Durante estas jornadas, se podrá disfrutar de la exposición al público del Acta Fundacional original del Poblado de Alfonso XIII, una vez restaurada por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico Andaluz, así como de las fotografías que ilustran la visita del Rey Alfonso XIII a estas marismas, en 1.928, en pleno proceso colonizador, que culmina con la firma de este importante documento histórico y la colocación de la primera piedra de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, la más antigua de Isla Mayor.
El día 3 de mayo, a las 18,00 h. justo cuando se cumplen 89 años de esta visita real ( la segunda de las dos que realiza el monarca 9 , tendrá lugar una charla-coloquio a cargo de D. Matías Rodríguez Cárdenas, profesor e historiador, y de D. Juan Miguel Baquero Zurita, periodista, especializado en el seguimiento de temas de memoria histórica; premio Chaves Nogales 2.016, por su libro » Que fuera mi tierra » Además, los días 4 y 5 de mayo, a partir de las 18,00 h., se podrá disfrutar de varios documentales en torno al origen y colonización de Isla Mayor, con títulos como «El cultivo del arroz en la marisma del Guadalquivir «, «La larga odisea del arroz» o «El canal de los presos».
El próximo viernes 12 de julio a las 21:30 horas tendrá lugar en la Iglesia Parroquial de Olivares la presentación del libro «Crónicas de una Iglesia: La Parroquia de Ntra. Sra. del Álamo, La Capilla Mayor de Ntra. Sra. de las Nieves y la Colegial de Olivares» de quién es autor D. Antonio Mesa Jarén, párroco de Olivares.
Con una corrida de toros se celebró el lunes, 24 de julio de 1713, la conclusión del colosal «retablo puesto en el altar mayor del convento de Consolación» –como no podía ser de otro modo en Utrera–, según el acuerdo municipal adoptado por el ayuntamiento de aquel momento. Una impactante máquina barroca de considerables proporciones, sirvió para renovar la escenografía de entronización de la Virgen, que hasta entonces había ocupado otro retablo erigido a principios del siglo XVII, bajo el patrocinio del conde duque de Olivares. La espectacularidad de la renovada simulación arquitectónica, otorgó al espacio un nuevo efecto visual, con el que la imagen titular adquirió mayor resplandor. Sugestivo modo éste de poder reactivar el prestigio de la efigie (tras atenuarse algo la intensidad devocional con la que tan poderosamente había irrumpido a mediados del siglo XVI), modernizar su culto y hacer más atractivo, en definitiva, el interior del santuario.
Gracias a unas providenciales anotaciones, recogidas en la portada del «Libro índice» de las escrituras del notario Cipriano de Medina, sabemos que diez años antes, en 1703, se había puesto ya el primer banco, sobre cuyos trabajos de ensamblaje no volvemos a tener más noticias documentales hasta el 18 de abril de 1707. Aquel día se produjo la entrega –suscrita ante notario– de un dinero a cuenta de la obligación de construirlo. El documento, hallado recientemente en los fondos del Archivo Histórico Provincial de Sevilla, sección de Protocolos notariales de Utrera, especifica las cantidades económicas entregadas por distintos bienhechores al maestro ensamblador encargado de la obra. De un lado, abonó 3.269 reales el padre Corrector, Fray Melchor de Perea, en nombre de toda la comunidad de los Mínimos que regentaba el convento de Consolación, y de otra, el marqués de la Cueva del Rey, don Juan de Hinestrosa (el integrante más poderoso del potentado local), junto a su hermano don Cristóbal (miembro del Consejo de Castilla), mancomunadamente suministraron 13.680 reales, como herederos del patronazgo de la capilla mayor del templo, que en vida había disfrutado el suegro del primero, el gentil hombre del Rey, don Lorenzo López de Seixa, vecino de Sevilla y caballero de la Orden de Santiago. De todos modos, el retablo no terminaría de dorarse por completo hasta algunas décadas después de 1713.
El retablista sevillano Francisco Javier Delgado, autor de la obra
En contra de lo publicado hasta la fecha, pues algunos autores venían atribuyendo la autoría a Juan de Brunenque (pariente político de Pedro Roldán), la «Carta de pago» que hemos encontrado descubre al «maestro de escultor» sevillano Francisco Javier Delgado como autor responsable de «…hacer un retablo para la capilla maior». Así lo acredita la importantísima cantidad que recibió, un total de 16.949 reales, en satisfacción de los trabajos que había verificado desde que comenzó a labrarlo. Se trata, Delgado, de un artista de la capital, avecindado en el barrio de la Magdalena, que, heredero del quehacer retablístico de otros grandes maestros, como Bernardo Simón de Pineda y Juan de Valencia, venía recibiendo encargos en Utrera desde principios del siglo XVIII. Este excepcional trabajo pasa a engrosar la producción laboral de Francisco Javier Delgado, a quien la historiografía nunca ha considerado como retablista de primera línea. Tal vez, esta nueva identificación ayude a revisar la dimensión de su figura. Se compone la estructura que estudiamos de un amplio banco, sobre el que se disponen dos grandes cuerpos, divididos en tres calles. Llama la atención el uso alternado de esbeltas columnas salomónicas y estípites, una genuina combinación que pudiera deberse al periodo de transición estilístico en el que se produjo la plasmación de la obra. Delgado es posible que se hubiese formado en el periodo de la ya decadente utilización de la columna salomónica, por lo que la introducción en este retablo de la nueva tipología del «barroco–estípite», no es más que un ejemplo del esfuerzo que aquellos maestros tuvieron que realizar para adaptarse a las nuevas corrientes estilísticas de inicios del siglo XVIII.
Manifiesta todo el conjunto entallado –con un programa iconográfico de exaltación mariana y de la Orden Mínima–, características propias del barroco pleno, representadas por la intercalación de líneas rectas con el dinamismo de cornisas curvadas y su fragmentación, elementos que marcan el tránsito hacia el ático. La visualidad se completa con un exuberante repertorio ornamental en el que adquiere protagonismo la decoración vegetal, articulada a base de festones y guirnaldas de hojarascas. Por toda la superficie lignaria emergen angelitos y bustos de querubines, en evocación de la especial predilección deparada por la imagen hacia los niños, a los que en gran número –se cuenta– congraciaba con sus prodigios y maravillas. La visita incesante de peregrinos, atraídos por el poder milagroso de Consolación, razona la disposición de un amplio camarín a las espaldas de la hornacina principal, sobre el que gravita la articulación de esta hermosísima pieza artística, catalogada como una de las más notorias y monumentales de Andalucía
El pasado 14 de febrero, nuestro compañero Salvador Hernández obtuvo el doctorado en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla con su tesis Los Talleres de escultura en madera del gótico final en Sevilla, un periodo del que se conservan muy pocas obras artísticas. Si a ello unimos la escasez de fuentes documentales que proporcionen información con la que poder ampliar el conocimiento de la materia, así como las reducidas publicaciones que hasta el momento se han editado al respecto, entenderemos la seria dificultad a la que ha tenido que enfrentarse Salvador para abordar el estudio de su empresa investigadora.
Aunque la parte principal de esta Tesis se centra en el análisis de la sillería del coro de la Catedral de Sevilla, como importante conjunto escultórico que atrajo la participación de reputados artistas de la escultura en madera del momento, como Nufro Sánchez, Pyter Dancart, Jorge Fernández «el Alemán» o Pedro Millán, entre otros, también se detiene en estudiar la construcción del retablo mayor catedralicio. Así pues, la sillería del coro constituyó, a juicio del autor del trabajo, «un verdadero banco de pruebas con vistas a la ejecución del segundo gran proyecto emprendido por los canónigos capitulares sevillanos: el retablo mayor». En aquellos años fronterizos entre los siglos XV y XVI, de plena transición al Renacimiento, todos estos artistas realizaron numerosísimas faenas y trabajos en la nueva y espaciosa Catedral que se levantaba, por lo que la ejecución de estos emblemáticos muebles litúrgicos, dinamizó la actividad de unos talleres que tuvieron también en muchas parroquias, iglesias, ermitas, conventos, santuarios, hospitales y cofradías del Arzobispado hispalense potenciales clientes que demandaron sus servicios.
Ciertos capítulos quedan dedicados a contextualizar el entramado vital, social y profesional en el que se desenvolvían aquellos peritos maestros. Así, en el primero de ellos, dispuesto bajo el epígrafe «Los talleres de escultura y sus relaciones con el mercado y la clientela» se desgranan curiosísimos detalles cotidianos extraídos de distintos libros de Fábrica y Mesa Capitular de la Catedral de Sevilla, relativos a la vida de los artistas y el ambiente familiar que les rodeaba. Calles cercanas a sus habituales lugares de trabajo, Catedral y parroquia del Salvador, eran los ejes preferenciales del asiento, en Sevilla, de los entalladores e imagineros del momento. Bien curiosas resultan las descripciones de las viviendas de estos trabajadores de la madera que el investigador ha podido reconstruir, gracias a las cuales puede conocerse la disposición de sus viviendas y el lugar preferente que el taller significaba dentro de ellas.
Tiene cabida también un apartado importante referente al envío de obras de arte, laboradas en estos talleres, al Nuevo Mundo –a tenor de la implicación de Sevilla en el comercio colonial entrelazado con América–, en el que se constata la resonancia universal que, de modo tan inmediato, encontraron estas producciones artísticas, de procedencia sevillana, en tantísimos lugares del mundo.
Salvador Hernández, que para la materialización de esta Tesis lleva investigando durante algo más de una década, bajo la dirección académica del doctor don Rafael Cómez Ramos, catedrático del departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, ha empleado una metodología de investigación rigurosamente científica, basada en la revisión concienzuda de Archivos, como el de la Catedral de Sevilla (libros de Actas Capitulares y Fábrica), Histórico Provincial de Sevilla (protocolos notariales de la ciudad de Sevilla concernientes al periodo de estudio), Archivo General de Indias (libros de cargo y data de la Tesorería, registros cedularios, etc.), que ha complementado con la consulta de numerosísimas Bibliotecas (Laboratorio de Arte, fondo antiguo universitario, Colombina, Nacional de Madrid, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, etc.). El trabajo se cierra con una nómina bibliográfica de innumerables monografías, manuales, artículos y comunicaciones publicadas en ámbitos especializados.
Ante una concurridísima sala (la dedicada al profesor Carriazo, popularmente conocida como la de «grados», de la facultad de Geografía e Historia), el tribunal calificador, compuesto por Francesca Spagnol (presidenta), Joaquín Yarza Luaces, Lázaro Gila Medina, Emilio Gómez Piñol y Francisco Javier Herrera García, otorgó por unanimidad a nuestro admirado amigo, al que difícilmente podríamos corresponder las impagables contribuciones historiográficas y humanas que con tanta fidelidad viene cumplimentándonos a tantos historiadores, la calificación de Sobresaliente «Cum Laude».
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