Hace 200 años, durante el Trienio Liberal, permaneció establecida en su capilla pese al cierre y exclaustración del convento dominico
En 1821 tampoco salieron los pasos a la calle por Semana Santa. Pero hace dos siglos no fue por amenaza de contagios epidémicos. Acababa de inaugurarse el nuevo periodo político denominado por la historiografía como el Trienio Liberal (1820-1821), en cuya etapa se implantaron nuevas medidas y dejaron de salir a la calle nuestras cofradías sevillanas.
La de Montesión había estado a punto de procesionar la tarde del Jueves Santo del año del pronunciamiento militar de Riego (1820), según preveía el impreso de la distribución de cofradías. De hecho, lo había hecho muy lucidamente el Jueves Santo, 6 de abril de 1819, como narra en sus diarios González de León.
Pero, finalmente los dirigentes de las cofradías se pusieron todos de acuerdo y decidieron que ninguna realizaría estación penitencial, después de la emisión de un bando ofensivo para ellas que había editado la recién nombrada corporación municipal.
Al siguiente de 1821, fueron los políticos locales quienes prohibieron taxativamente los desfiles en la calle. Además, el entonces alcalde García de la Mata comunicó a la principal autoridad civil de la provincia, el 7 de marzo de 1821, la intención de remitir una lista con todas las hermandades existentes en Sevilla, con el propósito de controlarlas.
Aunque no hubo procesiones algunos años, las hermandades se mantuvieron bastante activas durante aquella etapa política. Muchas de ellas, además de celebrar sus funciones y actos religiosos, llegaron a renovar su patrimonio, e incluso encargaron nuevas imágenes. Para imagineros tan excelentes como Juan de Astorga, fueron momentos muy prolíficos. Un buen ejemplo acaeció en 1821, año en el que terminó de tallar la Virgen del Buen Fin de la hermandad de la Lanzada.
Durante el Trienio aplicó el gobierno distintas medidas desamortizadoras sobre bienes de la Iglesia y comunidades religiosas, además de promover no pocas exclaustraciones de frailes de conventos. Ello supuso que muchos de los monjes enclaustrados en el dominico de Montesión, de aquí de Sevilla, tuviesen que abandonarlo.
La Semana Santa de 1821 se asemejó bastante a la que hoy, dos siglos después, estamos viviendo este año. Entonces, algunas hermandades como la de la Borriquita, expusieron al culto sus imágenes titulares en los templos donde radicaban, el día que le correspondía salir. En cambio, el ambiente estaba muy enrarecido y la asistencia a los oficios de la catedral disminuyó bastante con respecto a otros años.
Capilla propia
Adyacente al convento de los dominicos tenía la hermandad de Montesión su capilla, completamente independiente de la iglesia del centro religioso. Este espacio lo había edificado la hermandad varios siglos antes, a su costa, con la clara intención de no interferir la densa vida cultual de los frailes en el Siglo de Oro. Expresa José Bermejo y Carballo en sus ‘Glorias religiosas’ que «llegó a poseer tanta cantidad de plata labrada, en alhajas costosísimas para su procesión de Semana Santa y capilla, que en el día no es fácil dar una idea exacta de ella». A través de varios inventarios del siglo XVII, ha sabido estudiar e interpretar la riqueza que amasó esta corporación, el historiador Salvador Hernández. Fue el momento en el que pudo construir la capilla, gracias al poder económico y social de numerosos hermanos suyos, estrechamente ligados al mundo de las embarcaciones del floreciente negocio comercial de la Carrera de Indias.
Cuentan las crónicas que la plata de los enseres y objetos de culto litúrgico de esta capilla fue sumamente abundante en aquel tiempo, reflejándose así en los metales preciados la fortaleza institucional que acaparaba su cofradía.
Al corresponderle la propiedad a la misma hermandad, esta no padeció los efectos de las medidas gubernamentales promovidas, durante el Trienio Liberal, que sí afectó tanto al convento aledaño, y miembros de la comunidad de frailes de la Orden de Predicadores residentes en él, tras ser cerrado al culto.
Sin embargo, en 1810 la iglesia del convento de Montesión tuvo que cerrarse al culto por la amenaza que constituía la presencia militar de los franceses en la ciudad. Y aunque la ocupación extranjera perduró hasta 1812, se reabrió en el mes de octubre de 1810. Para ello se trajo el Santísimo desde la cercana iglesia de San Juan de la Palma, y el cuadro del Salvador desde la de San Pedro, tal como narra el archivero Joaquín Rodríguez Mateos en la breve historia que elaboró para la colección de los ‘Misterios de Sevilla’.
Tal como podemos comprobar en la actualidad, esta capillita acoge varios altares pese a su reducida longitud, en los que reciben culto las imágenes titulares de la corporación, aunque originariamente la distribución de cada altar fue otra distinta. Se veneran a la Santísima Virgen del Rosario en sus Misterios Dolorosos Coronada, el Señor orante en el Huerto de los Olivos, el nuevo Cristo de la Salud y la excelente pintura que representa al Divino Salvador. En 1936, esta capilla fue asaltada y saqueada. Además del Crucificado antiguo, se perdieron también los pasos, el apostolado y muchos enseres, a excepción de las imágenes del Señor y la Virgen que afortunadamente se encontraban en San Martín, junto al Ángel confortador.
Petición en 1821
En el archivo general del Arzobispado de Sevilla hemos localizado una solicitud elevada al señor provisor eclesiástico por la entonces nominada «Hermandad de Cristo Señor Nuestro Orando en el Huerto y María Santísima de los Cinco Misterios dolorosos del Rosario», fechada el 18 de julio de 1821. Mediante el oficio, la corporación le solicitó a la autoridad eclesiástica que le cediese varias prendas de vestuario litúrgico de las que habían quedado inutilizadas, a raíz del cierre y exclaustración de conventos de la ciudad.
Expresa literalmente este documento hasta ahora inédito que la hermandad «se encontraba establecida en su capilla propia, contigua al extinguido colegio de Santa María de Montesión». Esta referencia acredita, con sumo rigor, que la hermandad se encontraba plenamente activa sin que hubiese degenerado en ningún tipo de desorganización.
Resulta también muy esclarecedora la alusión que contiene el oficio remitido a Palacio sobre el estado de sus Reglas. Concreta que le amparaban unos estatutos aprobados por el Real Consejo de Castilla, por los que aún se regía la corporación en aquellos días del Trienio Liberal. La reseña sobre la aprobación de las Reglas deja entrever que la hermandad poseía concedida una facultad legítima de parte de las autoridades estatales, que daba cobertura al ejercicio piadoso de su instituto.
Junto a este escrito, se remitieron otros más que guardan cierta relación con el convento dominico. Tres días antes de haberlo hecho la hermandad, concretamente el 15 de julio de aquel 1821, el religioso fray Pascual de Reina expresa encontrarse acogido en el dominico de San Pablo, después de haber quedado suprimido el de Montesión. Desde el convento de la Magdalena le pide al Arzobispado que le cediesen el antiguo Cristo de la Salud, que, según el documento que estudiamos, se veneraba en la iglesia del cerrado colegio de Montesión. Además de la imagen, fray Pascual pidió que se le diesen el altar, un cuadro de Ánimas que conformaba el primer cuerpo del mencionado altar -recalca-, con el fin de seguir dándole culto y promover la devoción de los fieles. Aquella petición sabemos que no prosperó, como lo evidencia el hecho de que este Cristo pasara a recibir culto dentro de esta capillita.
El 16 de julio, antes de hacerlo la hermandad, suscribe otra petición distinta el clero de la iglesia de San Martín en unión con varios feligreses, que le ofrecían culto a «la imagen del Rosario del extinguido convento de Montesión». Recordemos que existieron dos imágenes rosarianas de la Virgen con esta misma advocación. La de gloria en el convento y otra dolorosa, que es la titular actual de Montesión, en la capilla. El documento certifica que se había consumado el traslado de la de gloria desde el templo conventual de Montesión a San Martín, al iniciarse el Trienio. Hoy en día, aquella imagen de gloria de la Virgen del Rosario que se trasladó a San Martín, está en paradero desconocido.
Los firmantes del oficio en cuestión manifiestan que el sacerdote de San Juan de la Palma, don Juan José Maceda, había sido el encargado de hacer el inventario de imágenes y enseres confiscados de Montesión. Los fieles firmantes reclaman al señor provisor la necesidad que tenían de poder hacer uso de una serie enseres de carácter litúrgico para el adorno de la imagen letífica del Rosario, en su nueva ubicación de San Martín.
Hizo otra petición distinta, por su cuenta, el párroco de San Martín requiriéndole al comisionado Maceda los enseres y adornos propios de la imagen del Rosario, reclamando también para San Martín «las efigies de Santo Domingo, Santa Catalina de Siena que se hallan en dicho convento, y tres confesionarios que hacían falta en el templo parroquial».
Después del Trienio Liberal, Montesión no volvió a procesionar en Semana Santa hasta el año 1827, pues las cofradías dejaron de hacerlo hasta 1826 pese al cambio político. El director del Boletín de las Cofradías, don Rafael Jiménez Sampedro, ha documentado que volvió a hacerlo, luego, en 1829, 1833 y 1834, año en el que suscribió la concordia con la hermandad de la Cena.
Fueron años muy complicados hasta que logró robustecerse en la segunda mitad del siglo XIX, cuando pasó ya a configurarse como una cofradía de corte popular, arraigada en su barrio de la calle de la Feria. Su mayor proeza es haber introducido y mantenido, por encima de tantas vicisitudes, la bellísima advocación mariana de la Virgen del Rosario en la Semana Santa sevillana.
Julio Mayo