ASOCIACIÓN PROVINCIAL SEVILLANA DE CRONISTAS
E INVESTIGADORES LOCALES

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0688Un capítulo desconocido de la tramitación para su concesión real

Con antelación a la primera Feria, el Ayuntamiento de Sevilla comenzó a gestionar, ya en el verano de 1846, los trámites administrativos necesarios para obtener del gobierno nacional el permiso que facultase la celebración. Desde el consistorio se mandó a Madrid un expediente bastante amplio con distintas manifestaciones, encabezado por un oficio de petición dirigido personalmente a su majestad la reina. Es bastante conocido el hecho de que don José María Ibarra Gutiérrez de Caviedes (Bilbao, 1816–Sevilla, 1878) y Narciso Bonaplata (Barcelona, 1807–Sevilla, 1869), vasco y catalán, respectivamente, fueron los concejales que, en agosto de 1846, expusieron al Pleno una moción con el fin de organizar un mercado agroganadero libre de derechos contributivos y reactivar la economía de una ciudad, cuyo desarrollo era precario. Pues bien, repasando los documentos que sobre esta cuestión conserva el Archivo Municipal de Sevilla, hemos descubierto que la carta dirigida a Isabel II fue escrita, curiosamente, por el mismísimo Teniente de Alcalde, don José María Ibarra. Ello se deduce de una anotación inserta en la copia del texto elevado a la titular del trono español, junto a una instrucción dirigida al secretario municipal: «Puede copiarse en limpio tal como está. Ibarra.»

0689 «Óleo de Andrés Cortés sobre la Feria de Sevilla (1852). En primer plano don José María Ibarra y su esposa doña María Dolores González. Museo de Bellas Artes de Bilbao»

La misiva, fechada en Sevilla el 23 de septiembre de 1846, no figura suscrita oficialmente por el señor Ibarra al tratarse de una petición oficial realizada por el conjunto de la corporación municipal. Llama la atención el diagnóstico tan certero que efectúa sobre los valores más emblemáticos de la ciudad, situando a la agricultura como principal fuente de riqueza, de la que «depende el bienestar de la mayor parte de la población». Debido al gran número de labradores ricos que vivían en la ciudad, así como muchos otros que había en la provincia y otras limítrofes, que incluso se venían a la capital a pasar ciertas temporadas del año, Sevilla necesitaba establecer una Feria que cumpliese con la doble finalidad de promover transacciones mercantiles, por un lado, e incentivar a los labradores y criadores de ganados para que mejorasen sus productos, por otra. Don José María Ibarra refiere que Madrid y Barcelona organizaban ya las suyas, así como un importante número de ciudades y otros muchos pueblos, motivo por el que Sevilla estaba llamada a acoger todos «los adelantos que se inventan en los demás pueblos», como uno de los principales centros de negocios del país. Y toda esta innovación pasaba, sencillamente, por fortalecer una industria agropecuaria que ayudase a modernizar el extenso y fértil campo del aljarafe y la campiña sevillana. Nuestra ciudad iba a meterse en la segunda mitad del siglo XIX sin haber desarrollado su particular revolución industrial, como sí lo habían hecho otras capitales señeras del país, por lo que este incipiente grupo de empresarios tan emergentes, que en la mayoría de los casos vinieron de otras regiones, quería apostar por mitigar la crisis con la ayuda de la modernización del sector agropecuario. Y eso que un mes después de la primera Feria, se suscitó el «motín del trigo», a causa de la carestía y escasez de los granos (finales de abril y mayo de 1847).

0691Con anterioridad a instalarse aquí, al pie de la Giralda, el emprendedor Ibarra había permanecido ya varios años en Madrid, estudiando su carrera de abogado y trabajando, además, como pasante para don Juan Bravo Murillo (desde 1839 hasta 1841), Ministro de Gracia y Justicia en el momento de la petición ferial. Aunque el anuncio de la concesión real que autorizaba la organización de la Feria lo comunicó oficialmente el señor Jefe político de la provincia, don Antonio Ordoñez, varios días antes Luis de Cuadra se adelantó a soplar la noticia mediante comunicación enviada desde Madrid, el 6 de marzo de 1847, al entonces alcalde constitucional don Alejandro Aguado, conde de Montelirios. Este otro concejal sevillano, que oficiaba en los madriles como diputado de las Cortes por Sevilla, informaba así de las diligencias que él mismo había realizado por los despachos y pasillos de aquella Cámara. El concejal don Luis de Cuadra también se dedicaba al comercio y coincidió con don José María Ibarra en iniciativas económicas relacionadas con la banca. Para la organización de casi todos los eventos del calendario festivo de esta ciudad había que mirar siempre hacia el Palacio Arzobispal, debido al papel preponderante de la Iglesia. Sin embargo, en el caso de la Feria, sus promotores concibieron un acontecimiento eminentemente civil que, para más inri, nació en un contexto de cierto desencuentro entre los miembros del ayuntamiento y el cabildo de la catedral, que venía de algún tiempo atrás. Se hizo posible la sabia compatibilidad entre el mercantilismo desarrollado por la élite burguesa y la forma de ganarse la vida por parte de las clases populares, gracias a la instauración de este acto profano que, de inmediato, terminó convirtiéndose en un hecho festivo y lúdico. Con el tiempo, su principal triunfo ha sido social, pues ha terminado labrándose una de las expresiones culturales con mayor valor patrimonial y etnográfico de Sevilla.

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JULIO MAYO

Los primeros puestecillos de 1847
En la calle San Fernando se colocaron feriantes diferenciados a los ubicados en las exposiciones ganaderas y agrícolas del Prado de San Sebastián. Unos toldos cubrían la calle de las cigarreras, mucho más estrecha que como se conoce hoy. En la acera de la fábrica de tabacos se situaron los puestos de ropas, mercerías y efectos de tiendas, mientras que en la de enfrente se dispusieron las de juguetes, avellanas, chacinas, vinos, frutas y buñuelos. Por unos documentos privados del Conde de Ibarra tenemos noticias de las asistencias ya en aquella primera cita ferial de gitanas buñueleras tan prestigiosas como la señora que acostumbraba a ponerse en la plaza del Salvador, así como otra la de los gitanos de la cava de Triana. Gracias a las crónicas todavía inéditas de González de León se sabe que aquel primer año se hicieron muy buenos negocios de ganados y que la asistencia fue extraordinaria, pese a «haber hecho tres días de aguas, vientos y fríos».

Don José María de Ybarra
En la primera Feria se lució por todo el real una Carretela suya (un coche de caballo de lujo como los empleados para las novias en las bodas de la infanta Elena e hija de la duquesa de Alba), lo que pone de manifiesto el poder adquisitivo del empresario y bancario vasco en el año inaugural de la Feria, aunque luego llegó a acrecentarlo muchísimo más. El entonces primer Teniente de Alcalde, fue clave no sólo por proponer a la corporación municipal una iniciativa de esta naturaleza, junto a una comisión integrada por otros concejales, sino sobre todo por la capacidad intelectual que aportó en la tramitación administrativa y gestión política a fin de conseguir la autorización real para la celebración. Varias pruebas documentales nos han permitido acreditar que él fue quien esbozó y redactó el oficio de petición que el Ayuntamiento de Sevilla le dirigió a la Reina encabezando el expediente de solicitud. Dejó escrito que el alcalde de Mairena del Alcor, pueblo sevillano con una de las ferias más importantes del momento, protestó bastante y trató de entorpecer su labor con tal de que no se estableciese finalmente la Feria de Sevilla en el mes de abril.

GÓMEZ BAJUELO, Gil. «Lo que opinó sobre el primer año de Feria su creador. El conde de Ibarra», en ABC de Sevilla, 18 de abril de 1945, pág. 15

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