Varias cartas, fechadas entre 1841 y 1845, de la serie documental de los Asuntos Despachados del Archivo arzobispal de Sevilla, arrojan una serie de claves muy sugerentes respecto a la propiedad de Nuestra Señora de Consolación, en las que se discute si la imagen correspondía a la institución eclesiástica, en medio de la disputa que mantuvieron los miembros de su hermandad con el clero parroquial de Santa María de la Mesa –histórica collación de la que depende–, a cuenta de la colecturía de misas y limosnas que se recaudaban en la festividad principal de la Virgen, cada 8 de septiembre. Se suscitaba así la eterna lucha encubierta entre el clero secular y, en este caso, la hermandad de la Virgen por controlar el culto de una imagen de gran devoción, que propicia una considerable fuente de ingreso económico.
Es el propio hermano mayor, don Joaquín Giráldez, quien se dirige entonces al ministro de la Gobernación para manifestar que, después de que los frailes Mínimos fuesen expulsados definitivamente del convento, y quedasen confiscados todos los bienes de la comunidad religiosa por el Estado, el templo de la patrona de Utrera había quedado prácticamente abandonado, como la mayor parte de todos los que se hallaban a las afueras de las poblaciones. Pese a que la hermandad se había hecho cargo de su mantenimiento y el culto a la Virgen, el devoto Giráldez se quejaba de que el clero local se había adjudicado la pertenencia de la imagen, después de la marcha de los monjes. Argumenta en su escrito el hermano mayor que la apropiación se había producido a causa de una circunstancia sobrevenida, provocada excepcionalmente por los dictámenes gubernamentales y que, por tanto, los derechos de propiedad de la misma habían pasado a manos del ordinario eclesiástico de modo accidental.
Devoción de arraigo popular
El caso es que la Virgen de Consolación, después de que los religiosos abandonasen el santuario en 1835, nunca llegó a trasladarse al templo parroquial de Santa María. No recogían las leyes desamortizadoras, en ningún caso, que las tallas pasasen a la parroquia en la que hubiese estado enclavado el convento. Y sí disponían, sin embargo, que se quedasen abiertos este tipo de templos, «necesarios para la comodidad y pasto espiritual», como el utrerano, en los que residía una devoción de arraigo popular.
En el mes de agosto de 1842, se erigió precisamente una nueva hermandad bajo el título de Consolación, para canalizar la enorme devoción que aún continuaba profesándosele a la imagen, pese a que el gobierno ilustrado de Carlos III hubiese ordenado suspenderla, después de que prohibiese la celebración de la romería y procesión, por ejercitarse en ellas prácticas irrespetuosas (1771). No se trató de una extinción de la hermandad por decrecimiento del culto, sino que esta fue forzosamente suspendida como consecuencia de una exagerada medida represora, impuesta desde la Corona, sin posibilidad ninguna de reanudar su actividad hasta que la autoridad civil le facilitó, en aquellos años centrales del siglo XIX, una cierta cobertura legal mediante la aprobación de sus nuevas reglas.
Pero el misterio radica quizá, en saber interpretar adecuadamente el principio de este riquísimo fenómeno devocional. Así narra el erudito utrerano Rodrigo Caro, en su libro sobre el Santuario de Nuestra Señora de Consolación, publicado en 1622, la llegada de la Virgen: «En el año 1507, una mujer vecina de Sevilla, tenía consigo esta venerable imagen. Después de una epidemia de peste determinó venirse a Utrera, donde tenía una hija viviendo que se decía Marina Ruiz». Años más tarde, al hacerse mayor esta utrerana llevó la talla «al emparedamiento del Antigua», de donde pasó al poco tiempo a la ermita de los monjes, establecida en el camino de los espiritistas, muy cerca del actual santuario.
Nos enseña la historia de Consolación que aquella imagen, ofrecida por una señora particular, se llevó después al extrarradio del pueblo, lejos del templo parroquial, donde creció su prestigio y fama como imagen milagrosa, sin que su origen guarde relación ninguna con Santa María, para cuya iglesia ni fue hecha ni donada. De hecho, cuando a finales del mes de marzo de 1561 se hicieron cargo de la ermita los frailes Mínimos, y se protocoló ante notario el inventario de los bienes, figura asentada en la relación que hemos consultado la imagen de Nuestra Señora de Consolación. Es cierto que los derechos de la colecturía los percibía la parroquia. Pero su clerecía, como mucho, limitó siempre sus funciones a vigilar el uso digno de una representación sagrada de la Virgen María, sin que nunca interfiriera sobre las donaciones que recibían los Mínimos ni en el adorno de la efigie, como lo pone de manifiesto el hecho de que el barquito de oro lo donase, a los propios monjes, Rodrigo de Salinas en 1579, y no a la parroquial. En el pasado, la Iglesia no mostró tampoco mucha preocupación sobre la cuestión jurídica de la propiedad de la imagen, pues su interés radicaba más bien en la administración de un bien espiritual, y no en el de una talla física.
Virgen de los gitanos
Por la ermita iban y venían personas de condiciones sociales y nacionalidades distintas (flamencos, portugueses, italianos…). Pero al margen de los participantes de la Carrera de Indias, que imploraban protección en sus travesías hacia América (marineros, pilotos, capitanes, comerciantes, frailes, etcétera) cuando marchaban hacia los puertos gaditanos, se convirtieron en grandes devotos suyos un buen número de peregrinos pobres y errantes que acudían en romería durante todo el año para suplicarle a la Virgen buenaventura. En sus orígenes, Consolación atrajo una población marginal perdida, en muchos casos, para la vida de la Iglesia, que terminó agrupándose en una pequeña aldea organizada en torno a la ermita. La enorme concurrencia de peregrinos y la animada actividad comercial de este escenario de trueque, hizo que allí se avecindaran varias familias gitanas. Nació así la feria. Es un hecho constatado la presencia de ganado en el interior de la ermita, en una de las ocasiones que fue abandonada antes de que llegasen los Mínimos. No deja de ser sintomático también que el rostro de la Virgen fuese inicialmente moreno y «muy oscurecido» hasta que, con los años, terminó aclarándose. Contaba en el siglo XVII el escritor sevillano Juan de Arguijo que Consolación obraba milagros a gitanos como don Diego Tello, un caballero de Sevilla hábil, en juegos de naipes, que había perdido la vista de un ojo refinando un poco de pólvora. Así se entiende ahora que algunas gitanas como María Hernández dispusiesen en su testamento, fechado en 1589, enterrarse dentro del santuario junto a la Virgen.
Y porque nadie como Ella ha sabido llenar de espiritualidad mariana, y ocupar los espacios del alma de esta tierra purísima, sus hijos lucharon desde muy antiguo por acogerse bajo la protección de su Madre y Reina. Casi una década antes de que concluyera aquel floreciente siglo XVI, el ayuntamiento la había nombrado ya patrona de la localidad, aunque no se conserva el acta de la proclamación. Conocemos la noticia por otros documentos del propio Archivo municipal y los testimonios escritos del mismo Rodrigo Caro. El pueblo la hizo suya a base de amor, porque en su intermediación encontró soluciones a tantos conflictos, adversidades y fatalidades, que acabó hermanando el bello título de la advocación con su identidad misma, que en definitiva es su propia pertenencia. Razón esta por la que, desde hace ya varios siglos, Consolación es patrimonio del pueblo de Utrera.
JULIO MAYO ES HISTORIADOR
Y AUTOR DE NUMEROSOS ESTUDIOS
SOBRE CONSOLACIÓN DE UTRERA
Es una apasionante historia de amor la de Salvador de Quinta Garrobo y el pueblo que lo viera nacer, hace unos sesenta años (1955). Pero con la peculiaridad de que el culto periodista y escritor utrerano se ha mantenido siempre fiel a una de las ciudades de España que mayor personalidad histórica, cultural y patrimonial atesoran: Utrera.
Salvador ha dado su vida por dinamizar la actividad social y cultural de su pueblo, convertido gracias a él en uno de los referentes más importantes de Sevilla. Así es como Salvador se valió desde su municipio para ir engrandeciendo también la historia cultural de Andalucía, después de educar, construir y proyectar Utrera al exterior, nutriéndose fundamentalmente de la defensa del legado de sus antepasados y el respeto a las tradiciones locales.
Desde hace más de treinta y cinco años era director de la prestigiosa revista «Vía Marciala», un rotativo mensual con más de 4.000 suscriptores que, con setenta años de historia, es el segundo más antiguo del país dentro de su género. Salvador, que firmaba siempre la primera página de la revista, como editorial, se ha distinguido por ser el mejor portavoz de la ciudadanía utrerana, sin plegarse nunca a los poderes, como intelectual de espíritu libre. Supo atraer y rodearse de un grupo de colaboradores que convirtieron a la revista en un medio difusor de proyectos realmente sobresalientes, muchos de ellos con repercusión directa en la vida de toda una generación de utreranos. Gracias a él, quien esto suscribe tuvo la oportunidad de publicar numerosos episodios inéditos de la historia de Utrera, como el artículo de investigación que hace pocos meses dedicamos a la visita de Miguel de Cervantes a Utrera en 1593.
De su padre Salvador de Quinta, articulista también este periódico, recibió el relevo generacional de una Utrera, arcaica y algo desfasada, que Salvador se empeñó en cambiar por completo hasta introducirla en los umbrales de la modernidad. Dijo en una ocasión fray Carlos Amigo Vallejo que no se había reído más en su vida, que los días en los que leyó Gracia y Desgracia de Utrera en el año de la pera, escrito por el padre del fallecido. Pero si lee el que hace unos años escribió su hijo Salvador, titulado 60 años de Utrera, como recopilatorio de las revistas «Cumbres» y «Vía Marciala», además de troncharse va a poder enriquecerse con una infinidad de matices etnográficos realmente diversos. Comparando ambos trabajos se entiende cuánto mejoró Salvador la herencia recibida de su padre.
Disfrutaba escribiendo, pero su verdadera pasión era la de editar libros. Así me lo confesó un día. Pero además de esforzarse por ser escritor e impulsor literario, fue, ante todo, un brillante intérprete y gestor cultural. Le sobraba carisma para liderar iniciativas que han hecho más grande a Utrera. Se ha significado por haber canalizado, desde hace más de 25 años, casi todas las expresiones culturales de la ciudad. En 2007 fue comisario de la celebración del V Centenario de la llegada de la Virgen de Consolación a Utrera (1507-2007), encargándose de diseñar y organizar, con brillantez, las actividades de la efeméride. Este trabajo vino a significar la culminación de la trayectoria cultural de Salvador, gracias a la aportación de una serie de actividades y exposiciones, conjugadas magistralmente, encaminadas a divulgar la rica historia de Utrera.
No cabe duda de que el bueno de Salvador ha representado mucho para las instituciones políticas, culturales y económicas de su localidad, no en vano ha sido el alma de la obra cultural de Caja Rural de Utrera. Como buen conocedor de nuestra riqueza cultural, entendía que el pueblo gitano es una parte esencial de Andalucía, por lo que los gitanos de Utrera le deben todo ese gran trabajo que realizó por integrarlos, un poquito más, en el ámbito sociocultural de su ciudad.
A través de su Patrona, Salvador interpretaba la cultura de Utrera. Desde hacía algunos años era hermano mayor de la hermandad de la Virgen. Sabía que la historia de su pueblo es Consolación y que, por encima de la religión, representa su patrimonio cultural, como elemento más distintivo. Este historiador y Salvador Hernández le deben su apuesta por nuestro trabajo y la publicación de Una Nao de oro para Consolación de Utrera (1579), en cuyo libro identificábamos el donante del barquito de la Virgen y descubríamos la vocación americanista de la capital de la Campiña.
Ahora comprendemos por qué este hombre, cuya verdadera aportación ha sido modernizar culturalmente su entorno sin romper con la tradición, labró en vida un monumento tan grande a la cultura y vivió tan locamente enamorado de Utrera. Aunque también sabemos por qué quiso tanto a su mujer María Luisa, quien en estos últimos años nos ha enseñado con ejemplaridad y dedicación solícita en qué consiste el amor, con mayúsculas.
Este próximo viernes, en la Capilla de la Santísima Trinidad de Utrera, tendrá lugar una conferencia sobre El origen del Culto al Santísimo Cristo de los Afligidos de la localidad. El acto, que forma parte de las actividades conmemorativas organizadas por su hermandad en este III Centenario fundacional, tendrá lugar a las 20,30 horas.
A ciencia cierta conocíamos muy poco sobre la visita del escritor Miguel de Cervantes a Utrera a finales del siglo XVI, cuando contaba con 46 años de edad. Gracias al hallazgo de varios documentos, uno de ellos curiosamente otorgado por él mismo -y en el que figura estampada su firma- en mesón utrerano, se descubren ahora algunos de los hombres de la red de colaboradores que ayudaron al Manco de Lepanto, en 1593, a acometer la laboriosa empresa de acopiar granos por los pueblos de Sevilla, para los barcos de la Armada Española. En la revista Vía Marciala de Utrera publicamos un artículo que contextualiza la significación de estos documentos que hemos encontrado y las luces que reportan a la vida profesional y literaria del genial autor del Quijote.
En el caso del aceite, nuestro término municipal tenía, de igual modo riquísimas haciendas de olivar cuajadas de olivos, así como con numerosas almazaras de aceite distribuidas, tanto fuera, como dentro del propio núcleo urbano. Había sido facultado el escritor, el anterior año de 1592, para recabar una importante cantidad de arrobas por distintas localidades del reino de Sevilla, como Écija, Arahal, Marchena y también, por supuesto, Utrera, por lo que Cervantes terminaría adquiriendo aquí un suculento número de arrobas del zumo de la aceituna para la despensa de las galeras. Muy posiblemente todas estas transacciones referentes al aceite pudiera haberlas realizado Cervantes durante aquellos días de la cuaresma de 1593, en los que estuvo por este lugar, pues se tienen noticias del acopio de aceite gracias a la liquidación de sus cuantías, fechada el 8 de julio de 1593. Tampoco debiéramos descartar que para el asunto concreto del aceite ni tan siquiera llegase a venir personalmente a Utrera y se hubiera valido para cerrar los tratos, supuestamente, de corredores o terceras personas.
La Utrera de Cervantes: Una «Sevilla Chica» en la Vereda de la Armada
Encaja a la perfección en la vida andariega de Cervantes, y en la de una persona como él, que llegó a ser encarcelado por diversas irregularidades, aquella Utrera de fines del siglo XVI, que tanto remedaba a Sevilla, hasta en el nombre de algunas de sus calles, auténtica vanguardia de los pueblos más prósperos del reino de Sevilla. Era una agrovilla plagada de curas, frailes, monjas, parroquias, iglesias y conventos, ligada al ejército a través de la Caballería y de la Armada. Disponía de un caserío urbano bien construido, de arquitectura renacentista, y un vecindario elevado, con amplia representación de todos los estamentos sociales. Pero no era oro todo lo que relucía. Frente a los linajes de alta alcurnia y ricos hacendados, convivían muchos jornaleros con serias dificultades para sobrevivir, además de un segmento de población marginal. Unos arrabales nuevos fueron los que acogieron este sector tan variopinto (mendigos, esclavos, negros, moriscos, gitanos, forasteros, etc.). Riqueza y esplendor frente a sufrimiento. En el centro bullía un permanente trasiego de gente que se desvivía por encontrar esa oportunidad que su cuna o su condición social le había negado. Todo este tránsito que se despierta en una villa de paso, como ésta, favorecerá una notable actividad comercial. Aquella Plaza del Bacalao –hoy Enrique de la Cuadra–, donde estaba el Cabildo municipal, acogió las pescaderías, así como otras tiendas y puestos efímeros por la calle, sumergida en una vida intensa de mercaderes y comerciantes. No sólo había áreas marginales, sino que, sobre todo, fue una villa en formación con habitantes de procedencia dispar que se distinguía por hospedar a viajeros que van y vienen al Nuevo Mundo. Todo este movimiento humano, no sólo favoreció la actividad mercantil, sino que también edificó una sociedad que dio a luz a talentos de la altura intelectual de Rodrigo Caro. La entrada y salida de tantas personas, que pasaban por este camino hacia América, posibilitó que creciese el fenómeno devocional de la Virgen de Consolación y acabase por encumbrarse entre las expresiones de masa más multitudinarias del Barroco andaluz. Miles de romeros y peregrinos venían a visitar la milagrosa imagen y en torno a su ermita y convento se apiñaba un inmenso gentío que, en las explanadas del Real, participaba de un animadísimo mercado cualquier día del año. El reclamo de Consolación no hubo de pasar inadvertido para el autor del Quijote por todas las connotaciones, sociales, culturales y económicas que hubo de reunir aquella ambientación tan propicia a la suscitación de la picaresca y el pecado. No olvidemos que Cervantes ha sido uno de los mejores retratistas de estas estampas que también formaron parte de la sociedad española de ese momento.
Puede decirse que aquella Utrera del reinado de Felipe II conectó bien con ciertos ideales cervantinos, representados por la ensoñación que el español de la época tenía por la fama, la riqueza, la nobleza y los placeres mundanos, entre otras razones, porque las calles de nuestro pueblo acogían hombres y mujeres que se aventuraban a ir a América para cumplir con el sueño de convertirse en ricos para siempre. Utrera contaba, además, con el encanto añadido de encontrarse situada en el camino de Sevilla hacia los puertos gaditanos, a los mismos pies de la Vereda de la Armada. Recordemos que don Miguel desarrolló gran parte de su comisionado real localizando provisiones de abasto por lugares relacionados con el trazado de esta vía. A los multitudinarios viandantes del camino hacia Cádiz, se añadía el acercamiento al interior de la localidad de muchos de los contingentes militares que empleaban esta vereda para alcanzar los puertos.
Lugares cervantinos de Utrera
Con los datos que hasta la fecha hemos podido reunir, los enclaves locales cervantinos documentados, en los que principalmente se desenvolvió Miguel de Cervantes, cuando pisó nuestra tierra, fueron principalmente:
–MESÓN DE FELIPE DE ROJAS
Uno de los documentos estudiados en este artículo desprende ese sabor clásico de situar a Miguel de Cervantes en un mesón de Utrera, otorgando un poder notarial a un arriero que se encargarse de acarrear el trigo hasta los puertos gaditanos. Aún desconocemos exactamente la ubicación de este mesón, aunque no deberíamos descartar que se encontrase en las inmediaciones de los paredones del Castillo, o en la actual Plaza de Santa Ana, en confluencia con la Fuente Vieja, cerca de las oficinas del Banco Bilbao Vizcaya (Trasplaza del Altozano). No cabe duda de que los tratos solían cerrarse donde se tomaba vino, ya que los despachos resultaban poco idóneos para culminar un acuerdo de esta índole. Por esta sencilla razón, el mesón significa para el escritor un espacio existencial, en el que el hombre en camino, que está de paso, realiza su trabajo administrativo. Es de suponer que, cuando Miguel de Cervantes se alojó en este mesón, tuvo que venir acompañado de una comitiva no pequeña. Sabemos que las autoridades de la Casa de la Contratación lo apoderaron para poder entrar en los pueblos con vara alta de justicia, ir acompañado de un ayudante y de Juan Sáenz de la Torre, maestro bizcochero de Sevilla[1]. No tiene nada de extraño que, además viniesen escoltándolos algunos soldados de la propia Armada, por lo que todo el séquito, aparentemente, terminaría siendo huésped del establecimiento. En el siglo XVI, aquellos mesones solían contar incluso con un corral en el que se representaban comedias de cómicos bien picantones. Utrera formaba parte en aquellos días del circuito de las mejores representaciones que triunfaban en la capital. El mesón significa para Cervantes un utilísimo espacio de creación literaria. Como comisario de abastos, supo compaginar sus actuaciones burocráticas con su vocación de escritor. No olvidemos que Cervantes recrea en su obra muchas de las vivencias que experimentó recorriendo caminos, pueblos, mesones y ventas negociando con ricos hacendados, conviviendo con hidalgos, tratando a pobres y maleantes, etc.
–PRIMITIVO AYUNTAMIENTO DE UTRERA (Oficina de Turismo)
En la antigua plaza del Bacalao, actual plaza Enrique de la Cuadra, se hallaba emplazada la casa consistorial del Cabildo, Regimiento y Justicia de Utrera. Hoy quedan vestigios de aquel primitivo edificio, como la puerta de acceso situada junto a la Oficina de Turismo, ubicada sobre el solar del antiguo Bar Limones. En aquellos tiempos, presidía la corporación municipal un Teniente de Asistente que nombraba el Ayuntamiento de Sevilla, pues Utrera era una tierra dependiente de su capital. Integraban la corporación municipal dos alcaldes y un nutrido grupo de regidores. Muchos de los cargos lo poseían, comprados, a perpetuidad, algunas familias adineradas que solían desempeñarlos o bien alquilarlos a aquellas personas que tuvieran interés en ocupar dichos cargos. Debido a la consabida fertilidad de la campiña, así como a la bondad y riqueza del extenso término, Utrera era uno de los lugares elegidos por las autoridades de la Casa de Contratación en la aportación de trigo y aceite para las galeras. Hemos visto cómo en 1593, cuando vino Cervantes se repartió entre los agricultores un total de 1.500 fanegas. Pues bien, el año anterior de 1592, curiosamente había sido unas 1.000. En uno de los cabildos celebrados a inicios de septiembre de aquel 1592, en vísperas de las fiestas de Consolación, se leyó una carta enviada por el proveedor general ordenando que «esta villa de para el servicio de su Majestad y de sus galeras 1.000 fanegas de trigo por este año. Acordaron que las 1.000 fanegas de trigo se repartan entre los vecinos de esta villa que tienen trigo para ello»[2]. Entonces era alcalde precisamente Alonso Jiménez Bohórquez, con quien refirió luego Cervantes, en 1593, tener concertado que debía extraerse las 500 fanegas de trigo. Todos estos asuntos que se debatieron en el Ayuntamiento tuvo en los concejales de entonces a muchos protagonistas que hubieron de relacionarse con don Miguel, sin que sea nada descabellado pensar la concurrencia reiterada del genial escritor al edificio consistorial. Si no fue al Ayuntamiento, ¿dónde iba a ir?
–PÓSITO Y ALHÓNDIGA MUNICIPAL (Edificio del antiguo Cuartel de Caballería)
En un aposento de titularidad municipal, refieren las actas de 1593 que estaban «encamaradas» las fanegas de trigo para el servicio de las galeras de su Majestad, por lo que es muy factible que Miguel de Cervantes visitase las dependencias del Pósito y Alhóndiga municipal que, en aquellos años, se hallaban emplazadas tras el edificio de la Plaza de Abastos (ubicado en la glorieta de la plazuela del Cuartel y aledaños), que acogió hace ya unas décadas el cuartel de la Guardia Civil, y que desde el siglo XVIII había estado dedicado a cuartel de caballería.
Encantos gastronómicos de Utrera exaltados por Cervantes
En plena conmemoración en este año del IV Centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote (1615-2015), no debe de extrañarnos que una persona como Cervantes, que recorrió tantos lugares, mesones y ventas, terminase promocionando las excelencias gastronómicas de cada enclave. Trigales y olivares fueron desde tiempo inmemorial una de las principales riquezas del agro local, tal como representa simbólicamente el escudo municipal, pero uno de los guiños más sobresalientes que Cervantes brindó a nuestra entonces villa fue resaltar el prestigio de un producto autóctono como la Rosca de Utrera. No era un alimento cualquiera. En su obra refiere que las famosas roscas abrían el apetito y eran muy estimadas en la mismísima cárcel de Sevilla, donde recreó a uno de sus presos deseando volver a Utrera para poder probarlas de nuevo. Estos elogios los inmortalizó don Miguel en su Rufián Dichoso, refiriéndose a ellas como «las blancas roscas de Utrera». Parece ser que las roscas eran mucho mejor que los bizcochos que se elaboraban para las galeras, y cuyo trigo se sacó también de aquí. Juan de Mal Lara hace ya mención de las roscas en su trabajo sobre el Recibimiento que hizo la ciudad de Sevilla a Felipe II, en 1571. Se come todavía la «Rosca Utrera», por carnaval, en el municipio de Herencia, provincia de Ciudad Real, punto asentado en el corazón de la Mancha. Igual que en el siglo XX el Mostachón se ha convertido en un rasgo definitorio y ha sido el principal símbolo gastronómico de Utrera, en el siglo XVI esta rosca adquirió un valor representativo tan universal que, gracias al producto alimenticio, el nombre de Utrera se hizo más célebre, y más gustoso, en el mundo entero.
Bibliografía
–ASENSIO Y TOLEDO, José María. Nuevos documentos para ilustrar la vida de Miguel de Cervantes Saavedra. Sevilla, 1864.
–ASTRANA MARÍN, Luis. Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra con mil documentos hasta ahora inéditos y numerosas ilustraciones y grabados de la época. Instituto Reus, 1956.
[1] Información proporcionada por el investigador José Cabello Núñez en su trabajo sobre la visita de Miguel de Cervantes a La Puebla de Cazalla enActas de las Jornadas «Trigo y aceite para la Armada, el comisario Miguel de Cervantes en el reino de Sevilla», Diputación de Sevilla, 2014 (todavía en prensa).
[2]A.M.U. Sección I (Gobierno). Serie: Actas Capitulares. Libro número 34 (1591-94). Fol. 189. Cabildo celebrado el 3 de septiembre de 1592. Trigo y galeras.
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