ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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¿POR QUÉ ESTÁ EL REY FERNANDO III EN EL ESCUDO DE SEVILLA?

Porque es su creador y fundador. Fernando III protagonizó la gestación de una ciudad de nueva creación, que no guardaba ninguna relación con las antiguas Hispalis ni Isbilia, aunque en ella perviviesen comunidades humanas y elementos de variada naturaleza relacionados con civilizaciones anteriores. Se trata, por tanto, de una fundación nueva con un entramado urbano, un sistema político, una organización social e institucional completamente distinta de las del pasado, lógicamente sin vínculo estrechado ninguno con lo anteriormente establecido.

Pero Fernando III no sólo representa la fundación, sino que encarna a la mismísima Corona, de cuyo proyecto estatal Sevilla fue desde aquellos orígenes uno de los pilares fundamentales. La presencia del rey Fernando III en el escudo municipal se debe, estrictamente, a razones relacionadas con el acontecimiento histórico.

El responsable intelectual del diseño heráldico del escudo hispalense no se dejó llevar por sentimientos ni ideologías. Se limitó a recoger, e inmortalizar, de modo esquemático los símbolos que mejor podían ayudarnos a entender el acontecimiento histórico más importante de la ciudad: su fundación. Recurrió a introducir un personaje que, con su acción política, acabaría luego determinando toda la evolución histórica posterior de la ciudad, y que durante muchos siglos gozó una popularidad legendaria, a quien, además, el pueblo atribuía la heroicidad de la gesta. En la mentalidad medieval, la prosperidad de un pueblo dependía de su rey, en quien poseía depositadas todas sus esperanzas. El blasón municipal de Sevilla muestra a su fundador, que también fue rey de Castilla y León. Los habitantes de la nueva ciudad vieron en el rey un símbolo de la unidad y cohesión territorial del nuevo Estado.

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Las alegorías alusivas a la Iglesia que aparecen en el escudo hacen referencia a una institución básica que participó, de modo activo, en la construcción política y cultural de la ciudad, mucho más allá de su cometido desde el punto de vista de la propagación de la fe. Que si hubiesen sido sus protagonistas los luteranos o islámicos, lógicamente se hubiese tenido que representar en él. La cuestión no es que fueran unos u otros, sino los que fueron. Los escudos no son más que una representación simbólica lo más elocuente posible de la historia de la ciudad. Sin entrar a enjuiciarla.

El escudo está llamado a ser el primero de los documentos administrativos que mejor expliquen cuál fue la organización de nuestras sociedades en el pasado. El sevillano recoge agentes que participaron directamente en la gestación de la metrópolis. Exhibe unos símbolos que son rápidamente descifrables, sin que sea necesario estudiar historia en la universidad para identificar a los protagonistas. En síntesis, se trata de un documento gráfico válido tanto por su contenido como por su fácil comprensión, con independencia de la condición sociocultural de quien lo observe.

Una cuestión diferente es que la evolución posterior permita al diseñador heráldico poder añadir algunos símbolos más. Pero en ningún caso reemplazarlos ni sustituirlos. Eso iría en contra de la Historia, como disciplina. Pasado el tiempo, el historiador puede plantear la posibilidad de incluir un nuevo elemento, pero no erradicarlos, porque ello constituiría renunciar a los orígenes de nuestra historia, nos guste más o menos. Esto no es cuestión de opiniones, ni de sentimientos. No podemos pretender que Sevilla tenga un escudo con una simbología que no aluda a su historia. Que renuncie a su dilatado pasado. Debido a la gran tradición histórica de España y Europa, nuestro sistema heráldico se ha decantado más por el uso de la representación de agentes humanos que participasen en los primeros momentos de la construcción. Totalmente distinto, al empleo de alegorías de entornos naturales, como las usadas en los casos del nacimiento de las jóvenes repúblicas hispanoamericanas.

Heráldica e historia caminan juntas. Si no se modifican las normas heráldicas, es muy poco entendible que el escudo de un ente político, o administrativo, deba de estar actualizándose continuamente según el momento presente. Es que en lugar de llamarme Alberto, me gustaría llamarme Antonio. Actualmente se puede cambiar. Pero lo que no podemos hacer es alterar nuestra identidad porque de ese modo tergiversaremos la auténtica personalidad de la ciudad. Destronar a Fernando III del escudo municipal es despojar al blasón del verdadero origen de Sevilla.

Fuente: http://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-esta-fernando-escudo-sevilla-201703082339_noticia.html

ABC de Madrid:  http://www.abc.es/cultura/abci-julio-mayo-murillo-no-vivio-ultimos-anos-casa-museo-sevilla-201703110102_noticia_amp.html

Julio Mayo es historiador.

EL DESCUBRIMIENTO DEL PRIMER ESCUDO DE LA UNIÓN ENTRE LOS PALACIOS Y VILLAFRANCA

1057Nuestro Archivo Municipal no conserva documentación histórica ninguna sobre el proceso de integración de ambas villas, consumado en 1836. Y no porque hubiesen quedado destruidos los legajos y expedientes por el incendio de 2013, sino por otras vicisitudes de diversa consideración que han impedido que los papeles siquiera llegasen a sobrevivir las primeras décadas de 1900. Esta circunstancia adversa nos llevó a tener que reconstruir este episodio tan importante de nuestra historia local, a través de otros archivos y centros documentales de ámbito provincial, regional y nacional.

En estos días que el Ayuntamiento impulsa la conmemoración del 180º aniversario de la unión, hemos tenido la fortuna de descubrir en el Archivo del Arzobispado de Sevilla una comunicación, fechada el 12 de junio de 1836, que remitió el alcalde don Juan García Vides al gobernador eclesiástico, suplicándole que dejasen ejercer como cura a su hermano don Miguel García en la parroquia del pueblo recién juntado. El oficio lleva estampado, en su parte superior, un precioso sello –primero que se conoce de la unión–, que luego dio origen al escudo municipal. El hallazgo ha venido a resolver muchas dudas sobre el origen del enlace poblacional. Certifica que el nombre que se le otorgó al municipio fue el de Los Palacios y Villafranca, después de que se hiciese desaparecer la referencia locativa «de la Marisma» de Villafranca. Pero una de las aportaciones más novedosas corresponde a la configuración de la escena central, ocupada por dos personas de distinta condición social que representan, por una parte, al administrador de la Casa de Arcos –estado señorial al que perteneció históricamente Los Palacios hasta la definitiva abolición de los señoríos en 1835–, y a un labrador de Villafranca de la Marisma. Estos aparecen curiosamente fundidos en un abrazo fraternal y no dándose la mano, como muestra el escudo actual. Queda patente así la gran victoria de aquellos hombres que consiguieron desterrar privilegios de siglos anteriores y plasmaron así el triunfo de la lucha social y política del momento. Subyace del icono un trasfondo ideológico que exalta la igualdad de los hombres. No solo ante Dios como había sido hasta entonces, sino también ante la ley y la vida misma.

La fusión de Villafranca de la Marisma con Los Palacios constituyó un hito en la distribución racional de la propiedad agrícola y organización del propio término municipal. Se impulsó un reparto equitativo de las tierras expropiadas por el gobierno a la Iglesia mediante la desamortización, y los terrenos de Propios del común se parcelaron para poder ser repartidos en lotes de tierras entre muchas familias, que pudieron comprarlas o alquilarlas. Los medianos propietarios terminarán convirtiéndose en el pilar fundamental de la sociedad local, naciendo así un nuevo movimiento obrero como alternativa al capitalismo.

Por tanto, este primer escudo es un espejo que proyecta la significación que la unión supuso en aquellos momentos del primer tercio del siglo XIX, en el que los pueblos sevillanos y españoles iniciaron su reorganización política, económica y sociocultural, al tiempo que comenzaron a establecer las bases para su desarrollo, después de que el ministro Javier de Burgos hubiese promulgado la división provincial de España en 1833.

Aquel histórico acuerdo de 1836, que encarna el logro de la lucha por la tierra y representa la pujanza de la actividad agroganadera, es a nuestro juicio el homenaje más hermoso que se le puede tributar a la memoria de aquellos y aquellas que han trabajado tanto, de sol a sol, porque son ellos verdaderamente quienes llevan escrita la historia de este pueblo en las palmas de sus manos encalladas y agrietadas, pero también rebosantes de humanidad.

JULIO MAYO

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