la enorme devoción que aún continuaba profesándosele a la imagen, pese a que el gobierno ilustrado de Carlos III hubiese ordenado suspenderla, después de que prohibiese la celebración de la romería y procesión, por ejercitarse en ellas prácticas irrespetuosas (1771). No se trató de una extinción de la hermandad por decrecimiento del culto, sino que esta fue forzosamente suspendida como consecuencia de una exagerada medida represora, impuesta desde la Corona, sin posibilidad ninguna de reanudar su actividad hasta que la autoridad civil le facilitó, en aquellos años centrales del siglo XIX, una cierta cobertura legal mediante la aprobación de sus nuevas reglas.
Pero el misterio radica quizá, en saber interpretar adecuadamente el principio de este riquísimo fenómeno devocional. Así narra el erudito utrerano Rodrigo Caro, en su libro sobre el Santuario de Nuestra Señora de Consolación, publicado en 1622, la llegada de la Virgen: «En el año 1507, una mujer vecina de Sevilla, tenía consigo esta venerable imagen. Después de una epidemia de peste determinó venirse a Utrera, donde tenía una hija viviendo que se decía Marina Ruiz». Años más tarde, al hacerse mayor esta utrerana llevó la talla «al emparedamiento del Antigua», de donde pasó al poco tiempo a la ermita de los monjes, establecida en el camino de los espiritistas, muy cerca del actual santuario.

Nos enseña la historia de Consolación que aquella imagen, ofrecida por una señora particular, se llevó después al extrarradio del pueblo, lejos del templo parroquial, donde creció su prestigio y fama como imagen milagrosa, sin que su origen guarde relación ninguna con Santa María, para cuya iglesia ni fue hecha ni donada. De hecho, cuando a finales del mes de marzo de 1561 se hicieron cargo de la ermita los frailes Mínimos, y se protocoló ante notario el inventario de los bienes, figura asentada en la relación que hemos consultado la imagen de Nuestra Señora de Consolación. Es cierto que los derechos de la colecturía los percibía la parroquia. Pero su clerecía, como mucho, limitó siempre sus funciones a vigilar el uso digno de una representación sagrada de la Virgen María, sin que nunca interfiriera sobre las donaciones que recibían los Mínimos ni en el adorno de la efigie, como lo pone de manifiesto el hecho de que el barquito de oro lo donase, a los propios monjes, Rodrigo de Salinas en 1579, y no a la parroquial. En el pasado, la Iglesia no mostró tampoco mucha preocupación sobre la cuestión jurídica de la propiedad de la imagen, pues su interés radicaba más bien en la administración de un bien espiritual, y no en el de una talla física.

Virgen de los gitanos
Por la ermita iban y venían personas de condiciones sociales y nacionalidades distintas (flamencos, portugueses, italianos…). Pero al margen de los participantes de la Carrera de Indias, que imploraban protección en sus travesías hacia América (marineros, pilotos, capitanes, comerciantes, frailes, etcétera) cuando marchaban hacia los puertos gaditanos, se convirtieron en grandes devotos suyos un buen número de peregrinos pobres y errantes que acudían en romería durante todo el año para suplicarle a la Virgen buenaventura. En sus orígenes, Consolación atrajo una población marginal perdida, en muchos casos, para la vida de la Iglesia, que terminó agrupándose en una pequeña aldea organizada en torno a la ermita. La enorme concurrencia de peregrinos y la animada actividad comercial de este escenario de trueque, hizo que allí se avecindaran varias familias gitanas. Nació así la feria. Es un hecho constatado la presencia de ganado en el interior de la ermita, en una de las ocasiones que fue abandonada antes de que llegasen los Mínimos. No deja de ser sintomático también que el rostro de la Virgen fuese inicialmente moreno y «muy oscurecido» hasta que, con los años, terminó aclarándose. Contaba en el siglo XVII el escritor sevillano Juan de Arguijo que Consolación obraba milagros a gitanos como don Diego Tello, un caballero de Sevilla hábil, en juegos de naipes, que había perdido la vista de un ojo refinando un poco de pólvora. Así se entiende ahora que algunas gitanas como María Hernández dispusiesen en su testamento, fechado en 1589, enterrarse dentro del santuario junto a la Virgen.

Y porque nadie como Ella ha sabido llenar de espiritualidad mariana, y ocupar los espacios del alma de esta tierra purísima, sus hijos lucharon desde muy antiguo por acogerse bajo la protección de su Madre y Reina. Casi una década antes de que concluyera aquel floreciente siglo XVI, el ayuntamiento la había nombrado ya patrona de la localidad, aunque no se conserva el acta de la proclamación. Conocemos la noticia por otros documentos del propio Archivo municipal y los testimonios escritos del mismo Rodrigo Caro. El pueblo la hizo suya a base de amor, porque en su intermediación encontró soluciones a tantos conflictos, adversidades y fatalidades, que acabó hermanando el bello título de la advocación con su identidad misma, que en definitiva es su propia pertenencia. Razón esta por la que, desde hace ya varios siglos, Consolación es patrimonio del pueblo de Utrera.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR
Y AUTOR DE NUMEROSOS ESTUDIOS
SOBRE CONSOLACIÓN DE UTRERA

UN DOCUMENTO ANTIGUO SOBRE EL PATRONAZGO DE LAS NIEVES DE LOS PALACIOS

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Publicado en ABC de Sevilla, viernes 5 de agosto de 2016, pág. 28.

Concerniente al patronazgo que la Santísima Virgen de las Nieves viene regentando históricamente sobre Los Palacios, había sido muy escueta la información que hasta el momento poseíamos, mínimamente aportada por varios expedientes de la segunda mitad del siglo XVIII, y otros tantos fechados en el transcurso del XIX. Conocíamos que una pequeña efigie gótica de talla era la representación escultórica de la primitiva imagen titular de la parroquia –pues la actual es de vestir–, dedicada precisamente al título de Santa María la Blanca, desde que se edificara el templo hacia 1440 por mandato del duque de Arcos, don Juan Ponce de León. Sin embargo, el descubrimiento del acuerdo adoptado por el Concejo municipal de Los Palacios, el 9 de febrero de 1653, en el que figura invocada como patrona –según expresa el acta– «la gloriosa Virgen, Santa María de las Nieves», documenta con rigor la alta distinción que los moradores de la población le habían otorgado ya, con anterioridad a aquel momento de tanta penuria de mediados del siglo XVII, en el que tantos estragos causó la pestilencia entre los habitantes. En razón de la protección milagrosa que la Virgen Blanca hubo de proporcionar al vecindario en momentos adversos, es muy posible que la corporación la hubiese proclamado patrona, incluso antes de que visitasen el pueblo los Reyes Católicos (1490), y hasta el mismísimo Cristóbal Colón, acogido como huésped por el cura y cronista, don Andrés Bernáldez en 1496, después de que el conquistador regresase de su segundo viaje a América.

Este interesantísimo manuscrito se conserva en el Archivo parroquial de San Juan Bautista de Marchena, cuyo municipio fue durante varios siglos cabeza del estado de Arcos y, en cuyo templo llegaron a solemnizarse importantes funciones religiosas, a las que acudían los representantes de cada uno de los lugares del señorío. Una de aquellas convocatorias colectivas tuvo lugar el domingo 26 de febrero de 1653, día en el que la casa de Arcos renovó su adhesión a la defensa de la pureza inmaculada de la Virgen María, por haber sido concebida sin mancha de pecado original. Al margen de los valores religiosos del documento que analizamos, queremos resaltar así mismo la significación política que representó aquel gesto de apoyo institucional, brindado por la casa de Arcos a la monarquía hispánica, que tanto se involucró en requerir al Papa la definición del dogma concepcionista, entre la gran oleada de votos que se suscribieron aquel mismo año de 1653 en numerosos pueblos de Andalucía, a raíz de la iniciativa promovida desde la Corte. A aquella misma fecha corresponde también, por ejemplo, la invocación inmaculista rogada por el pueblo de Almonte a la Virgen del Rocío.

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El acta remitida por el Ayuntamiento de Los Palacios no puede confundirse con el nombramiento oficial del patronazgo, porque se trata de una petición implorada por la corporación municipal a la Virgen de las Nieves, así como a todos los santos del cielo, con el propósito de que ayudase a conservar vivo este misterio de la fe católica entre los pobladores del estado de Arcos. El entonces duque, don Rodrigo Ponce de León, solicitó a cada uno de los cabildos civiles que se oficiara simultáneamente en la iglesia principal de cada pueblo, con independencia de la celebración en Marchena, otro acto litúrgico de gran boato, en el que se invocara la virtud virginal de María. Según el testimonio que hemos descubierto, componían el Concejo, Justicia y Regimiento de Los Palacios, el corregidor don Juan Esteban Pachón, los alcaldes Nicolás Martín Moreno y Andrés López Gallardo, el Alguacil mayor Diego Lozano Cortés, y los regidores Hernando Moreno, Alonso Muñoz Parrales, Domingo Hurtado y Francisco Falcón, junto a otros tantos concejales más. Es muy llamativo que uno de los testigos comparecientes ante el escribano palaciego que autentificó el acuerdo, fuese el vecino de Villafranca de la Marisma, Francisco Begines. En aquellos años del Barroco aún no se había producido la unión de ambas localidades. No obstante, a nivel eclesiástico sí dependían conjuntamente del mismo templo parroquial, situado en la jurisdicción de la antigua villa de Los Palacios.

Hasta 1836, una vez que desaparecieron los señoríos, no se consumó la unidad política entre Villafranca y Los Palacios, que continuó conservando el reinado espiritual de Nuestra Señora de las Nieves. El gran esfuerzo de su vecindad por formar un solo pueblo –fundamentado en el hermanamiento y no en la independencia–, no se ha perdido, pues fue el acontecimiento más importante de toda la Historia local. Como tampoco quedó relegado al olvido el compromiso religioso y la perseverancia de aquellas mujeres y hombres que mantuvieron intacto el legado cultural recibido de sus antepasados, cuyo símbolo más logrado aún lo encarna hoy, cuando se conmemora el 180º aniversario de la unión (1836-2016), la resplandeciente blancura inmaculada de su Madre de las Nieves.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR Y ARCHIVERO MUNICIPAL DE LOS PALACIOS Y VILLAFRANCA

Fuente: http://sevilla.abc.es/provincia/sevi-documento-antiguo-sobre-patronazgo-nieves-palacios-201608051851_noticia.html

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