Desde este núcleo portuario del Guadalquivir promovieron la organización de importantes flotas sagaces descubridores como Cristóbal Colón, Pedrarias, Hernán Cortés, Magallanes o Menéndez de Avilés, quienes se apoyaron en la gran tradición navegante, comercial y, sobre todo, piadosa que atesoraba esta plaza. Estos generales no podían dejar de invocar el amparo de la que había resultado principal Valedora de la reconquista cristiana, en 1248. Durante un buen número de años del siglo XVI, la imagen se veneró provisionalmente, mientras se obraba la actual capilla real, afuera en el Patio, cerca de la nave conocida en aquel tiempo como la de los Conquistadores.
Nombre de barcos
Del carácter americano de la Virgen de los Reyes no solo dan fe las muchas representaciones artísticas que existen en aquel lado del océano. También lo acreditan el número de embarcaciones que llevaron su bendito nombre. En la cultura religiosa de la época era imposible concebir una empresa tan arriesgada sin la protección de María, en cualquiera de sus advocaciones. Colón, precisamente, denominó a su nao capitana con el nombre de «Santa María», titular también de la propia catedral de Sevilla. Diversos registros documentales del Archivo General de Indias acreditan las muchas idas y venidas de barcos con el nombre de «Nuestra Señora de los Reyes y el Santo Rey», hacia América antes de la segunda mitad del siglo XVII. La propaganda barroca promovida desde el seno de la Iglesia hispalense, con el apoyo de Felipe IV, representaba aparejada la Virgen de los Reyes con el monarca que consiguió restaurar el cristianismo en estos lares. Mucho antes de que Roma terminara declarándolo como santo, los maestres de naos, Juan Rendón y Gabriel Pérez de Chaves, comandaron las naves que hermanaba la advocación mariana a la devoción fernandina, entre 1641 y 1644, reivindicando así la canonización del rey Fernando III que ya había solicitado el sacerdote sevillano Bernardo de Toro, en 1630. Se trataba de navíos de propiedad privada, completamente ajenos a la pertenencia estatal.
En el transcurso del siglo XVIII persistió el empleo de su título devocional en la denominación de más embarcaciones. Dejó de aparecer acompañado del de San Fernando y pasó a hacerlo junto a los de San Sebastián o San Antonio. Entre las naves que participaron en la ruta de las especierías, del «Galeón de Manila», hemos hallado también algunas intituladas Virgen de los Reyes. Hasta una poderosa compañía de seguros recibía, en 1771, el nombre de «Compañía Española de Seguros buxo (sic) la protección de la Virgen María N. Señora con el título de los Reyes».
Protección real
Dentro del recinto sagrado de la catedral se guardó, desde tiempo inmemorial, un espacio privilegiado a los monarcas. A esta capilla, en la que los miembros de la realeza española le han rendido culto a la Virgen de los Reyes, la han favorecido los titulares de la Corona tanto económica como institucionalmente. De este modo, la monarquía se garantizaba una presencia continuada dentro del gran centro religioso que representó la seo hispalense, al tiempo que mostraba con ello la legitimidad divina de los reyes. Uno de los más asociados a la Soberana ha sido históricamente el rey Fernando III, a quien el pueblo sevillano comenzó a rendirle fervor a través de esta capilla. En el Barroco también se representó con ellos a San Hermenegildo, el rey godo de Sevilla que fue asesinado por su padre al convertirse al cristianismo. Era el modo de enlazar la Sevilla preislámica con la cristiana, posterior al dominio musulmán, gracias a la acción heroica de Fernando III. Convergen en la ilustración realizada por Domingo Martínez, en 1740, tres de las devociones sevillanas más importantes: la Virgen de los Reyes acompañada por dos santos monarcas, San Fernando y San Hermenegildo.
El decente sostenimiento del culto era una constante preocupación de la Corona, que nombraba a los capellanes encargados de gestionar el culto a la Santísima Virgen. A causa de ello, se suscitaron no pocos enfrentamientos entre el cabildo de la catedral y sus capellanes mayores, como fue el caso del famoso licenciado Pacheco a finales del quinientos. Como benefactores importantes de la imagen se han distinguido varios reyes y reinas, como Isabel la Católica que realizó grandes donaciones para su ajuar. Si bien otros monarcas han concedido gracias y privilegios. Sirva como paradigma la Real cédula dictada por Felipe IV, el 17 de agosto de 1628, durante los días de la celebración de su festividad y feria que antaño registraba la asistencia multitudinaria de peregrinos.
Capital indiano
A finales del siglo XVII se acometieron en la capilla real varias remodelaciones con motivo de la fabricación de la urna de plata, destinada a acoger el cuerpo incorrupto de San Fernando. Entre 1685 y 1719 se documentan diversas anotaciones contables en el seno de la Casa de la Contratación, cuyo fondo se conserva en el Archivo de Indias.
Desde la Corona se le pidió a esta institución estatal que financiase la confección de un vestido brocado para la hoy Patrona. Para ello se ordenó que pudiese tomar el caudal necesario, extraído de varias partidas, procedentes de las Indias. El capital indiano supuso la principal fuente económica con la que se saldaron todos aquellos gastos. En 1689, el rey Carlos II instó también a la Casa de la Contratación a que solicitara a generales de flotas y galeones, así como a marinos mercantes, que reuniesen el mayor número de limosnas con las que poder abonar las referidas obras. Según ha publicado nuestro admirado historiador, el doctor Salvador Hernández, la monarquía fue la encargada de reunir todo el dinero necesario para sufragar la urna que realizó el prestigioso platero, Juan Laureano de Pina, en la que se veneran los restos de San Fernando. En la petición dirigida por Carlos II al Virrey del Perú, puntualiza que la demanda de limosnas se encargue «también a todos los arzobispos y obispos de las iglesias metropolitanas y catedrales de esas provincias, para que cada uno en su diócesis cuiden de que se pidan dichas limosnas, pues de más de ser obra tan del servicio de Dios nuestro Señor, será para mí de particular agrado la aplicación que en esto pusiéredes». En la construcción de los virreinatos y las nuevas sociedades de las Indias se tomó muy de cerca el modelo de Sevilla. En muchos casos, quienes marcharon a América para asentarse como nuevos pobladores, o gobernantes, procuraron recrearla a su imagen y semejanza.
El caudal de fervor que recibió la Virgen de los Reyes en la Edad Media fue diluyéndose con el paso de los años. Al trasladarse la ubicación de la capilla real al interior del gran templo, en 1579, el acceso a la imagen quedó mucho más restringido. Acaso a sectores más elitistas, persistiendo entre sus grandes devotos los distintos ministros eclesiásticos de la catedral. Lo proclama así el himno que entonan los sacerdotes invocando el bautismo de Cristo: «Pueblo de Reyes, asamblea santa, pueblo sacerdotal, pueblo de Dios, bendice a tu Señor». Sin embargo, pese a ese afán de preservar su halo especial de majestad, por su vinculación con la monarquía, la Virgen de los Reyes ha terminado universalizándose y formando parte del acervo devocional del pueblo sevillano. Por derecho propio, también encarna el alma de Sevilla.