ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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0905A partir del año 1777, los horarios de la madrugada del Viernes Santo tuvieron que retrasarse a la hora del alba por orden del rey Carlos III, que impuso una serie de normas restrictivas en las procesiones de Semana Santa, como prohibir los azotes con flagelos a los penitentes y que no permaneciesen de noche las procesiones en la calle. Esta medida, fijada en prevención de evitar todos aquellos desórdenes que pudiera propiciar la nocturnidad, como la convivencia confusa de hombres y mujeres a unas horas tan incontroladas, afectó a muchas hermandades que acostumbraban a recogerse de noche, tanto el Jueves como el Viernes Santo. Pero incidió, en mayor medida, sobre las tres cofradías que integraban nuestra madrugada de entonces: Silencio, Macarena y Gran Poder, que aquel mismo año había anunciado, precisamente, su incorporación. El dictamen real acarreó, por tanto, la alteración de una antigua costumbre. A finales del siglo XVIII, hubo incluso años en los que la Macarena no llegó ni a procesionar, mientras que las del Silencio y Gran Poder se vieron obligadas a salir al amanecer. Sí, por la mañana, aunque hoy nos resulte imposible imaginar a estas dos últimas cofradías cumpliendo sus estaciones penitenciales durante el día.

Por sí sola, la Iglesia no había sido capaz de impedir que las procesiones saliesen de noche, después de haberlo intentado con anterioridad (1714 y 1758). Es con la llegada al ayuntamiento de Pablo de Olavide, que estuvo al frente del gobierno municipal entre 1767 y 1775, cuando se aplican en Sevilla los deseos reformistas del rey Carlos III y sus ilustrados ministros llevándose a efecto, entre otras acciones, el propósito de sanear «torcidas costumbres» de las manifestaciones callejeras de la devoción popular. En la cuaresma de 1768, la mano dura de Olavide determinó que las cofradías no permaneciesen en la calle durante horas nocturnas, obligándolas a que se recogieran en sus templos antes del anochecer. Aquel año, el Silencio, que solía salir a las dos de la madrugada, tuvo que posponer su salida al alba y otras, que se recogían de noche, no salieron (Jueves Santo: Trinidad, Gran Poder y Vera Cruz y Viernes Santo: los Negritos, el Museo y la Soledad). Desde luego, la exigencia no llegó a consolidarse y la mayoría de las cofradías volvieron a retomar, en años sucesivos, sus horas habituales.

Merced a los archivos de la propia catedral y el Histórico Municipal sabemos que en las vísperas de la Semana Santa de 1777 se difundieron dos edictos distintos, para dar cumplimiento a la real orden suscrita por Carlos III, el 20 de febrero de aquel año, debido a la sentina de pecados que constituía la noche, en la que la gente «se valían de las tinieblas para muchos fines reprobados».

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Las medidas de control se pusieron en práctica gracias al intervencionismo estatal y religioso, de modo mancomunado. El diecisiete de marzo, el eminentísimo señor don Francisco Delgado y Venegas, a la sazón arzobispo de Sevilla, puso en conocimiento de todo el personal eclesiástico de la archidiócesis «que no se consientan procesiones de noche», y que «de ninguna manera vaya persona alguna con el rostro cubierto sin permitir más que tres trompetas a proporcionada distancia en cada procesión». Señalaba el prelado que, en los días santos, no se pusiesen «en los sitios donde hacen sus estaciones las cofradías mesas de comestibles, ni licores, ni se transite con motivo de vender estos por medio de ellas». Con la norma, se impedía que las hermandades pidiesen limosnas, organizasen rifas, se consumiese alcohol y se dieran los refrescos que acostumbraban ofrecer el día de su procesión. Todo ello bajo la severa amenaza de una pena de excomunión mayor para quienes no cumplieran con el mandato.

Y cinco días más tarde, el veintiuno del mismo mes, hizo público su edicto el teniente de Asistente del ayuntamiento, don Juan Antonio Santa María, que actuaba como principal regidor del consistorio en ausencia de Olavide. Anunció haber encargado a la justicia que «no se permita ni se consientan procesiones de noche (…) que estén recogidas y finalizadas antes de ponerse el sol, para evitar los perjuicios». Los dirigentes, que estaban empeñados en terminar con tantas promesas, milagrerías y supersticiones, ciertamente actuaron sin conocer bien la hondura de las creencias del pueblo. Estos edictos muestran el claro afán que tuvieron los ilustrados de someter a las hermandades con el fin de hacerlos virar hacia unos cánones clericales más institucionales, porque nunca vieron con buenos ojos que las cofradías gozasen de tanto clamor popular y autonomía. De ahí la insistencia en que las procesiones se subordinasen a las leyes del reino.

Ante el nuevo panorama legislativo de tener que «salir con sol y encerrarse con sol», propició un escenario distinto para las hermandades de la madrugada, que se vieron obligadas a salir al amanecer, aunque la catedral permanecería abierta la madrugada del Viernes Santo, durante toda la noche, para la adoración del Santísimo, reservado en el Monumento Pascual. La novedosa circunstancia acarreó una restructuración horaria que no sólo duró hasta el fallecimiento de Carlos III en 1788, sino que luego se mantuvo en vigor bastantes décadas más, durante el transcurso del siglo XIX.

El Silencio

Es la hermandad más antigua de la madrugada y, además, es la que más veces ha cumplido su estación. Al ponerse en vigor la real orden de 1777 se valió de fray Diego José de Cádiz para pedir al cardenal que le permitiese salir a las dos de la mañana, tal como incluso fijaban sus Reglas aprobadas por el Consejo de Castilla en 1768. Pero ni porque gozaba de una real provisión para continuar siendo la única hermandad autorizada a salir el Viernes Santo de madrugada, ni los hermanos tan distinguidos con los que contaba (abogados, procuradores y oidores de la Real Audiencia), volvió a salir de noche como lo hacía desde tiempo inmemorial.

Macarena

Después del Silencio, es la que posee mayor tradición histórica en la madrugada. Establecía su salida en torno a las 5 de la mañana, muy cerca del amanecer, por lo que mantuvo conflictos con el Gran Poder. Alcanzó una enorme popularidad por el casticismo de su barrio y los ingredientes paralitúrgicos que conllevaba su procesión, como la ceremonia de la Humillación, en las explanadas del Arco y la centuria romana. Debido a esta circunstancia, sufrió muy notablemente las medidas reguladoras, pues el Consejo de Castilla le obligó a fusionarse con la hermandad del Rosario de su parroquial de San Gil. Ello ocasionó que se tuviera que llevar muchos años sin salir.

Gran Poder

En los siglos XVII y XVIII procesionaba la tarde del Jueves Santo y sus cofrades de sangre cumplían la estación azotándose. En 1777 acordó retrasar su procesión a la madrugada del Viernes Santo y como no procesionó el Silencio pudo salir a las 4. Ya en los siguientes, por lo general, tuvo que hacerlo media hora después del alba. En 1781 elevó sus reglas al Consejo de Castilla y ya había instituido en ellas la mañana del Viernes Santo como horario de salida. Recibió la aprobación en 1791 y el reglamento mantuvo la salida matutina, pese a la influencia de algunos de sus cofrades en la Audiencia y en Madrid.

MAÑANA DEL VIERNES SANTO EN TIEMPOS DE CARLOS III
Nóminas de los horarios de las procesiones

Año

Silencio

Gran Poder

Macarena

Año

Silencio

Gran Poder

Macarena

1777

4

5

1783

Alba

½ h tras alba

1778

Alba

4.30

5

1784

Alba

4

1779

Alba

½ h tras alba

1785

Alba

½ h tras alba

1780

Alba

½ h tras alba

1786

Alba

½ h tras alba

5

1781

Alba

½ h tras alba

1787

Alba

½ h tras alba

5

1782

Alba

½ h tras alba

1788

Alba

½ h tras alba

5

Archivo particular de don Álvaro Ybarra Hidalgo

En muchos pueblos en los que el control no fue tan estrecho, fracasó por completo el procedimiento. No obstante, en algunos como Marchena y Utrera se emplearon las medidas con mayor dureza, debido a importantes altercados registrados en sus procesiones, como la de Consolación, fulminantemente prohibida, de un plumazo, en 1771. Carlos III, ese rey que Madrid admira tanto y considera el mejor «alcalde» de su historia, sin que lógicamente llegase a serlo, y que curiosamente preside el despacho de nuestro actual monarca por ser un modélico Borbón antepasado suyo, se empeñó en trastocar demasiados matices de las expresiones culturales de nuestra tierra. Aquel rey, tan alejado de realidad misma del día a día, nunca llegó a ser consciente de que la teología popular auspiciada por las cofradías, era la auténtica manifestación social y pública de un pueblo, como el sevillano, que ha demostrado a lo largo de siglos quién atesora verdaderamente el poder de legislar las procesiones.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR

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