ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
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El primer Borbón, durante el llamado «Lustro real en Sevilla», se postró ante el Señor de Sevilla el 6 de enero de 1730

Entre los poderes milagrosos del «Divino Leproso» figuran también todas las gracias reportadas a reyes como Felipe V. En el apretado programa de actos oficiales que desarrolló el primer Borbón en el trono de España cuando convirtió a Sevilla en capital y corte durante el llamado «Lustro real», el monarca estipuló visitar al Señor el 6 de enero de 1730, fiesta de los Reyes. Después de inaugurar el año con unas jornadas de cacería en la Sierra Norte sevillana, Felipe V regresó el 5 de enero al Alcázar, en cuyo palacio real se hallaba establecido, junto a su esposa, Isabel de Farnesio, sus hijos y la corte que le acompañó aquí en Sevilla, de forma permanente, entre 1729 y 1733. Curiosamente, el Nazareno del Gran Poder ya había salido de forma extraordinaria en 1706 en acción de gracias por el «buen suceso» del propio Felipe V en la guerra librada para acceder al trono. Esta visita real se interpreta como el agradecimiento del monarca católico al Gran Poder por la lealtad institucional que la ciudad le dispensó a lo largo de su carrera sucesoria, así como el reconocimiento también hacia algunos de los cofrades de la hermandad más allegados a los gremios del comercio, de los que recibió gran apoyo. El encuentro de Felipe V con el Gran Poder terminó insertando al Señor de Sevilla entre las imágenes del devocionario particular de los reyes, y consagrándolo como una de las efigies más prestigiosas del Barroco.

Era la primera navidad en que la corte borbónica residía en Sevilla, y en la Capilla Real de la Catedral no existía aún la tribuna desde la que los reyes honrarían a la Virgen de los Reyes cada 6 de enero. En esta ocasión iban a visitar al Gran Poder. El séquito real se puso en marcha hasta la parroquia de San Lorenzo, donde se veneraban los titulares de la hermandad en una capilla recién remozada, y bien equipada con hermoso altar y meritorios enseres. Vestidos de gala los miembros de la familia real, se postraron ante la impresionante representación de Jesús con la cruz a cuestas, la antigua dolorosa del Traspaso y San Juan Evangelista. Ya los habían contemplado en la Semana Santa de 1729, al paso de la cofradía por la plaza de San Francisco, en la tarde del Jueves Santo, que era el día de su estación penitencial.

El ritual de la incorporación del rey como hermano distinguido de la hermandad del Gran Poder se cumplimentó con el juramento solemne de las reglas, en el transcurso de una ceremonia de gran boato, después de que el monarca hubiese notificado su decisión de ingresar como cofrade a la corporación municipal y al cabildo de la catedral. Acompañaba al rey el cardenal Borja, vicario general de los ejércitos reales, quien, precisamente, el día anterior había bendecido los estandartes de las tres compañías de guardias de corps.

Llamaba especialmente el protagonismo excesivo que acaparaba en todos los actos la reina, doña Isabel de Farnesio, ante las limitaciones de un rey un tanto excéntrico. Si bien, el vecindario se embelesaba con las infantas, los infantes y el príncipe de Asturias, futuro rey Carlos III, a quienes veían discurrir con frecuencia por el paseo de la Alameda de Hércules.

En documentos de inicios del siglo XVIII, la hermandad se hace llamar ya de «Jesús del Gran Poder». Consta así cuando arribó a la parroquia de San Lorenzo el 16 de abril de 1703, a la luz de aportaciones documentales reveladas por Ramón Cañizares. Constan estrechos vínculos de algunos hombres dedicados a negocios de ultramar. El indiano Francisco Javier Costilla, mandó dinero desde América, en donde el Gran Poder había llegado a alcanzar una trascendencia universal. Solo un año después de la visita regia, en 1731, la gran influencia de algún cofrade suyo propició que la capilla del Señor, ubicada en San Lorenzo, quedase agregada temporalmente a la basílica de San Juan de Letrán.

Aquella insólita estampa de la adoración del primer rey Borbón al Gran Poder se asemejó, en cierta forma, a la rendida por los Reyes Magos al Niño de Dios en Belén. Felipe V pretendía afianzar su autoridad. Según la mentalidad de la época, quien verdadera y únicamente podía otorgársela al monarca era la divinidad. Y en Sevilla, Dios es el Gran Poder.

Epifanía del Señor

En el Archivo Histórico Nacional de Madrid se conservan las reglas que elaboró el mayordomo don Tomás Díaz de Benjumea, encuadernadas en terciopelo rojo, y aprobadas por la autoridad eclesiástica en 1724. Hace bastantes años, las estudió el profesor Antonio José López Gutiérrez. Advirtió que, entre los pasajes de los evangelios, figura el de la adoración de los Reyes, según San Mateo. Este texto sagrado cumple dentro de las reglas una clara función litúrgica, enfocada al uso de algún tipo de culto. Es posible, por tanto, que la hermandad celebrase ya la festividad de la Epifanía en aquellos años iniciales del setecientos, de algún modo u otro. Aunque tampoco tiene nada de extraño que la conmemorase desde mucho antes. Casi todo el cuerpo textual de las reglas de 1724 fue tomado de otras anteriores, fechadas en 1587 y 1570 respectivamente. En aquellos años finales del siglo XVI la cofradía de sangre del Traspaso residía en el convento franciscano del Valle, actual santuario de los Gitanos, cuando ni tan siquiera Juan de Mesa había tallado su actual titular en 1620. En el transcurso del siglo XVIII fue concretándose el nacimiento de la novena, alrededor de la solemnidad de la Epifanía.

Fuente: https://sevilla.abc.es/pasionensevilla/actualidad/noticias/la-visita-felipe-v-1730-al-gran-poder-la-epifania-138956-1546970601.html

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