ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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Retrato de Juan José García de Vinuesa. Óleo de José María Romero. Siglo XIX. – ABC

 

El alcalde más popular de nuestra ciudad bajo la regencia de Isabel II, don Juan José García de Vinuesa (1859-1865), murió con las botas puestas, en el recto cumplimiento de sus funciones, como ejemplar servidor público que fue. Se contagió visitando a unos enfermos pobres de Triana, donde parece que incubó la bacteria que le causó el funesto desenlace.

Lejos de encerrarse en su despacho, se echó a la calle para palpar la cruenta realidad del cólera en Sevilla. Una reseña necrológica suya refiere que se llevó saliendo, a diario, casi dos meses por la tarde, a cumplir con la labor de visitar personalmente la cárcel, los hospitales y otros establecimientos públicos, en el que se encontraban aislados los enfermos contagiados.

Cuando parecía que el vigor epidémico había cesado, el alcalde Vinuesa editó un bando municipal en la segunda quincena de septiembre de 1865, mediante el que recomendaba, a quienes notasen los primeros síntomas, que acudiesen a los socorros médicos, con el fin de que la deshidratación colérica no minase las fuerzas del organismo humano.

Al malogrado Vinuesa se le veía en todas partes. Se desvivía por establecer las disposiciones más acertadas que ayudasen a evitar el desarrollo del mal del que terminó siendo víctima.

Luchador anticolérico

Qué gran paradoja. Aquel hombre que tanto había luchado por erradicar de las calles de Sevilla excrementos y basuras, terminó siendo presa del contagio de la bacteria del cólera. Y mira que puso medios. Reseña el archivero municipal del siglo XIX, don José Velázquez y Sánchez, en sus Anales epidémicos, que Vinuesa creó campamentos efímeros con las lonas y los armazones de las casetas de feria, pertenecientes a la propiedad del Asilo municipal. Bajo los tenderetes refugió, aquel otoño de 1865, a familias gitanas y humildes que vivían en Triana, a uno y otro lado de la vega, a las que decidió trasladar al Prado de San Sebastián y el descampado del Blanquillo.

Es verdad que, durante la primera quincena de octubre, había bajado bastante el número de fallecidos. Se cifraba solo entre la veintena diarios. Pero a partir de aquella fecha, un rebrote súbito recrudeció la situación y se desorbitaron las defunciones. Pasaron de 20 a 140 muertes diarias.

De la punta epidémica de 1865 ascendieron los contagiados a 5.000 personas, de las que fenecieron 3.000. Se trataba del tercer brote de cólera de cierta relevancia entre los suscitados a lo largo del siglo XIX. Este lance aflictivo originó unas repercusiones sociales, económicas y demográficas muy significativas. El higienista sevillano, don Manuel Pizarro Jiménez, padeció el contagio de aquel año, se ofreció para realizar una topografía médica de Sevilla y pudo realizar valoraciones estadísticas con una periodicidad semanal.

Infectado de cólera

La prensa local anunció que el alcalde se hallaba en cama, padeciendo una ligera invasión de la bacteria, lo que hizo cundir el pánico entre la población. Ya no era solo a las clases más humildes. El ataque también estaba perjudicando también a vecinos del centro urbano.

García de Vinuesa sintió la primera sintomatología el domingo 22 de octubre, para terminar entrando en una fase importante de gravedad el jueves día 26 hasta consumarse la defunción el viernes 27 de octubre de 1865, a las siete de la mañana.

Con motivo del inesperado suceso, el diario madrileño «El Contemporáneo» recogió algunas reflexiones sobre las funestas consecuencias de la epidemia padecida en Sevilla, en el plano económico. Predecía que afectaría a distintos ramos de la industria, e iba a provocar la paralización completa de un buen número de trabajadores braceros, así como buena parte de productos y todo el mercado. Sugería que se le solicitara a la reina que, en unión con otros países vecinos, se promoviesen medidas preventivas que impidiesen la aparición, periódica, de aquella plaga que tanto daño causaba a la Europa moderna. El cólera ocasionaba un grave obstáculo para el progreso de España.

Y estando aún de cuerpo presente, el Ayuntamiento celebró un pleno extraordinario, bajo la presidencia accidental del gobernador civil. A la histórica sesión asistieron los tenientes de alcalde García Balao y Pagés del Corro, con quienes le unía una gran amistad, junto a los concejales Moreno y Molina, Gutiérrez, Munilla, Alonso de Caso, Torezano y Parra, entre otros. Todos ellos acordaron rotular con su nombre la antigua calle del Mar, que era donde vivía el alcalde fallecido.

Además de su domicilio particular, ubicado en el número 6, poseía establecida en otra vivienda de la misma vía la razón social de su compañía de navegación fluvial, cuya línea de vapor unía a Sevilla con Marsella. El servicio semanal proporcionaba cobertura comercial a toda Andalucía, Extremadura y Valencia. Vinuesa era hombre de la banca y fue consiliario del Banco de Sevilla, establecido en la calle Pajaritos.

Al entierro acudieron muchas personas y formaron parte del cortejo fúnebre las principales autoridades locales, así como otras personalidades tan relevantes como el acreditado ingeniero, don Manuel Pastor y Landero, junto al que Vinuesa trabajó tan estrechamente.

La corporación municipal aprobó también, en el transcurso del mismo pleno, costear la erección de un mausoleo dentro del cementerio de San Fernando, para acoger los restos del finado, y proporcionarle una paga a la viuda. Con el tiempo, este monumento funerario fue a parar a manos de doña Carmen Moreno Santamaría y García de Vinuesa, por cuya vía terminó enterrándose el también alcalde, don Mariano Pérez de Ayala y Vaca. Por tanto, en el mismo panteón se hayan enterrados dos alcaldes de Sevilla, según nos ha contado el nieto de este último, hoy presidente de Cáritas Andalucía.

Modernización de Sevilla

Los años en que fue alcalde coinciden con un gran auge experimentado en Sevilla, que acogía la estancia de la familia real de los Montpensier. Descentralizó los servicios municipales en distritos y, durante sus años de alcalde, promovió la ejecución de numerosas obras públicas, con el claro afán de modernizar Sevilla y subirla al carro del desarrollo industrial. Bajo su mandato se inauguró el ferrocarril, por lo que mejoraron muchísimo las comunicaciones. Con gran acierto logró conectar la línea férrea y el puerto del río, cuyos desbordamientos consiguió achicar gracias a diversas actuaciones. Realizó importantes mejoras urbanísticas de ensanche y embellecimiento de la mano del arquitecto Balbino Marrón, allegado a los duques de Montpensier. Transformó las calles estrechas, tan poco higiénicas, en amplias vías de comunicación. Se le ha culpado del derrumbe de casi todas las Puertas de la ciudad, y eso no fue así. Cuando visitaron Sevilla la reina Isabel II y el príncipe Alfonso XII, en 1862, mandó adornar la Puerta de Triana con vidrios de color. Y sí fue el responsable de las destrucciones de las Puertas de Jerez, San Juan (calle Torneo) y el Arenal, en 1864.

Pese al anticlericalismo imperante, la religiosidad popular no había perdido vigencia ante la crisis que vivía la Iglesia. De hecho, se organizó la preceptiva procesión de rogativas para implorar la aflicción divina en honor de la Virgen de los Reyes, cuya imagen también volvió a procesionar, en acción de gracias, tras el cese del contagio. Lo ha estudiado pormenorizadamente nuestro colega de investigación, don Rafael Jiménez Sampedro, en un artículo interesantísimo que publicó el pasado año en el Boletín de las Cofradías que dirige.

Por encima de todas las mejoras instauradas por García de Vinuesa, permanecerán sus continuos desvelos, absoluta entrega y dedicación brindada, en cuerpo y alma, en beneficio de la ciudad. Varios periódicos nacionales narraron que Vinuesa le daba a los necesitados todo el dinero que recibía del Ayuntamiento como retribución de su cargo. Se mostraba incansable en el ruego al vecindario para que no dejaran de ofrecer donativos con los que poder combatir el desarrollo de la epidemia. Ese espíritu filantrópico suyo es el que ha posibilitado que su memoria nunca haya muerto. Por ello, pervive en el recuerdo como uno de los alcaldes con mayor corazón, y el más humano, de toda la Historia Contemporánea de Sevilla.

 

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