ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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LAS NIE­VES DE LOS PA­LA­CIOS Y SU FES­TI­VI­DAD EN EL SI­GLO XVI

Es posible que la festividad litúrgica de la imagen titular de la parroquia –autorizada a ser construida por la Carta puebla de 1374– comenzara a solemnizarse hacia 1440, una vez puesta bajo la advocación de Santa María de la Blanca, después de que la casa de Arcos hubiese adquirido la propiedad y el señorío de la villa de Los Palacios a los González de Medina, en las primeras décadas del siglo XV. Un documento desconocido hasta ahora acredita que, al menos a partir de 1526, el día de las Nieves se conmemoraba cada 5 de agosto, con una función solemne oficiada en el altar mayor del primitivo templo gótico, de menor tamaño al actual. En un modesto retablo gótico –anterior al que acogió desde el siglo XVII el lienzo de Pablo Legot–, se encontraba una pequeña escultura medieval, tallada de madera, que sería reemplazada por otra imagen en el transcurso del XVIII, sustituida años más tarde también por la actual que realizó el escultor sevillano, Gabriel de Astorga Miranda, en 1864. Esta referencia descubierta, acredita la antigüedad con la que la advocación mariana palaciega era festejada por encima, incluso, de Consolación de Utrera, no venerada con mayor popularidad hasta superadas las primeras décadas del siglo XVI. Entonces, la villa de Los Palacios era un lugar de paso muy transitado, que había recibido las visitas ilustres de los mismísimos Reyes Católicos y hasta el propio Cristóbal Colón, en 1490 y 1496 respectivamente. Estaba situada en el mapa del mundo como una entidad política mucho más veterana, por ejemplo, que los virreinatos españoles o las jóvenes repúblicas americanas (Estados Unidos, Perú o Méjico).

El manuscrito refiere con literalidad que la parroquia «le ha de decir una Fiesta de Nuestra Señora de Las Nieves en cada un año, con su aniversario, por quien dejó este dicho tributo». La imposición consta asentada con el número 11 de las encargadas por los feligreses, según los libros de fábrica más antiguos del Archivo parroquial. El ordenamiento se otorgó ante el escribano público de Los Palacios, Juan Jiménez, el 26 de octubre de aquel 1526, concretándose que todos los gastos ocasionados por la organización de la fiesta religiosa (derechos parroquiales por asistencia del clero, cera, exorno floral y órgano) serían sufragados con el dinero obtenido del alquiler de una casa que había sido del barbero, Juan Sánchez, ubicada en la entonces denominada calle del Rey, hoy rotulada como Nuestra Señora de la Aurora. Aquella vivienda poseía un amplio corral, con postigo a la calle Nueva. Este tributo se renovó en 1560 a favor de Pedro Sánchez, responsable de abonárselo al erario parroquial por disfrutar de la casa.

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Curiosamente, estos dos inmuebles se hallaban incardinados en la jurisdicción territorial de la Los Palacios, no en el de Villafranca de la Marisma.
Toda esta información resulta de gran interés, pues sobre el culto reglado de patronas y titulares parroquiales no es habitual poder disponer de este tipo de registros fehacientes, con fechas tan remotas. Una de las fuentes documentales menos exploradas por los investigadores, son las dotaciones de tributos, memorias de misas, capellanías y patronatos dejados por feligreses benefactores. Con la renta del alquiler de bienes urbanos, y rústicos, se financiaron las celebraciones de muchas fiestas religiosas, procesiones y aniversarios de imágenes devocionales, ayudando con ello a mantener el culto de numerosas advocaciones, aumentarlo y mejorar sustanciosamente el boato celebrativo de sus correspondientes rituales.

Bastante significativo debía ser la piedad fervorosa que los palaciegos le profesaban a Santa María de la Blanca en aquellos años, invocada como especial protectora del vecindario. Lo pone de manifiesto el número de dotaciones distintas dedicadas a festejar su día litúrgico, con independencia de la celebración institucional, presumiblemente patrocinada por el Ayuntamiento (si fuese su patrona) o el propio templo parroquial. En 1596, se otorgó otra obligación más. La de doña María Gómez de Escobar, esposa de Ruy Gómez de Figueroa, sobre una casa con tahona, también de la calle Real de Los Palacios, actual de la Aurora, con cuyas rentas poder pagar las misas cantadas de la fiesta principal y sus vísperas. Por otros documentos, sabemos que las intenciones piadosas mantuvieron cierta continuidad. En el siglo XVII, se fundaron otras más en torno a la festividad de las Nieves y días sucesivos, en los que se celebraba una Octava que terminaba el 15 de agosto, fecha en la que se situó la procesión de la patrona en el XIX.

Hoefnagel dibujó los perfiles del primitivo templo parroquial, cerca del desaparecido castillo y algunas de las casas que componían aquel pueblo situado a los pies del itinerario indiano, trazado desde Sevilla hacia los puertos gaditanos, en el esplendor económico de la Carrera de Indias. Años más tarde apareció el grabado en el «Civitatis Orbis Terrarum» (1565), junto a otras villas y lugares del antiguo reino de Sevilla, como Las Alcantarillas, Las Cabezas y Lebrija, aunque con la ausencia de Utrera, ruta que acogerá un mayor trasiego superadas ya las primeras décadas de 1500.

La importancia que el ayuntamiento de Sevilla le confería a la estratégica localización de Los Palacios, por donde circundaron expediciones como la de Pedrarias para embarcar en los puertos gaditanos rumbo hacia América, queda refrendada con la iniciativa poblacional que promovió en 1501. El cabildo hispalense fundó el núcleo de Villafranca de la Marisma, pegado a Los Palacios, incentivando a un buen número de colonos para que viniesen a poblarla y poder frenar la expansión de los Ponce de León (señores de Arcos). Vino a establecerse una importante población de judíos conversos, según la narración de don Andrés Bernáldez, el cura de Los Palacios, quien recoge en sus «Crónicas de los Reyes Católicos» que llegó a bautizar más de cien. A partir de entonces, Santa María la Blanca se convirtió en la iglesia parroquial de las dos entidades poblacionales, separadas hasta que se fusionaron en 1836.

Cuando Lutero celebra su primer oficio eucarístico reformado en el año 1526, los feligreses de ambos pueblos continuaron rindiéndole culto popular a la Virgen María, en días como el de hoy. Todo el legado patrimonial que representa para nuestra historia Santa María de las Nieves, en su conjunto, es una muestra de la riquísima herencia religiosa y cultural recibida del pasado. Ahora, ha cristalizado en una auténtica seña de identidad. Este tipo de expresiones son fundamentales en el entendimiento de los diversos valores aportados por cada uno de los municipios sevillanos, en beneficio de que la capital llegase a consolidarse como una modélica urbe metropolitana. En la festividad de las Nieves, somos más conscientes de la importancia que, para la obra universal de Sevilla en el mundo, acabaron por tener pueblos como Los Palacios y Villafranca.

Fuente: http://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-nieves-palacios-y-festividad-siglo-201708051914_noticia.html

JULIO MAYO ES HISTORIADOR

SANTA ANA, TAMBIÉN MADRE DE LOS GITANOS DE TRIANA

«Y lo que más admira es que habiendo en este barrio gran número de gitanos, especie de gente que se nota de poco aplicada a lo espiritual, se observó también que muchos confesaron generalmente y se distinguieron en las penitencias, e hicieron restituciones». Esto resalta la crónica manuscrita, consultada en la Biblioteca Nacional de España, de la misión dirigida en Triana por el célebre predicador jesuita Pedro de Calatayud en la primavera de 1757. El barrio contaba entonces con una importante población gitana que se hallaba integrada, ya plenamente, en su vida social, pero lo que le llamó poderosamente la atención al predicador fue el gran número de miembros de la raza calé que participaron en los ejercicios espirituales.
Curiosamente, la imagen de Santa Ana conservaba todavía su tez «renegría», en la segunda mitad del siglo XVIII. Una invocación de los «Ejercicios devotos», mandados a imprimir en 1763 por el superintendente, José Martínez Elizalde, repara que sobre su rostro: «… se derrama, entre el aire de la majestad, un color moreno y hermoso». Inevitablemente, los gitanos de Triana acabaron integrando a Santa Ana en su propio devocionario, entre otras razones también, por la similitud con su semblante. Y lo que sorprende es que la cara de la santa no se hubiese adaptado pronto a las exigencias estéticas del barroco, como sucedió en el caso de Consolación de Utrera -venerada también por gitanos-, sobre la que Rodrigo Caro cuenta que cambió su tez a inicios del siglo XVII.

“Orígenes de la actual fiesta
La velada comenzó muchos siglos atrás como una antigua romería a la que concurrían peregrinos, según refiere Justino Matute en su «Aparato»

La trianera imagen de Santa Ana adquirió fama de milagrosa, desde que ayudara a Fernando III a consumar la reconquista y librase al rey Alfonso X el Sabio de una ceguera, cuentan las leyendas. Con el paso de los siglos, el patronazgo de la imagen evolucionó. De protectora bélica en sus orígenes medievales, pasó a distinguirse como preservadora de naves y embarcaciones, adquiriendo así un manifiesto carácter americanista.

0082Justino Matute refiere en su «Aparato para escribir la historia de Triana (1818)» que la velada comenzó muchos siglos atrás como una antigua romería a la que concurrían peregrinos. En la víspera de la festividad litúrgica de Santa Ana, que es la de Santiago Apóstol (también protector de los reconquistadores cristianos), se iluminaban la torre y azoteas de la parroquia trianera, desde donde se lanzaban fuegos artificiales. En los siglos XVI y XVII, salía una procesión desde el hospital hasta la parroquial de Santa Ana, organizada por la cofradía de la santa (estaciones a Santa Ana recordadas por el Abad Gordillo), cuya corporación terminó languideciendo con el paso del tiempo. Eran días de mucho bullicio. No cabe duda de que esta idiosincrasia festiva que históricamente ha caracterizado tanto a Triana, debe mucho más a los gitanos establecidos en ella desde la irrupción de la Carrera de Indias en el siglo XVI, que a los castellanos que vinieron a poblarla en el XIII.

La autoridad eclesiástica trató siempre de supervisar el jolgorio dentro de la collación. Atendamos a una disposición de control, aunque corresponda a una modalidad de velada distinta. En 1715, el vicario general del arzobispado, don Pedro Román Meléndez, tenía noticias del abuso «… de las que llaman Beladas o Belatorio (sic), concurriendo en la casa de los difuntos muchas mujeres y hombres de todos estados a bailes y fiestas de que se siguen muchas ofensas a Dios Nuestro Señor». Para corregirlo, ordenó a los curas del barrio se asegurasen, con ayuda de la justicia, de que «las personas que se queden a velar los difuntos (sic) sean tales que quien se pueda presumir le encomendarán a Dios y consolarán las personas de la tal casa, y contraviniéndose a esto darán cuenta a vuestra Ilustrísima para aplicar más eficaz remedio».

“Quejas y abuso de la fiesta
El gobierno ilustrado de Carlos III aprobó una real orden que prohibía las veladas en las iglesias durante las vísperas de las fiestas como la de Santa Ana

Algunas restricciones promovidas por la Iglesia contra los excesos nocturnos de las veladas, como la dictada en 1742, no alcanzaron demasiado éxito porque continuaron festejándose. Durante el último tercio de aquel siglo, volvió a estrecharse la legislación. En el Archivo Histórico Nacional se conserva la queja elevada a Madrid por el provisor del arzobispado hispalense sobre este tipo de reuniones. En el año 1778, el gobierno ilustrado de Carlos III aprobó una real orden que prohibía que «en las noches vísperas de los santos, que en las iglesias se celebraban como titulares, hubiese veladas inmediatas a dichas iglesias y que estas estuviesen cerradas a la oración, sin permitir se hiciesen a ellas paseos, ni otros estímulos de prevaricación y escándalo».

Esta medida represora fracasó con el tiempo, pues a la vuelta de unos años se reanudó. Es llamativo que en Sevilla no haya sobrevivido a los tiempos ninguna otra velada, más que esta de Triana, por lo que adquiere mucho peso la contribución del pueblo gitano, al convertirse en un evento festivo que ha servido como herramienta de cohesión social dentro del barrio.

En padrones y partidas de nacimiento, matrimonio y defunción del archivo parroquial de Santa Ana, hemos verificado el lógico predominio de las Anas entre las trianeras, abundando también como acreedoras del nombre muchas niñas nacidas en el seno de familias gitanas.

No fue muy frecuente que la imagen titular de un templo parroquial constituyese un reclamo atractivo de veneración popular entre los fieles de una feligresía. Sin embargo, ocurrió en Triana con Santa Ana, cuyo poderoso atributo milagroso atrajo también la devoción de las familias gitanas, asentadas en las calles más céntricas del barrio, en ese esfuerzo de sociabilización que realizaron.

Una prueba evidente de la participación activa del colectivo étnico en las prácticas de piedad cristiana, con el consentimiento expreso de la autoridad eclesiástica, fue la organización de la hermandad penitencial de los Gitanos, fundada en el hospital del Sancti Spiritus de esta collación que estudiamos, en 1758. Y porque los gitanos están en la síntesis cultural de Triana, la convivencia de estos con el resto de los vecinos y la peculiar forma de concebir la gitanería, e interpretar, la piedad popular, así como el modo de vivir y sentir la fiesta -a través también del fervor a Santa Ana-, ha resultado trascendental en la construcción de la personalidad de Triana.

Fuente: http://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-santa-tambien-madre-gitanos-triana-201707271300_noticia.html

JULIO MAYO ES HISTORIADOR

SE CUMPLE 160 AÑOS DE LA COMPRA DE UNA CASA PARA TERMINAR LA FACHADA DEL AYUNTAMIENTO DE ÉCIJA

Uno de los objetivos que se marcó, a mediados del siglo XIX,el alcalde de Écija Pablo Coello y Díaz fue terminar y completar el edificio del Ayuntamiento. La primera autoridad municipal en sesión celebrada el 23 de mayo de 1887 llevó al pleno laresolución del Gobernador Civil de Sevilla, por la que se aprobó el proyecto para continuar las obras de reedificación de lasCasas Consistoriales, es decir, la parte comprendida desde el centro de la fachada a la sala capitular. Para llevar a cabo este objetivo era preciso adquirir la casa número 10 de la Plaza Mayor facultándosele en esta sesión para llevar a cabo cuantas gestiones fueran necesarias o convenientes.

El alcalde puso todo su empeñoen esta tarea,tanto es así que, el 6 de junio de 1887 en la sesión plenaria de la Corporación manifestó”que cumplido el encargo que la corporación municipal le confirió en sesión de 23 de mayo pasado respecto a la compra de la casa a tal efecto había mantenido”varias conferencias” con el administrador que la propiedad tiene en esta ciudad, siendo el resultado de ellasel acuerdo para adquirir el inmueble por un importe de 6.500 pesetas”. El pleno se mostró conforme y acordó facultarle para que en nombre y representación del Ayuntamiento concurriera al otorgamiento de la escritura pública.Efectivamente el 6 de junio de 1887, comparecen ante el notario de Écija don Manuel García de Soria para llevar a cabo la compraventa de un edificio que tiene la siguiente descripción:”casa sita en Plaza Mayor de esta ciudad, marcada con el número 10, habiendo tenido puerta de entrada por la Plaza de Santa María, lindando: derecha con el ayuntamiento, izquierda forma ángulo a la Plaza de Santa María y espalda, con el Ayuntamiento. Tiene una superficie de 46 m2 y en ella se encuentran tres pisos, contando con agua de pie”.

Es de señalar que el inmueble era propiedad de María de los Dolores Baillo y Justiniani, vecina de la villa Campo de Criptana, (Ciudad Real) de 59 años de edad que le pertenecía por herencia de su hermana María Antonia. La compraventa se pactó por un importe de 6500 pesetas, haciéndose constar que dicha compra se hacía a favor del Ayuntamiento de Écija y su caudal de propio, “con destino al ensanche de las Casas Consistoriales como se acredita con la certificación incorporada a la matriz de la escritura de compraventa”.

No se hizo tampoco esperar la adjudicación de las obras de reedificación y nuevamente ante el notario de Écija el 12 de agosto de 1887 comparecen, de una parte, don Pablo Coello y Díaz, soltero, alcalde presidente del Ayuntamiento de Écija; y de otra, José María Muñoz Escalera, vecino de Écija, calle Palma, viudo, de 58 años contratista y único postor. El objeto del documento público eraadjudicar las obras de nueva construcción de la parte de parte comprendida entre el centro de la fachada principal y las salas de sesiones; “obras que se ejecutaran, según el pliego de condiciones, en las formas y condiciones de las ya construidas con anterioridad puesto que son una continuación de las mismas”.En el documento notarial se recoge punto por punto las obras que había que realizar de forma pormenorizada entre ellas:

“…-Los balaustres serán de barro cocido de las dimensiones y formas marcadas en el plano perfectamente labrados y sentados con solares y antepechos de madera, forrados de sinc.

-las rejas de las ventanas serán de hierro dulce, formado de cabilla, sencillo pero de esmerada labor.
-Las puertas y ventanas se ejecutaran con la mayor perfección, empleándose materiales de primera calidad.
-Las cubiertas de los tejados serán al estilo del país, esmeradamente construido sobre cuarterones de pino flandes.
-Las cornisas serán de ladrillos cortados en limpio…”

Igualmente se pactó que serán de cuenta del contratista el derribo del edificio, “quedando en beneficio del mismo los materiales de dicho derribo quepodrá utilizarlos en las obras siempre a juicio del director”. El presupuesto de las obras ascendióa 23.493, 64 pesetascon un plazo de duración de cuatro meses a partir del otorgamiento de la escritura pública.

Si no fuera porque todo lo anterior está recogido en documentos públicos, no se puedecreer con que eficacia y rapidez se hacían las cosas antes en nuestra ciudad, y todo ello además de obtener la autorización del Gobierno Civil, el otorgamiento de las escrituras,(compraventa y adjudicación de las obras), la redacción del proyecto, la subasta pública de las obras y, además de los preceptivos acuerdos plenarios.

Juan Méndez Varo

PISCINAS DE ÉCIJA: LA DE SAN GIL

La feliz iniciativa de Emilio Gómez de construir una piscina pública en un extenso huerto que comprendía la manzana formada por las calles Huerta, Sol, Rojas y Céspedes, próxima a la Parroquia de San Gil llenó de regocijo a los ciudadanos. La llegada de los meses estivales originaba en muchas familias gran inquietud y angustia, dado que el río Genil,año tras año, era noticia por la muerte de bañistas. La juventud acudía al río sin preparación alguna, ya que los cursos de natación eran una asignatura ignorada por aquel entonces. La piscina, situada en una zona céntrica, espaciosa y con exuberante vegetación, llegó a obtener gran aceptación por parte de los ecijanos.

Su apertura tuvo lugar en el año 1961, y desde entonces, los días de altas temperaturas se llenaba la piscina de jóvenes que buscaban en sus aguas y en sus instalaciones una grata jornada en los duros meses de verano.

Esta piscina tenía dos horarios, es decir, la jornada partida. Las mañanas eran en exclusiva para las mujeres, y las tardes para hombres,norma ésta que el tiempo fue normalizando quedando, posteriormente abierta para ambos sexos sin horarios preestablecidos, y sin que se tuviera que esperar a la salida de la última mujer para que los hombres pudieran acceder a las instalaciones.

La Piscina de San Gil o de “don Emilio”, como también se le conocía, se cerró en el año 1975 y aún ocupa una importante página en el recuerdo, pues dio cabida al disfrute de muchosecijanos y ecijanas.

Memoria de una década: Écija 1960-1969.

Juan Méndez varo

LA PRIMERA MUJER SEVILLANA A LA QUE LLAMARON GIRALDA

Un documento en el archivo del Arzobispado data en 1571 el apodo de «Jiralda» aplicado a Juana Martín

Referencias en los archivos Hasta ahora, la primera referencia que se tenía del nombre de Giralda era un manuscrito fechado en 1592 que se custodia en la Biblioteca Colombina El apodo de una devota sevillana Juana Martín la Giralda aparece mencionada en un expediente de capellanía fundada en la iglesia de Santa María de la Blanca en 1571, el año de su muerte.

HASTA ahora, la referencia escrita más antigua que designa como Giralda a la figura de bronce conocida hoy con el nombre de Giraldillo, data del año 1592 y la proporciona un manuscrito de la Biblioteca Colombina, como ponen de manifiesto Teresa Laguna e Isabel González Ferrín, en el libro «La Giganta de Sevilla». Algunos expertos han llegado a relacionar su significado con cierto mecanismo giratorio, o veleta, semejante al molinito de papel apuntado por el profesor Rogelio Reyes Cano. Otra interpretación distinta sugiere que pudo haber tomado el nombre de un personaje de la literatura cancioneril del Quinientos, reseñado en los romances como Gila Giralda, según los profesores Alfonso Jiménez y Solís de los Santos. Pero un nuevo hallazgo documental permite ahora adelantar la existencia del nombre, veinticinco años antes de la fecha brindada por la crónica, aunque lo asocia en este caso con una mujer de la ciudad. Cuando la victoriosa Giralda se encaramó a la torre el año 1568, era ya anciana una sevillana muy beata, domiciliada cerca de la Catedral, que tenía por nombre Juana Martín, a quien el pueblo curiosamente también llamaba la Giralda.

En el Archivo General del Arzobispado de Sevilla se conserva la portadilla de un expediente de capellanía fundada en la iglesia de Santa María la Blanca en 1571. Allí aparece enunciado que su constituyente había sido Juana Martín «la Jiralda» (sic). El contenido define cómo había de oficiarse la memoria de misas por la salvación de su alma, con el aporte económico de la renta que se obtuviera de una casa del barrio de Santa Cruz, ubicada en la calle del Horno. Además, dejó estipulado que el oficiante de las misas fuese un cura primo hermano suyo, llamado Pedro Delgado, hijo de su tío carnal, Pedro Martín.

Entre los libros del notario Gaspar de León conservados en el Archivo Histórico Provincial, hemos podido localizar varios testamentos que realizó en vida y diversos codicilos otorgados en 1571, año en el que falleció. Gracias a estos, sabemos que hubo de ser una feligresa asidua de Santa María la Blanca y la parroquia del Sagrario, a cuya Sacramental legó cierta cantidad económica. Estableció una importante amistad con algunos de los canónigos y otros ministros eclesiásticos de la Catedral. Su fervor le llevó también a contribuir con algunas religiosas, como lo testimonia el apoyo dispensado a su sobrina Leonor Martín, que terminó profesando como monja, y, sobre todo, a destinar buena parte de la fortuna que amasó a la obra pía que hemos descrito. Contrajo matrimonio dos veces. Su primer marido fue Francisco de Salamanca, con el que tuvo varios hijos. Tras enviudar, formalizó segundas nupcias con Andrés de Talavera, probable artesano de la cerámica. Tengamos en cuenta, que una de las escrituras de adjudicación de tributos suscrita por doña Juana señala el gravamen que ejercitó de una vivienda de la calle de San Jacinto a favor de la fábrica de Santa María la Blanca.

Giralda, nombre de mujer

Esta documentación descubierta no precisa si Juana recibía el apelativo en razón de su posible altura desmesurada, en caso de la similitud de su esbeltez con la figura de la torre o por tradición familiar. Era muy usual en aquel tiempo utilizar nombres de pila, o incluso alguno de los apellidos, como apodos. Nos hemos propuesto investigar, con rigor, si Giralda había llegado a ser empleado onomásticamente por las féminas en nuestra ciudad como el de Giraldo. Dos cartas de embarque al Nuevo Mundo, del Archivo de Indias, nos sirven para comprobar que Giralda todavía era un nombre femenino, e incluso apellido, en la Sevilla de los años finales del siglo XVI e inicios del XVII. Son los casos de Giralda Flores y Petronila Giralda, madres de personas que marcharon a América en 1602 y 1628, respectivamente. En el Siglo de Oro, pervivía todavía aquí el uso de un nombre cuya ascendencia se retrotraía a época medieval. En el antiguo reino de Aragón se documenta, en 1246, a Ápoca de Giralda Laxafarra, vinculada a un monasterio de Montearagón, del municipio de Quicena, en la provincia de Huesca. O el de Giralda Ciutadella, de la zaragozana localidad de Daroca, en 1389.

Giralda no era nombre de carácter profano sino sagrado como el de San Giraldo, un mártir godo de origen alemán, incluido en el santoral mozárabe hispalense desde los tiempos del rey Fernando III, como documentó hace unos años el canónigo archivero don Pedro Rubio. La Iglesia sevillana conmemoraba su festividad litúrgica el 13 de octubre, pese a hacerlo hoy el día 23 del mismo mes, junto a la de los obispos San Servando, San Germán y San Teodoro, de tan amplia tradición histórica en nuestra ciudad.

El nombre de Giraldo se prodigó en estas latitudes durante la segunda mitad del siglo XVI no con escasa frecuencia. Así lo hemos comprobado en padrones y partidas sacramentales de nacimiento, matrimonio y defunción de la parroquia del Sagrario. Uno de los paradigmas más llamativos lo constituye Giraldo Mayo, un francés casado con una sevillana en 1584 cuyo nombre honra lógicamente al célebre benedictino del país vecino San Geraldo de Aurillac. Su abadía se localiza en la ciudad del mismo nombre, de la región AuverniaRódano-Alpes, a los pies del camino hacia Santiago de Compostela.

La hija de Giraldo Gil –a nuestro entender– de Estupiñán, conquistador de la ciudad colombiana de Buga en 1555, se llamó Giralda Gil, como inmortalizó la coplilla popular antes citada. Esto nos hace pensar que las descendientes de los Geraldos que recibiesen la versión femenina del nombre tuvieron que terminar formalizándose como Gerardas. Esta palabra, que posee un origen etimológico alemán del tiempo de los godos, quiere decir lanza o guerrera audaz. Un significado bastante coincidente con lo que representa la figura de bronce bautizada en sus inicios como Giralda.

Triunfo de la Iglesia

Expresa una partida del Libro de Adventicios de la Catedral correspondiente al año 1568 que fueron necesarios hasta 18 moriscos para transportar desde el taller del fundidor, Bartolomé Morel, el enorme remate que «tiene por nombre la Fe Triunfo de la Iglesia». De este modo tan colosal, conmemoró Sevilla las distintas victorias que la monarquía hispánica había conseguido sobre los enemigos de la religión católica –terminado el Concilio de Trento–, como la cosechada contra los luteranos de la Florida en 1565. Justo el mismo año que se iniciaron las obras de recrecimiento del cuerpo almohade de la torre, bajo la dirección del arquitecto Hernán Ruiz. Sevilla proclamaba así a los cuatro vientos ser la salvaguarda de la fe, donde se habían gestado y promovido, como cabecera de la Armada, todos aquellas contiendas libradas en defensa de la fe católica, frente a una Europa contaminada de protestantismo o a otros lugares en los que se imponía el infiel musulmán.

Los atributos que exhibe la efigie giratoria no simbolizan las virtudes teologales propias de la fe (no lleva el cirio encendido, una iglesia por tiara, los Evangelios o las Tablas de la Ley en las manos ni el cáliz), sino que muestran otras cualidades relacionadas con la guerra, representadas por el casco y la coraza guerrera, reforzada con símbolos de fortaleza como las figuras de león que adornan el calzado. San Pablo lo dijo: «Revestíos de la armadura de Dios», invitando con ello a tomar las armas guerreras para defender la fe. Entiéndase bajo una clave espiritual para la Iglesia militante que tanto prevaleció en aquel momento posconciliar. La profesora Morón de Castro defiende que el Cabildo Catedral trató de convertir una figura que es, a su juicio, una alegoría de la virtud de la Fortaleza, en una imagen de «Fe triunfante». Argumenta que esta fue la razón por la que se pintó, ya luego, una vez terminada de fundir, un cáliz sobre el escudo que se ha borrado con el tiempo.

No pueden pasar desapercibidos los atributos bélicos que con tanta maestría encarnan en esta «Mujer guerrera» una perseverante actitud combatiente, muy bien estudiados por la profesora María Jesús Sanz. Su plasmación se inspira claramente en la mitología clásica, tan común en las pinturas de la corte de Felipe II, y nos muestra a la diosa Palas Atenea muy similar al de una estampa de Marcantonio Raimondi, que identificó en su momento el profesor Juan Miguel Serrera. Pero la figura de la Giralda tampoco se aparta demasiado de la alegoría femenina que simboliza a la monarquía hispánica en el cuadro de Tiziano, titulado «La religión socorrida por España», en el que luce una coraza (sustituida por la túnica en el grabado de Giulio Fontana). Por tanto, aquí solo caben dos interpretaciones: que simbolice el triunfo de un catolicismo combatiente o la victoria del imperio universal español sobre otras creencias. Orgulloso tuvo que sentirse el propio rey, Felipe II, cuando vino a Sevilla en 1570 y subió a la torre donde aparece inscrito como «Dueño del mundo».

Faro del río

Los relieves que decoran la torre están orientados hacia los 32 vientos que conocían los navegantes del siglo XVI. En aquella Sevilla portuaria, dependiente del río, la funcionalidad de esta veleta monumental resultó crucial. Desde muchas millas, se avistaba el anuncio de la Giralda y la marinería podía prever la orientación dominante, pues se hizo giratoria hacia todas las regiones para detectar la tempestad del cielo, como significa la propia inscripción laudatoria de la torre.

Pero lo que no deja de ser sorprendente es que al Giraldillo lo conociesen en sus orígenes con el sobrenombre popular de «la Santa Juana». ¿Tendrá que ver algo con nuestra Juana Martín, aquella sevillana que, por los mismos días en que se modelaba, también llamaron la Giralda?.

Fuente: http://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-primera-mujer-sevillana-llamaron-giralda-201707170944_noticia.html

BARCOS ARENEROS (y II)

La actividad industrial de extracción de árido del río Genil fue in crecendo y los hermanos García Castilla adquirieron una nueva barca que se bautizó “San Rafael” y a cuya botadura asistió el coadjutor de la Parroquia de Santa María, don José Rejos. Esta barca tenía 12 metros de largo, 3 de ancho y 0,80 de puntal. Llegó a contar la flota arenera con tres barcas grandes y dos pequeñas que hacían labores auxiliares en años sucesivos.

Con la creación de una sección de areneros en el Sindicato Provincial de la Construcción, se impuso la utilización de motores en las embarcaciones y el fin del trabajo desirga.

Los hermanos García Castilla instalaron en sus embarcaciones motores, los primeros de gasolina y, posteriormente, de gasoil. Para la descarga comenzaron a utilizar grúas, consiguiendo con ello hacer más humano el durísimo trabajo de los areneros.

Las inundaciones y las avenidas del río Genil produjeron graves daños a la planta y la flota arenera. En más de una ocasión la fuerte corriente arrastró a las barcas a varios kilómetros río abajo; incluso se dio el caso de que una de ellas quedó atrapada en la calle Merinos.

En una de las fotografíasse puede ver la barca denominada “Rosario” y en ella posasu propietario José García junto con un grupo de amigos: Ricardo Viera, Gabriel Martínez, Juan Macías Tamarit y José María Carrasco. En la otra aparecen las dos barcas auxiliares de los hermanos García Castilla en plena actividad. Al fondo, la estampa irrepetible del bello conjunto urbano de la ciudad de Écija.

La mecanización del sistema de extracción de áridos originóla desaparición de las barcas del río Genil, perdiéndose también una estampa clásica del principal afluente del río Guadalquivir

Fuente: Memoria de una década: Écija, 1960-1969. Juan Méndez Varo

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