Celebramos la festividad litúrgica de la Santísima Virgen de las Nieves, una singular devoción mariana extendida desde hace muchos siglos por ciudades, pueblos y lugares del antiguo Reino de Sevilla, que comparten con nuestra capital algunos otros municipios entre los que pueden citarse a Alanís, Marchena, Fuentes de Andalucía, La Campana, La Algaba, La Rinconada, Bormujos, Benacazón, Villanueva del Ariscal, Olivares o Los Palacios y Villafranca. Durante más de tres siglos, mantuvieron entrelazado un vínculo institucional bastante estrecho el templo parroquial de Santa María la Blanca de Los Palacios y la Capilla Mayor de Olivares, consagrada a Santa María de las Nieves antes de que terminara erigiéndose como colegiata, tras concederle el Papa Inocencio IX el privilegio de poder cobrar la renta con las que estaban dotados los curas Beneficiados de distintos templos del arzobispado. Unas gracias y prebendas que, además de evidenciar el poder que su casa ducal detentaba ya a finales del Quinientos ante la Iglesia universal, procurando incluso de sobreponerse a la propia Catedral de Sevilla, contribuyeron a fomentar el culto a la Santísima Virgen de las Nieves.
Aquel entronque de la parroquia palaciega con las Nieves de Olivares, tuvo que verse reflejado, de un modo u otro, en la revitalización barroca de una advocación medieval, cuyos orígenes se adscriben en Los Palacios a los duques de Arcos como señores propietarios que fueron de la villa; la remodelación del propio templo del que era su imagen titular en el transcurso del siglo XVII (siguiendo de cerca ciertos cánones estéticos del manierismo italiano imperante en la propia colegiata), e incluso hasta en la construcción del antiguo retablo y el monumental lienzo de la Adoración de los Pastores, realizado entre los años 1631 y 1645, por el ensamblador Martín Moreno, el pintor flamenco Pablo Legot y Miguel Cano, padre del reputado artista Alonso Cano, que tanto trabajó para el conde duque.
Privilegio eclesiástico
Desde que en 1590 le concediese el Papa Gregorio XIV autorización a don Enrique de Guzmán (II conde de Olivares, nombrado además como embajador en Roma por el rey Felipe II) para fundar en la antigua ermita de la Virgen del Álamo (entonces Patrona de Olivares) una capilla como panteón familiar, esta piadosa fundación pasó a percibir las ganancias económicas de las plazas de un buen número de sacerdotes, conforme fueron quedándose vacantes, que hasta entonces había venido cobrando la Catedral de Sevilla. Con la gruesa dotación de unos ingresos más que suficientes que garantizasen el sostenimiento de su culto y el de la nutrida corte de ministros eclesiásticos que la integraban, valorados en un montante total de 2.500 ducados de oro, consiguió construir un suntuoso edificio religioso dedicado a la advocación romana de Santa María la Mayor.
Los estipendios y pensiones de rentas provenientes de las Prestameras, Pontificales o Beneficiados que pasaron a unirse a la Capilla de Olivares se servían en templos distribuidos por entre distintos puntos de la archidiócesis. Citamos algunos de ellos: Santa Catalina o San Miguel en Sevilla, Constantina, Huévar del Aljarafe, Salteras, Coria y Puebla del Río, Aznalcázar, Santa María de la Mesa en Utrera, Lebrija, Carmona, varias de Écija, el Viso del Alcor y otras tantas más que hoy pertenecen a los obispados de Cádiz (Jerez de la Frontera) y Huelva (Escacena del Campo, Niebla, Bollullos del Condado, Bonares, Gibraleón, Cumbres Mayores o Trigueros), además del ya referido templo parroquial de Los Palacios, que entonces atendía también la feligresía de Villafranca de la Marisma con anterioridad a la unión de ambos en 1836. Enumera muchas de las iglesias afectas, el culto presbítero ya difunto, don Antonio Mesa Jarén, en su crónica sobre la «Capilla Mayor y la Insigne Colegial de Olivares», editada en 2013.
El valor de los respectivos beneficios eclesiásticos lo estipulaba el propio Cabildo de canónigos de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla, como organismo encargado de cuantificar cada pieza eclesiástica. Los beneficios que en su día se agregaron a la primitiva capilla olivareña se incorporaron a la colegiata el 1 de marzo de 1623, fecha en la que el Papa Urbano VIII decretó su erección canónica como tal a solicitud del señor conde duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán (precisamente este próximo año se conmemorará el IV centenario de su erección con la celebración de un Año Santo Jubilar). Fue tal la autoridad de la abadía, que su cabildo terminó detentando la propiedad jurisdiccional, tanto civil como eclesiástica, de hasta varios pueblos del Aljarafe (Salteras, la antigua Heliche, Albaida, Sanlúcar la Mayor, la calle Real de Castilleja de la Cuesta y Castilleja de Guzmán). La colegial ingresaba los valores tasados por la Seo Metropolitana, cuyas instituciones entablaron un embarazoso pleito, a cuenta de los diezmos, que duró desde mediados del siglo XVII -momento álgido del conde duque que contaba con el favor particular de Felipe IV- hasta las décadas finales del XVIII, cuando el arzobispado terminó ganando el litigio.
Beneficiado de Los Palacios
El sacerdote propietario o servidor de un Beneficiado simple, normalmente encargado de oficiar el culto en la iglesia y desarrollar actividades sacramentales y pastorales como cura de almas, percibía un sueldo que se extraía de la participación variable de las rentas del diezmo en función del valor que alcanzase el expresado empleo eclesiástico. El rendimiento del beneficio que Los Palacios mantuvo unido a Olivares seguía las pautas de esta evaluación de géneros: corderos, queso y lana (1.511 maravedíes), menudos (3.211 mrs.), semillas (7.556 mrs.), aceite (34.116 mrs.) y vino (86.360 mrs.).
Por un documento que hemos localizado en el Archivo General del Arzobispado de Sevilla sabemos que el 23 de abril del año 1698, el entonces conde duque de Olivares don Francisco José de Toledo Haro y Guzmán, que era así mismo duque de Alba y esposo de la condesa de Olivares, extendió nombramiento por escrito del cura Beneficiado simple de Santa María la Blanca, tras el fallecimiento del presbítero licenciado don Andrés Muñiz de Orellana. Lo relevó en el cargo el cura don Antonio Parejo Cerrada, a quien el conde duque nombró para este mismo servicio ante el señor abad mayor de la iglesia colegial de Olivares, «con la obligación -expresa el manuscrito hasta ahora inédito- que ha de asistir al dicho Beneficio personalmente y a todas las horas y divinos oficios que es costumbre decir y cantarse en dicha iglesia parroquial de las villas de Los Palacios y Villafranca, y a decir y cantar todas las cosas del cargo del dicho Beneficio y sus anejos». En esta misma escritura manifiesta el VI conde duque, que, entre otros títulos era también alcaide de los Reales Alcázares y Atarazanas de Sevilla, era patrón perpetuo de la colegial de su villa de Olivares y a él le pertenecía la facultad de nombrar y presentar a los clérigos encargados de servir los Beneficios simples servideros que estuviesen unidos a dicha iglesia por el tiempo que fuese su voluntad.
Para llevar a efecto la recaudación, los canónigos de la colegial acordaban anualmente en un cabildo extraordinario celebrado al iniciarse el otoño a quiénes de sus integrantes les correspondían cobrar los frutos de los beneficios agregados. A cada capitular se le adjudicaba, por orden de antigüedad, los procedentes de una determinada comarca. Como botón de muestra, en el repartimiento del pan terciado, que era una porción de los diezmos, el abad mayor de Olivares encomendó en el año 1804 a los canónigos Francisco Soriano y Alonso Pérez Larios que se encargasen de recoger los pertenecientes a la vereda de los puertos gaditanos que englobaba a los procedentes de Jerez, el Puerto de Santa María, Lebrija, y este de Los Palacios. Nuestro pueblo mantuvo ligado este beneficio eclesiástico con Olivares hasta que las distintas revoluciones liberales y planes desamortizadores de bienes eclesiásticos arrebataron a su colegial este privilegio avanzado ya el siglo XIX, como bien apunta el investigador Francisco Amores Martínez en distintos artículos publicados en revistas especializadas y el libro monográfico que dedicó, en 2001, al impresionante conjunto arquitectónico y el patrimonio histórico artístico que conforma la colegial de Olivares.
Siglo de Oro
El valioso lugar de paso en el que se hallaba ubicado Los Palacios, a pie del camino que unía a Sevilla con la desembocadura del Guadalquivir, desde donde partían las embarcaciones hacia América, favoreció el florecimiento de su templo parroquial durante el periodo de la Carrera de Indias. Aquella antigua villa, señorío de los Ponce de León (ducado de Arcos), se presentaba como parada obligatoria para capitanes y expedicionarios de distintas armadas, soldados del ejército español, frailes de órdenes religiosas y hombres de negocios de toda clase. Acogió la visita de personalidades tan ilustres como la de los Reyes Católicos, aristócratas de su corte, y hasta al mismísimo Cristóbal Colón, quien vino acompañado de un exótico séquito al regreso de uno de sus viajes al Nuevo Mundo. Lo narra en sus memorias el cura de Los Palacios Andrés Bernáldez, cronista también del reinado de los Reyes Católicos, quien refiere que acogió al célebre almirante en la casa rectoral donde residía, cercana al templo.
En tiempos de cruentas calamidades, tránsito del siglo XVI al XVII, la imagen titular de la parroquia de Santa María la Blanca se convirtió en una gran Protectora de la población ante las reiteradas epidemias de pestilencias que se sucedieron. Se trataba de una antigua imagen gótica tallada en madera que era venerada en su altar mayor bajo el mismo título de la iglesia (Virgen de la Blanca, o de las Nieves), que entonces lucía ya ricamente vestida y enjoyada. El Ayuntamiento de la villa de Los Palacios la tenía nombrada como su bendita Patrona en 1653, año en el que remitió a Madrid un acuerdo plenario apoyando la defensa de la Concepción Inmaculada de la Virgen María, nacida sin mancha ni pecado original, tan en boga en aquel periodo histórico de profundo fervor mariano.
Gracias a distintas memorias de misas instituidas por vecinos acaudalados durante los años del Barroco, pudo recuperarse la solemnidad de su fiesta el 5 de agosto, día en el que estuvo procesionando Nuestra Señora de las Nieves hasta bien adentrado el siglo XVIII. Cuando ambos pueblos se unieron en 1836, la función principal se organizaba ya el día 15 del mismo mes, como culmen de la novena que se le dedicaba en su honor. Durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, tanto la función como su procesión permaneció celebrándose a mediados de agosto. Cuando en 1920 se estableció la feria, como fiestas patronales, la función y procesión aún continuaba fijada en la misma fecha. Ambas no se adelantaron al 5 de agosto hasta 1972, año desde el que permanece celebrándose este mismo día hace justamente 50 años -restableciéndose con ello una antiquísima tradición-, aunque retirada ahora de la feria de farolillos que tiene lugar a finales de septiembre.
Cada vez que entramos en Santa María la Blanca, donde tuvo la dicha de ser bautizado el escritor y poeta Joaquín Romero Murube en 1904, sobreviene a nosotros la presencia cercana de Cristóbal Colón por entre las naves del templo, al tiempo que nos embelesamos reflexionando sobre la universalidad que la proyección americana del lugar le proporcionó al humilde recinto sagrado de aquel pueblo tan pequeñito, que contó con la suerte de poder venerar como titular de su iglesia parroquial a una imagen con una advocación mariana tan importante para la cristiandad que encarna la pureza virginal.
*JULIO MAYO ES HISTORIADOR Y ARCHIVERO MUNICIPAL DE LOS PALACIOS Y VILLAFRANCA