El 17 de julio de 1274 concluía el II Concilio de Lyon, sínodo ecuménico de extraordinaria importancia por cuanto se abordaron temas como las cruzadas en Tierra Santa, la unión con la Iglesia ortodoxa y el sistema de elección papal, pero donde también los padres conciliares mostraron una gran preocupación por algunas costumbres que estaban generalizándose entre los fieles. Una de ellas era la blasfemia, que, bien considerada, suponía más que un comportamiento, una auténtica actitud de negación de la fe profesada. Entre los asistentes al Concilio, destacaba una importante representación de la Orden de Predicadores en lo que respecta a teólogos y obispos.