Los libros notariales constituyen una fuente de especial importancia, riqueza y variedad para la investigación histórica. Los escribanos o notarios públicos son los únicos autorizados a escriturar decisiones y acuerdos de una multitud de personas que los necesitan: encargos y finiquitos de obras, contratos de aprendizaje y cartas de examen, arrendamientos de casas y promesas dotales, testamentos e inventarios de bienes. Un caudal de datos que constituyen, hoy por hoy, la mejor fuente de noticias para conocer la sociedad y la cultura de un país, de una región o de una ciudad.
Los Protocolos Notariales de Sevilla de más de 100 años, que en la actualidad se conservan en este Archivo Histórico Provincial, son la materia básica de la que se extrae la información. Y la lista de legajos consultados son la prueba palpable de esas horas de trabajo, a veces aburridas y en ocasiones divertidas, que los investigadores han empleado consultando escrituras notariales, anotando con un lápiz de grafito o un lápiz digital ese dato fundamental para apoyar su tesis. El resultado, la dilatada lista de publicaciones que contienen referencias a documentos consultados entre estos registros.
Es un lujo y un privilegio poder contar con ellos. Pero no en todos los lugares ha sido así, y la pérdida de estos documentos ha puesto en valor las primeras copias y copias simples que se encuentran en archivos personales o insertas en otros fondos documentales, dentro de pleitos, expedientes administrativos. Sobre una colección particular nos hablará en su conferencia el notario D. Francisco Cuenca Anaya.
Los documentos expuestos en la vitrina nos permiten comparar formalmente una escritura notarial, de manera que se puedan localizar y observar tanto los elementos comunes como los elementos exclusivos que aparecen en la escritura original conservada en el libro registro de escritura públicas o Protocolo Notarial, y en la primera copia expedida por el notario para el otorgante. Estos ejemplos pertenecen a una escritura de un registro notarial de Sevilla y las copias a la colección particular del notario Francisco Cuenca Anaya, cuyos originales se han perdido.