ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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0368Tal día como hoy, hace doscientos años, comenzó a gestarse el sueño vivificado más bonito que en toda su vida ha tenido Triana: establecer una filial del Rocío en su barrio. Hermosa ensoñación, sí, pero que ha trascendido, sobre todo, como una auténtica realidad monumental dentro de la conformación de la fisonomía identitaria de Sevilla, la ciudad que ha engrandecido su alma, todavía más, gracias a la herencia de las variopintas formas de expresión rociera. Ayudó el Rocío de Triana a introducir una nueva advocación, de modo institucional, en el rico elenco mariológico hispalense y trajo a la metrópolis genuinas acuñaciones piadosas, festivas y estéticas, heredadas de una romería con peregrinación campestre que transcurre por sendas de la baja Andalucía y parajes insólitos de marisma. Ya había un folclorismo en la urbe con anterioridad a su institución, descrito por viajeros de la época, pero el Rocío acercó nuevos cantes y bailes surgidos en los caminos e importó modas ornamentales de otros trajes regionales e indumentarias camperas propias de las caravanas romeras.

Nunca se había analizado con detenimiento qué día fue aquel 6 de junio de 1813 en el que se fundó la hermandad del Rocío de Triana. Valiéndonos de distintas fuentes documentales, hemos podido desentrañar que, curiosamente, era domingo de Pentecostés y que su precursor, el trianero don Francisco Antonio Hernández, fue recibido por la «Primitiva e Ilustre» hermandad de Almonte como cofrade de ella, al tiempo que quedó autorizado para que promoviese la creación de la sevillana. Sintomáticamente, muy pocos días antes había dejado Almonte de pertenecer a la provincia de Sanlúcar de Barrameda, recién disuelta, y había pasado a formar parte de la de Sevilla, en lo civil. En la esfera religiosa ha integrado nuestra Archidiócesis hasta 1953, año en que se erigió la Mitra onubense. Si el 6 de junio es la fecha oficial del nacimiento, tal como declara la «Segunda Memoria de los Primeros hermanos que se le unieron a dn Franco Hernandez» custodiada por la filial, el fundador no podía encontrarse de ningún modo en Triana, sino en la mismísima aldea del Rocío. La ermita fue, por tanto, el excepcional escenario que originariamente acogió el desarrollo de aquel momento cumbre de la histórica jornada en el que Hernández hubo de cumplimentar su entrada como rociero de Almonte –no en vano, las reglas permitían la inscripción de hermanos forasteros–, muy presumiblemente delante de la imagen titular en plenas vísperas de la procesión de la Virgen.

Entre las motivaciones que originaron el establecimiento de la filial, hemos localizado noticias del agradecimiento votivo que muchos sevillanos quisieron manifestarle a la patrona almonteña, en 1808, por la protección milagrosa que dispensó cuando la ciudad padeció los estragos de un cólera tremendamente mortífero. Concurrieron entonces masivamente, en peregrinación, hombres y mujeres de nuestra tierra a El Rocío, hacia donde muchas personas, amantes de la fórmula piadosa y festiva de la romería, habían reorientado sus pasos después de que el Consejo de Castilla suspendiese la de Consolación de Utrera, a raíz de los escándalos que se registraban en ella (1771). La semilla rociera había comenzado a aflorar ya en el arrabal trianero con bastante antelación al Ochocientos, como se prueba con el bautizo de Antonia Juana del Rocío, celebrado el 9 de junio de 1790 en la parroquial de «Señá» Santa Ana, y otros tantos más verificados a lo largo de aquel último decenio del siglo XVIII.

En los años de la invasión francesa, Nuestra Señora del Rocío acrecentó notoriamente su fama. ¿Contribuyó a este hecho la estancia de la imagen en el pueblo de Almonte, donde permaneció resguardada de posibles saqueos y profanación de su ermita a manos de soldados franceses? Lo cierto y verdad es que el tardío Rocío de 1813 pudo celebrarse en la aldea, en medio de una efervescencia piadosa y popular incontenida, después de tanta penuria a causa del sometimiento militar ejercido por las huestes de Napoleón. Se enmarca la creación de la hermanad del Rocío de Triana en unos momentos de posguerra realmente adversos, en los que paradójicamente se suscitó un ambiente nuevo de libertad para la fiesta, promulgado por las Cortes de Cádiz con reflejo en la Constitución doceañista. En aquel contexto, la religiosidad popular encontró un importante reflejo en romerías y procesiones como manifestaciones también de alta significación patriótica. Es bastante revelador que el origen se engendrase algunos meses antes de la proclamación del «Rocío Chico», un popularísimo voto de promesa ofrecido a la Virgen por la villa de Almonte, en agradecimiento por haber salvado a su vecindario de una ofensiva francesa que luego no se consumó de forma providencial, que llegó a constituir un gran revulsivo en la posterior expansión devocional del fenómeno rociero.

Entre los propulsores de la congregación trianera se encontraba el que había sido jefe de guerrilla por la serranía gaditana Pablo Fosao de la Vega, un residente del barrio de Triana que era conocido con el apodo de «trianón». Conocemos que acudió a la ermita, en 1814, con un exvoto para agradecerle a la Virgen el amparo que le había prestado en el transcurso de la contienda. Y soldado combatiente había sido de igual modo el fundador Francisco Hernández, quien se encontraba ausente de su domicilio, entre 1809 y 1812, cuando los franceses entraron a robarle varios enseres pertenecientes al Cachorro, de cuya cofradía era su mayordomo (y en la que también llegó a ser hermano mayor). Este gran devoto del Cristo de la Expiración había nacido en Triana el 6 de febrero de 1772, trabajó desde joven en un tejar de ladrillos situado en la vega, a las espaldas de la calle del Rosario, y contrajo matrimonio en 1790 con la también trianera María del Carmen Tamayo, fundadora de la hermandad junto a su esposo. De todas estas referencias biográficas extraemos que don Francisco contaba con 41 años de edad cuando se involucró en la fundación. Las partidas sacramentales de ambos (bautismos y matrimonio), conservadas en el Archivo de Santa Ana, descartan el supuesto nacimiento de alguno de ellos en Villamanrique de la Condesa, como hasta ahora se había creído. Su dedicación agrícola, especialmente olivarera, junto a la labor artesana de producción de ladrillos, hubo de reportarle a nuestro biografiado un destacado poder adquisitivo. Este matrimonio trianero de cuna compró en 1803 la vivienda de la calle Castilla, marcada con el número 11 de gobierno, cercana a la Alcantarilla de los Ciegos con salida por la trasera al campo y el camino de los tejares de ladrillos, en cuya espaciosa casona de labor ha venido suponiéndose que se produjo la fundación.

Fijándonos en los principales actores de la gestación, concluimos que las familias que inicialmente intervinieron en el proyecto fueron mayormente gente humilde pertenecientes a una misma clase social: artesanos, agricultores, ganaderos, militares, corsarios, corredores y tratantes de ganado, etc. Tras recabar la autorización de Almonte, los rocieros de Triana se afanaron con especial fe en la estructuración orgánica de la entidad, cuyos cargos se designaron en el cabildo celebrado el 9 de enero del siguiente año, aprovisionamiento de insignias y enseres adecuados para el culto romero, así como en la organización logística del primer camino, recorrido a finales de mayo de 1814. Desde entonces, Triana pone las flores con un baile por sevillanas –como evoca la letra de una de las más antiguas– y brilla en el Rocío hermoso como el lucero de la mañana.

(*) JULIO MAYO es Historiador y uno de los autores del estudio histórico que se publicará sobre el Rocío de Triana.

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