BAILES GITANOS EN EL CORPUS DE SEVILLA

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Terminaron consiguiendo el perdón de Dios por el duende de su arte. Los gitanos tuvieron el ángel de encontrar su sitio entre los numerosos grupos de danzantes del Corpus Christi de la Sevilla imperial del siglo XVI, en la que llegaron a vivir músicos de alto nivel, debido al prestigio cultural que alcanzó nuestra urbe como capital económica de Europa. Pero no de inferior reconocimiento fueron los novedosos bailes de invención, considerados de mal hacer por romper con normas académicas, que tanto aplaudía la sociedad del Siglo de Oro español. La gran procesión eucarística de nuestro templo Metropolitano y Patriarcal, exhibía un pintoresco cortejo repleto de simbólicas representaciones religiosas y profanas, en el que figuraban estos artistas tan espontáneos danzando y tocando instrumentos sencillos, como el tamboril y las castañuelas. Basándonos en diversas referencias documentales, prácticamente inéditas hasta el momento, trataremos de explicar cómo consiguieron los gitanos integrarse en la sociedad sevillana mediante las celebraciones procesionales de la religión católica.

Hemos encontrado testimonio de los pagos realizados por el Ayuntamiento a los responsables de crear y ejecutar las danzas tributadas en honor al Santísimo, desde la segunda mitad del siglo XVI hasta buena parte del siglo XVIII, en la sección II (Contaduría) del Archivo Municipal de Sevilla. Entre el variado repertorio temático de las interpretadas se repitió, con bastante frecuencia, la llamada de «Las Gitanas». Referidas a sus bailes, la primera referencia localizada se remonta a 1564. Aquel año se encargó de dirigirla el sevillano, Lorenzo Salado. Un tal Pedro Guerra aparece como responsable de su organización en 1572, y el zapatero Juan Jiménez en 1574. El año 1580 consta haberse efectuado una liquidación al gitano Baltasar Maldonado. Luego, ya en la década de 1590, la iniciativa recayó sobre el sombrerero, Pedro de Santa María (1593), y Baltasar de Guzmán (1596 y 1597). A inicios del siglo XVII, en 1601, se responsabilizó de escenificarla Juan Calvo, y en años posteriores –conocida ya esta danza como la de «Los Gitanos y Las Gitanas»– sobresalió Hernando Mallén, a quien le correspondió ejecutarla entre 1613 y 1616. Así continuaron sucesivamente representándose durante casi dos siglos.

Con independencia de los maestros de estos grupos, los bailarines y bailarinas sí que eran zíngaros. En 1699, el director de danza, Juan Fernández de Velasco, comunicó al Ayuntamiento hispalense que la Inquisición había llevado a la Cárcel Real a cuatro de los gitanos que bailaban en el Corpus, y no tenía tiempo de poder localizar a otros, por lo que tuvo que presentar varios testigos para acreditar que los encarcelados eran castellanos viejos. El entonces Cardenal, don Jaime de Palafox, trató de separar a los gitanos del Corpus, quejándose de la indecencia que provocaban sus caras pintadas y enmascaradas. Se escandalizó el señor arzobispo de que las gitanas bailasen también en la celebración dentro de un lugar sagrado. No opinaban así el propio maestro de ceremonias de la Catedral, don Adrián de Elossu, ni los concejales municipales. Finalmente, una Real Cédula de 1699 redujo y reformó la celebración de las danzas. El rey dictó una provisión autorizando a que solo bailasen los hombres, sin que se mezclaran con las mujeres. Por tanto, en el siglo XVIII, las danzas del Corpus debían ser solo masculinas, aunque seguro que las féminas bailaron encubiertas otras muchas veces. Después de que Carlos III interpusiese tantos obstáculos legislativos, a finales del Setecientos, para desterrar los bailes populares en este tipo de celebraciones, ha sobrevivido únicamente el de los Seises. Algunos de sus movimientos y el repiqueteo de los palillos, ¿no son, quizá, reminiscencia de los primitivos bailes gitanos?.

Seises
Algunos movimientos y el repiqueteo de los palillos, ¿no son reminiscencia
quizá de los bailes gitanos?

Los gitanos constituían un grupo marginal perseguido por la justicia, tanto por su origen étnico como por la concepción religiosa tan peculiar que tenían del cristianismo. A mediados del siglo XVI, se habían asentado ya en Sevilla numerosos clanes, a los que la sociedad, genéricamente, despreciaba. Aunque muchas familias consiguieron avecindarse y encontraron trabajo para sus miembros, otras deambulaban errantes, haciendo tratos de ganado, mendigando, y dedicadas a las artes adivinatorias. Una ocupación que, en aquellos tiempos, resultaba algo inmoral. Lamentablemente, los hombres gitanos estaban catalogados como ladrones, y las mujeres como si muchas fueran de vida pública, por lo que, a los ojos de las autoridades religiosas y civiles, no eran muy fiables. Pero, a pesar de ello, obtuvieron cierta aprobación social. Así lo pone de manifiesto el hecho de que fueran requeridos y contratados para realizar estos rituales de alabanza al Augusto Sacramento, que tanto servían, también, de divertimento a todo el pueblo.

Eran considerados los «egipcianos» o «egitanos», reseñados así en los documentos examinados, como si fueran oriundos de Egipto y otros lugares remotos, donde no se rendía culto católico. Se visualiza la intervención gitana, en los desfiles del Corpus, como una acción de la Iglesia sevillana para hacer pública demostración de los logros evangelizadores conseguidos sobre otras razas y naciones –reconvertidas ya al cristianismo–, bajo un credo común dentro del proyecto estatal de llevar la fe hasta el confín de la Tierra. Además, se disponían danzas de indígenas de América y negros de Guinea, portugueses, franceses, italianos, etcétera. Incluso llegaron a escenificarse otras que encarnaban a países en los que el cristianismo mantenía una gran lucha por imponerse, como las coreografías dedicadas a los moriscos, turcos, húngaros, herejes ingleses, chinos y japoneses. La reunión de unas representaciones tan plurales colmaba los gustos de las autoridades y, sobre todo, de unos espectadores dispares que convivían en una ciudad enormemente cosmopolita.

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Corpus Christi de Sevilla

En el Renacimiento, la Iglesia (religión, cultura y pueblo) sale en pleno de la Catedral a la calle para que Sevilla sea toda entera el mismo cuerpo de Cristo. De ahí, que muchas de las actividades culturales que desde la baja Edad Media se celebraban en su interior, pasasen a formar parte de un amplísimo cortejo integrado por ingeniosos carros, como la Tarasca, que representaba los vicios y pecados de la sociedad, junto a representaciones alegóricas de distintos personajes mitológicos (Hércules), históricos (Julio César), literarios (El Quijote) y bíblicos (Sansón y Dalila). Todo ello, sin que faltasen los espectáculos teatrales de las vidas de los Santos, Autos Sacramentales y de las Virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad), ni caracterizaciones de la grandeza política y religiosa de la ciudad, (Giralda, Catedral y Guadalquivir). Esta manifestación religiosa, de carácter renacentista terminó barroquizándose, en las últimas décadas del siglo XVI, y aumentó su teatralidad escénica en la calle, por la necesidad surgida después de Trento, de hacer ver a los protestantes en qué consiste la transustanciación (la conversión de las especies del pan y vino en el Cuerpo y Sangre del Señor). No se trataba únicamente de una festividad litúrgica, sino de la celebración de una auténtica feria, que transcurría durante los días de su octava. Se instalaban puestos de turrones en torno al itinerario, se organizaban juegos de cañas y de toros, y había permisividad para comer y beber, en claro contrapunto a la austeridad penitencial de la Semana Santa. Todas estas circunstancias favorecieron que esta fiesta fuera multitudinariamente seguida.

Durante varios siglos, el Corpus fue la solución a la integración de los gitanos en Sevilla. Aquí, la gitanería ha alcanzado un grado de convivencia superior al de otros lugares del país. La admiración que sentimos hacia ellos, ha contribuido a que se admitan muchas de sus costumbres, como buenas. Le debe la cultura sevillana importantes legados, como la influencia de muchas de sus formas festivas y estéticas (atuendo, convivencia, estética de la romería y la expresión musical a través del cante y baile flamenco). Con el tiempo, los gitanos han llegado a compartirlas con nosotros los sevillanos, sin que ellos nunca renunciasen a su propia personalidad. No olvidemos que la raza calé –inspiradora, por ejemplo, de que nuestras mujeres se vistan hoy de gitanas para acudir a las principales fiestas– le ha enseñado a Sevilla la alegría de vivir.

Fuente: http://sevilla.abc.es/sevilla/sevi-bailes-gitanos-corpus-sevilla-201605311600_noticia.html

JULIO MAYO ES HISTORIADOR

ROCÍO, AGUA BENDITA DEL CIELO

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Las precipitaciones que tanto han dificultado en estos días el camino de las hermandades hacia el Rocío, denotan mucha parte de la razón de ser del título de esta advocación mariana tan original. En la mentalidad barroca, el agua bendita del cielo era un remedio divino que venía a aliviar las muchas necesidades que provocaban las sequías. En este sentido, resulta verdaderamente aclaratorio un acuerdo plenario del Ayuntamiento de Almonte, celebrado el 26 de noviembre de 1726, que dispuso dirigir los ruegos a su Protectora con la fe de que trajese el «Santo Rocío de sus Aguas». Parece evidente que Rocío, como título devocional, haga referencia por tanto al agua de lluvia. Tan preciada, y piadosamente solicitada, en una tierra como la nuestra, en la que dependemos tanto del fruto del campo, como de la providencia del cielo.

Bien es sabido, que la talla comenzó a venerarse en la Edad Media como Señora de las Roçinas, en alusión al paraje donde recibía culto, dedicado a la cría de yeguas y caballerías en general. De hecho, en los Libros de Subsidio y Escusado de la Catedral de Sevilla del siglo XVI, aparece reseñada la ermita bajo el título curioso de Nuestra Señora de las «Rocias», en posible alusión a rocinas o bestias rucias. Pero, ¿en qué momento se produjo la renovación de Roçinas por Rocío, y cuáles fueron las motivaciones? Para indagar sobre ello acudimos a las Reglas más antiguas de la hermandad Matriz, impresas en 1758. En su introducción relata que el título de la Virgen se mudó con el tiempo, aunque no llega a concretar la cronología exacta ni explica el contexto del cambio. Lo que sí hace referencia es al motivo que provocó la sustitución, argumentado que se produjo «no sin mystica alusion». El empleo de la palabra mística está ligado aquí al carácter milagroso y sobrenatural que siempre ha poseído la imagen por intervenir en favor de su pueblo. Así se explica, que en otro fragmento del preámbulo de las mismas Reglas, se implore a la titular como «Rocío del cielo», elogiándola además con la ostentación de «la abundancia de la tierra». Por ello, la efigie marismeña se presentaba ante los ojos de sus devotos como una eficaz intercesora que otorgaba parabienes en beneficio de los campos, ganados, y todo el vecindario. Esta forma de manifestación de la Virgen acabó reforzando su carácter de imagen peregrina e itinerante, sometida a frecuentes traslados verificados desde su Santuario a Almonte, cada vez que lo demandaban sus hijos. La mayoría de las idas y venidas estuvieron motivadas por causas ambientales, especialmente en situaciones de calamidades agro ganaderas.

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Tantas veces trajo el agua y quitó el hambre, que el Ayuntamiento de Almonte terminó nombrándola oficialmente como Patrona, el 25 de abril de 1653, sesión capitular en la que también se acordó vincular su devoción a la defensa del voto Concepcionista de la Virgen María. Lo especificaba así la propia Acta municipal, que en la actualidad se halla en paradero desconocido y cuya transcripción conocemos gracias al historiador rociero Juan Infante Galán. Ya, a partir de aquellos años centrales del siglo XVII, en los que imperaba tanta efervescencia mariana, comenzarán a aparecer las primeras menciones al título de Rocío como advocación de la Virgen. No podemos descartar el posible influjo portugués en la adopción del nuevo título, debido a la cercanía del amplio término de Almonte con las tierras de Portugal. En siglos pasados, el vocablo rocío es posible que les hubiese resultado familiar a muchos almonteños, pues en el país vecino está presente en todas las ciudades y municipios desde fechas muy remotas. Allí, designa el enclave de las ferias de ganados por la existencia en tales espacios de abrevaderos y fuentes de agua para las bestias. Sírvanos como principal exponente el caso de su capital Lisboa, donde es conocida la «Praça do Rossio».

Aunque el diccionario dice que rocío son gotas agua, el significado de la advocación ha venido identificándose en el mundo rociero con el pasaje evangélico de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, suponiéndose que el motivo de la mudanza de Roçinas a Rocío se habría producido cuando la festividad de la Virgen, pasó a celebrarse en Pentecostés. Esta teoría carece de fundamento después de que hayamos descubierto, además, que la Virgen comenzó a llamarse Rocío cuando todavía su fiesta se celebraba en septiembre, casi dos décadas antes de que se adelantase a Pentecostés (1670). El verdadero tirón del Rocío es la Virgen porque tiene un poder tan milagroso que es capaz de reunir a tantísimos pueblos y ciudades del mundo, en torno a un nombre que no hizo falta buscarlo en ningún devocionario litúrgico. Almonte lo encontró en el inmenso cielo de su marisma.

JULIO MAYO

EN OTRA CASA DE LA CALLE CASTILLA

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La ubicación de la casa en la que vivió el matrimonio fundador del Rocío de Triana se ha fijado tradicionalmente en un inmueble de la calle Castilla, que hasta hace muy pocos años ha sido el número 11, aunque hoy es el 9. Don Francisco Antonio Hernández y doña María del Carmen Tamayo, nacidos en el propio barrio de Triana y no en Villamanrique de la Condesa, como se ha venido sosteniendo, fueron sus primeros promotores. En el año 2013 quedó reconocido el domicilio con la colocación de un mural cerámico que conmemora su acto fundacional, acaecido el año 1813. Es verdad, que en la documentación obrante, tanto en el archivo de la propia hermandad, como en las partidas de defunción de los fundadores, aparece como número de la residencia el 11. Pero, a raíz de nuestros trabajos de investigación en estos años, hemos podido comprobar que la numeración se correspondía con otro tramo de la calle, vinculado a la feligresía de la Iglesia auxiliar de la O. Antiguamente, la numeración de las casas se repetía por sectores, dentro de una misma calle, y era distinta a la actual. En uno de los padrones conservados en la parroquia de Santa Ana, fechado en 1817, el matrimonio consta asentado en el tramo tercero de la O, en una vivienda marcada con el número general 110.

Ha sido determinante el hallazgo de hasta dos testamentos distintos del matrimonio, en los que quedan recogidas diversas descripciones del entorno urbano de la casa. Por detrás, colindaba con un tinajón de bueyes, propio de los titulares, que daba a la entonces llamada callejuela del Estudiante, ahora conocido este callejón como el de Magallanes. Según estos documentos, el postigo de la propiedad tenía salida hacia el campo, por el camino de los tejares de ladrillos que se hallaban cerca de la «Alcantarilla de los Ciegos». Por tanto, la ubicación de la casa, en la que vivieron los fundadores del Rocío de Triana, no es la que indica el azulejo conmemorativo que está frente al callejón de la Inquisición, tan cerca de la plaza del Altozano. Se corresponde con una distinta, situada al otro extremo en dirección a la capilla del Patrocinio, tras sobrepasar la parroquia de la O. Se sitúa, justamente, en la confluencia de las calles Castilla con la de Alvarado, en el número 103 de Castilla, junto a Chapina (Plaza de Matilde Coral).

El descubrimiento de la localización de la casona pone de manifiesto la realidad de una familia entroncada con el tejido económico y social de una Triana, que dependía de la actividad de los tejares, así como de la incipiente industria cerámica. Además, llegaron a hacerse hermanos rocieros varios miembros del gremio de los alfareros, como los Mensaque, Alvarado, Ruiz, y Vera. A través del Guadalquivir se fomentaron aquellos negocios en destinos tan rocieros como Cádiz, el Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda, de donde precisamente era la ahijada del matrimonio fundador, que al no tener hijos, acogió en su casa a la señorita María Dolores de la Llana, hija de don José de la Llana y doña Margarita Villegas, casada luego con don Pedro Ruíz Cortegana, heredero de la devoción rociera de su esposa y miembro de la Junta de Gobierno del Rocío durante muchísimos años.

A quienes fueron hermano mayor del Cachorro y camarera de la Virgen dolorosa del Patrocinio, Triana no solo le debe el recuerdo del lugar exacto donde se guardó el Simpecado tantos años, sino la introducción en este popular barrio sevillano de un buen número de elementos fundamentales para entender la religiosidad y personalidad propia de la cultura andaluza.

JULIO MAYO

SEVILLA Y LA FAMILIA INGLESA DE CERVANTES

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SEVILLA Y LA FAMILIA INGLESA DE CERVANTES
JULIO MAYO

«La española inglesa» está colmada de referencias que establecen la relación entre el escritor y la Inglaterra
Shakespeare

Hace 400 años falleció en Madrid el escritor español más universal de todos los tiempos el mismo día en que dejó de existir también Shakespeare. Mucho se ha escrito de la influencia estilística y temática de Miguel de Cervantes sobre aquel otro genio de la Literatura, pero ¿llegaron a leerse el uno al otro? No es casual que don Miguel escribiese «La española inglesa», una novela en la que nos brinda una serie de reseñas que precisamente no fueron inventadas. Después de una ardua labor de indagación documental, y poner en pie la vinculación de Cervantes con unos familiares suyos de sangre inglesa, sabemos que la obra está colmada de referencias que mantienen una estrechísima correspondencia con su vida real. Estas nuevas claves interpretativas quizás puedan ayudarnos a entender la urdimbre establecida entre el escritor español y la Inglaterra de Shakespeare. Si en aquellos años finales del siglo XVI, e inicios del XVII, hubo una ciudad que centralizase la capitalidad de toda Europa, esa fue Sevilla, la gran metrópoli de la monarquía hispánica que canalizaba también muchas transacciones mercantiles de los mercaderes ingleses.

 
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La historia es que, hace un año, dimos con un documento que probaba la visita de Cervantes a Utrera, localizado en la sección de los Protocolos Notariales del Archivo Histórico Provincial de Sevilla. Esta acta notarial, hasta ahora desconocida, contiene la extraordinaria singularidad de que está firmada por el propio Miguel de Cervantes, de su puño y letra. La aparición ante el notario utrerano se produjo, el 30 de marzo de 1593, en el mesón de Felipe de Rojas, cuando don Miguel actuaba como Comisario regio, encargado de adquirir trigo y víveres para abastecer a los soldados de las flotas que daban escolta a las embarcaciones mercantes que iban, y venían, a América. No nos dejó indiferente que el compromiso se celebrase en una posada, el escenario habitual de su actividad literaria y profesional, en la que compareció también la figura de un arriero. A este transportista, que formaba parte de la red de colaboradores con los que tuvo que contar Cervantes, le encargó que recogiese ciertas cantidades de cebada y trigo en pueblos de la campiña para acarrearlas hasta los puertos gaditanos, a través de la vereda de la Armada. Pero cuando nos dispusimos a contrastar en qué momento exacto pudo haberse presentado Cervantes en el Ayuntamiento de Utrera, para consumar la requisa, nos llevamos la sorpresa de comprobar que la demanda de los géneros la efectuó un tal Juan Titón de Cervantes, y no don Miguel. ¿Estábamos ante un hábil juego de suplantación de identidades con el que Cervantes pretendía camuflar la discrecionalidad de su oficio?

Después de no pocas averiguaciones, pudimos saber que el susodicho Juan Titón era hijo de Hugo Titón de Cervantes, uno de los integrantes de la colonia de mercaderes de la ciudad de Bristol que se había establecido en Sanlúcar de Barrameda, por iniciativa de la Brotherhood of St. George (la hermandad de San George), fundada en 1517, con autorización de Señor de Sanlúcar de Barrameda. El origen inglés de esta familia se remonta al momento en el que don Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia, había financiado en 1482 operaciones estratégicas capitaneadas, entre otros, por John Tintam contra los intereses portugueses en la costa de Guinea. El apellido inglés Tintam acabó castellanizándose como Titón. Un descendiente suyo fue Hugo Titón, de quien refiere Loomie en un trabajo sobre Thomas James, el cónsul inglés de Andalucía, que era un espía católico al servicio de la corona española, asentado aquí en la península, que viajaba con frecuencia a Inglaterra en aquellos años de conflictos entre españoles e ingleses. Documentos del Archivo General de Simancas revelan a Hugo como padre del sanluqueño Juan Titón de Cervantes. Una fuente distinta, el Archivo de Indias, nos ayuda a demostrar cómo Juan Titón de Cervantes fue nombrado Comisario real encargado de recoger trigo en 1593, junto al propio Miguel de Cervantes, por otras poblaciones, como las entonces separadas, de Villafranca de la Marisma y Los Palacios. El hecho de que coincidiesen ambos personajes en los mismos lugares, como fue el caso de Utrera, y compartiendo el desempeño de un oficio similar, nos llevan a concluir que ambos hubieron de compartir un parentesco familiar bastante cercano, y un conocimiento profundo de la logística militar de la Armada.

Familiares religiosas de origen inglés

No han pasado desapercibidas las noticias ofrecidas en «La española inglesa» sobre el convento de Santa Paula. Desde hace más de un siglo, los investigadores han acudido a los Libros de la congregación para dilucidar los motivos que llevaron a su autor a utilizar el convento como destino español de la protagonista. Fue abadesa, en 1590, doña Juana de Cervantes Saavedra, hija de Diego de Cervantes y de doña Catalina Virués de Cervantes, familiares carnales del literato. Pero las coincidencias se acentúan al comprobarse que vivía en frente del convento doña María Titón y Francisco de Cifuentes, un señor con el mismo apellido del hidalgo burgalés que Cervantes había ubicado en «La española inglesa», como propietario de la casa que estaba enfrente de las monjas de Santa Paula. Pues una de las hijas del matrimonio entró como religiosa, como puede comprobarse en el Libro de las profesiones de la clausura. Lo sorprendente es que también profesase otra hija del matrimonio formado por Juan de Herver de Cervantes e Isabel de Salamanca, en 1577. El erudito José Gestoso nos dice que los Herver asentados en Sevilla eran plateros y habían llegado, en los albores del Quinientos, procedentes de Córdoba, por lo que queda de manifiesto el entronque familiar con Cervantes y el origen británico de los Herbert.

Estos hechos no solo prueban la vinculación de Cervantes con católicos ingleses en Sevilla, sino que demuestran las raíces familiares antes de su venida a Sevilla. El cronista del siglo XVII Méndez Silva afirma que Cervantes contaba aquí con parientes ilustres. Especulamos que corresponden a su misma saga doña Francisca Serbantes y Mariana de Servantes, que se hicieron hermanas del Gran Poder en 1602 y 1603, respectivamente, como queda recogido en el Libro primero de cofrades, cuando la hermandad se hallaba establecida en el desaparecido convento franciscano del Valle.

«La española inglesa» ilumina, por tanto, el decisivo papel de Sevilla en la relación de España con la Inglaterra de Shakespeare, mediante un argumento que presenta una modélica convivencia de creencias religiosas (catolicismo y anglicanismo), sin llegar a desprender ningún ápice de animadversión contra el enemigo inglés. Promueve el mismo espíritu de respeto, paz y armonía que fomentaban los jesuitas ingleses del colegio sevillano de San Gregorio en la última década del siglo XVI, en el que se formaban en lengua inglesa a los misioneros. Cervantes entró en el universo literario del dramaturgo William Shakespeare, como se deduce de la inspiración que el autor inglés tomó de trasuntos y personajes de la primera parte del Quijote. Sentía auténtica predilección por la picaresca. Una de las últimas obras de teatro del inglés, «Cimbelino», parece estar inspirada en la historia del «Curioso impertinente», así como «Cardenio», otra pieza basada en capítulos de la primera parte del Quijote. En los próximos días se organizará una exposición, en el Archivo de Indias, donde van a mostrarse diversos documentos que acreditan las importantes cantidades de ejemplares del Quijote que, en 1605, se llevaron desde Sevilla hasta México, a los pocos días de salir de la imprenta. El lanzamiento de la obra impresa suponemos que tuvo que llegar a los miembros de la generación de Shakespeare, habida cuenta de la conexión existente entre los puertos de Sevilla y Londres. La acogida inglesa tuvo que llegar a despertar tal grado de entusiasmo que, cuando se publicó su segunda parte (1616), fue traducida al inglés de inmediato. Un libro inglés llegaba entonces a Sevilla antes que a Madrid, o cualquier otra parte de España. Aquí vinieron numerosas obras de la Literatura inglesa, tal como testimonia el inventario de la biblioteca de los jesuitas ingleses residentes en esta ciudad. Y es muy posible que aquellos ejemplares hubiesen llegado a consultarlos la curiosidad lectora de don Miguel de Cervantes.

Soneto dedicado a Felipe II

Cuando falleció Felipe II (1598), se levantó en el interior de la Catedral de Sevilla un majestuoso monumento funerario para honrar el alma de quien había llegado a ser el Señor de la Tierra. Cervantes, que tuvo que conocer muy bien la iglesia Metropolitana, pues durante un tiempo vivió prácticamente en el entorno de la actual confluencia de la calle Federico Sánchez Bedoya con la Avenida de la Constitución, dedicó un Soneto al Túmulo (Voto a Dios que me espanta esta grandeza/ …), maravillándose de la riqueza y monumentalidad del catafalco. En los versos equipara a Sevilla con la Roma triunfante por el homenaje brindado al emperador de su Imperio. Se produjo un ruidoso enfrentamiento entre los mandamases de la Audiencia, el Cabildo catedralicio y la propia Inquisición a cuenta del figureo entre las autoridades asistentes a los funerales del rey. De las relaciones cortesanas que mantuvo don Miguel de Cervantes, resaltó su amistad con don Mateo Vázquez, que había sido secretario particular del monarca fallecido y al que Cervantes dedicó en vida una hermosísima Epístola. Este don Mateo Vázquez, fue don Mateo Vázquez de Leca, el influyente eclesiástico sevillano que tanto le ayudó a progresar en su carrera militar, cortesana y burocrática, sin que debamos confundirlo con su sobrino Vázquez de Leca, Arcediano de Carmona.

Sevillanía de Cervantes

Al alcanzar los 40 años, se asentó más de diez junto al Guadalquivir. Desde 1588 hasta 1601, ejerció como hombre de armas, sin dejar de ser cortesano ni escritor. Era el molde de la época. Tal como Garcilaso. Reinaba Felipe II y Cervantes recibió el encargo militar, como hombre de Imperio, de participar en el ataque a Inglaterra pero sin subirse a los barcos. Su misión era más importante. Recoger los géneros y víveres precisos para alimentar a los soldados de la Armada naval, aunque luego cayeron derrotados en las costas inglesas. Después, en otra etapa que se sitúa en la década de 1590, se dedicó a efectuar requisas para proveer las galeras de la Armada que escoltaban los buques mercantes de la Carrera de las Indias. En cualquier caso, su condición de militar no le privó nunca de poder integrarse, con plenitud, en la vida de una ciudad que contaba con unos universos pintorescos, capaces de hechizar la inspiración del poeta. Así se desprende de las continuadas referencias que efectuó en toda su obra. Leyéndola, podemos conocer, por ejemplo, cómo era el pueblo llano de Sevilla con más precisión y detalle que el de Madrid. De la integración social en la vida de la ciudad habla el gran número de amistades que cultivó con todo tipo de personajes (posaderos, arrieros, funcionarios de la Casa de la Contratación, canónigos, hombres Veinticuatros y Jurados del Ayuntamiento, abogados de la Audiencia, escritores como Mateo Alemán o cómicos y cómicas que actuaban en los grandes patios de comedias). En «La española inglesa» llegó a escribir de aquella Sevilla americanista, que la joven que aspiraba a introducirse como monja en la clausura del convento de Santa Paula «jamás visitó el río, ni pasó a Triana, ni vio el común regocijo en el campo de Tablada y puerta de Jerez el día de San Sebastián, celebrado de tanta gente, que apenas se puede reducir a número. Finalmente, no vio regocijo público, ni otra fiesta en Sevilla». Cervantes se sintió en nuestra tierra, escritor, y de los mejores del país. Lo reconoció al comprometerse ante notario a componer seis comedias que habían de ser –según refiere en la escritura él mismo– de «las mejores de España». Uno de los grandes logros del Quijote, esa obra que comenzó a esbozarla bajo estos luminosos cielos azules, es que el pueblo reconociera con tanta prontitud a los personajes, don Quijote y Sancho Panza. Lo demuestra la participación de sus caracterizaciones en muchos desfiles populares que se celebraron, al poco tiempo de editarse la segunda parte, en pueblos como Utrera. La presencia de don Miguel en la batalla de Lepanto, los cinco años de cautiverio que padeció en Argel, o las ventas y pueblos de la Mancha, son episodios que tuvieron que hacerle adquirir muchísima mundología, pero la ciudad que, como capital económica del Imperio español en aquellos momentos, introdujo en el mundo al mayor representante de la Literatura del Siglo de Oro, esa fue la universal Sevilla.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR
juliomayorodriguez@gmail.com

EL TRIUNFO DE LA ESPERANZA DE TRIANA

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Es mucho más antigua la devoción trianera a la Virgen de la Esperanza –con culto documentado en la parroquia de Santa Ana, en las primeras décadas del siglo XVI– que la que comenzó a profesársele en el barrio de la Macarena, a finales de la misma centuria dentro del convento de San Basilio. No en vano, aquel monasterio no se fundó hasta que promovió el establecimiento de esta orden religiosa un cofrade de la Esperanza de Triana, en 1593. Se trata del rico comerciante asentado en nuestra ciudad, que era de origen greco–chipriota y solía operar por la orilla trianera, llamado Nicolás Triarchi. Movido por la devoción a su paisano San Basilio, cedió una casa que poseía en la collación de Ómnium Sanctórum, donde los frailes construyeron el colegio de la orden. ¿Puede decirse, entonces, que el bienhechor se llevó la devoción de la Esperanza desde Triana a aquel otro lado de Sevilla?.

Fray Hernando de la Cruz accedió a que pudiera fundarse, en el colegio de San Basilio Magno, la Cofradía de Nuestra Señora de la Esperança y hermandad de penitencia, a finales de noviembre de 1595, fecha oficial de la aprobación canónica de la corporación macarena. Sin embargo, en la parroquia de Santa Ana del barrio de Triana venía rindiéndosele culto a la Esperanza, desde finales del siglo XV, en un altar sobre el que instituyó una capellanía el sacerdote don Gonzalo de Herrera hacia 1520. Se data en 1565 la cláusula testamentaria de Juan de Vidal, avecindado en Triana, que ordenó acompañar su entierro «de la dicha cofradía de Nuestra Señora de’Esperança, que hace su ayuntamiento en la dicha iglesia del Espíritu Santo». De hecho, en el sínodo convocado por el cardenal Niño de Guevara, en 1604, se ordenaron las cofradías por antigüedad para que hiciesen estación a la Catedral y se cita a la Esperanza de Triana en séptimo lugar, detrás de El Valle (El Silencio, La Hiniesta, Los Negritos, Vera Cruz, Gran Poder, El Valle y Esperanza de Triana). La de la Macarena ni consta. En la actualidad se considera a la hermandad de la Macarena, sin embargo, más remota que la de Triana. El equívoco pudo haberse inducido al verificarse la reunión la de Tres Caídas, en los primeros compases del siglo XVII.

Mirando al puerto camaronero estaba la capillita de la casa-hospital de los religiosos del Espíritu Santo, ya desaparecida, cuyo postigo daba a la calle Pureza. Allí residía ya, en 1565, la cofradía de la Esperanza que contaba con numerosos cofrades dedicados al tráfico marítimo. Por mandamiento del Arzobispado, el año 1616 tuvo que fusionarse con la de las Tres Caídas, creada poco tiempo antes en un cercano convento de clausura de monjas Mínimas. La corporación resultante permaneció instaurada en la iglesia del Espíritu Santo, de cuyo hecho histórico se conmemora la efeméride del cuarto centenario (1616–2016).

Pone de manifiesto la histórica vinculación que guardó la Esperanza con el gremio de los marineros, un documento de concordia, hasta hoy inédito, que hemos hallado en el Archivo de Protocolos Notariales. Es un acuerdo, suscrito en 1815, entre la entonces Congregación de mareantes y la cofradía de las Tres Caídas, con el piadoso fin de que la imagen de Guía, hasta entonces venerada también en el Espíritu Santo, pudiera recibir culto en la capilla de la calle Pureza, que iba a reabrirse.

La de los Marineros era un espacio religioso incardinado en el corazón del propio barrio, no en un lugar tan excéntrico como la capilla del Patrocinio en el extrarradio. En ella había cinco retablos. El principal lo ocupaba el Cristo caído, junto a las imágenes de San Juan Evangelista y María Magdalena. En una de las paredes laterales recibía culto la Esperanza y una pequeña talla de Jesús atado a la columna, mientras que en la de enfrente estaba la hornacina de Nuestra Señora de Guía, además de la de San Telmo y una Santa Cruz. Precisamente, se cumplen ahora doscientos años del estreno de su nueva capilla e imagen dolorosa de la Esperanza, tallada por Juan de Astorga según escribe José Bermejo en su libro de las Glorias religiosas (1882). Salió en procesión el Jueves Santo 11 de abril de 1816, a las tres de la tarde, después de que en Sevilla no hubiese estacionado ninguna cofradía por impedirlo la lluvia, como cuenta el cronista Félix González de León.

Además de la gente marinera, Nuestra Señora de la Esperanza extendía su protección sobre los vecinos de un barrio eminentemente alfarero y calé. Colaboró muy estrechamente con la hermandad de los Gitanos, cuando se fundó en la misma capilla trianera del Espíritu Santo, el año 1753, a instancia del «castellano nuevo» Sebastián Miguel de Varas, o Vargas. Le cedió varios enseres para que pudiese realizar su primera salida procesional, que finalmente hizo desde el convento del Pópulo, en la Magdalena, aquel año central del siglo XVIII. Y aún residiendo los Gitanos fuera de Triana, volvió la de las Tres Caídas a prestarle insignias y otros utensilios necesarios para la procesión de la Semana Santa de 1827. Del protagonismo que comenzaron a tomar como hermanos los artesanos del arrabal, nos habla un expediente que hemos analizado en el Archivo del Arzobispado, de la década de 1840, en el que figuran ya una serie de cofrades dedicados a la carpintería (suponemos que de ribera) y la alfarería. Volvió a salir en procesión en 1845, después de muchos años sin hacerlo y fue a la Catedral por primera vez.

Desde su establecimiento en Sevilla, los duques de Montpensier ayudaron a fomentar las salidas procesionales de varios años con la entrega de limosnas, como en 1851. Desfiló el Viernes Santo por la tarde y cuando venía de regreso de la Catedral se cruzó con la de Montserrat por la antigua calle Génova (actual García de Vinuesa). Sus hermanos discutieron sobre cuál habría de llevar la iniciativa y se originaron importantes altercados. Comenzó a correr la multitud y la autoridad tuvo que llegar a hacer uso de las armas, repartiendo palos a diestro y siniestro. El diario sevillano «El Porvenir» recogió que hubo que lamentar varias desgracias entre algunas señoras. Visitó la capilla de la calle Pureza la duquesa doña María Luisa Fernanda de Borbón, el día 18 de diciembre de 1852, festividad de la Esperanza. Desde entonces quedó sellada la vinculación con los Montpensier, como testimoniaba en el antiguo escudo la flor de lis, tan distintiva de aquella familia con derecho a sucesión monárquica.

Razones de su protagonismo devocional y popular

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Pero cuando verdaderamente comenzó la Esperanza de Triana a labrar el enorme mito que representa hoy dentro de nuestra Semana mayor, fue a partir de su incorporación a la jornada de la Madrugada, en 1889. Vino a reemplazar a la también trianera cofradía de la O, que lo había estado haciendo de noche, desde que cruzase a Sevilla para ir a la Catedral (1830). Su prioste, don Francisco Díez, comunicó a las autoridades la intención de dejar el horario nocturno, en la cuaresma de 1888, recalcando literalmente que lo hacía «para evitar los excesos que se cometen, no propios en actos religiosos». Queda claro que aquella otra hermandad del barrio no había logrado sintonizar con el ambiente que despertaba la noche, tan en boga ya en Triana. El representante de las Tres Caídas, don Francisco Ollero, trasladó a la corporación municipal y al señor Provisor del Arzobispado, que su hermandad saldría a las tres de la madrugada del Viernes Santo de aquel 1889. Desde luego, la Esperanza, sí consiguió atraer a los segmentos más carismáticos de un entorno marginal y a toda aquella gama de personajes y artistas maravillosos a los que tanto les inspiraba la nocturnidad.

Este nuevo horario terminó confiriéndole un importante empuje a la proyección universal de la hermandad, al entrar en concurso ahora una serie de circunstancias determinantes, como la de pasar a desfilar por el centro de la ciudad detrás de la cofradía de la Macarena. Tradicionalmente, los macarenos, vitoreaban con entusiasmo a su hermosísima titular mariana, cuya muestra de fervor se propusieron contrarrestar los trianeros con unas aclamaciones mucho más continuas, ovaciones más sonoras y la interpretación de saetas por doquier. Que se enterase Sevilla cuál era la más guapa, era el afán. Era la lucha por la supremacía de un barrio sobre el otro. Esta pugna, tras la que subyace una reivindicación vecinal de la identidad de una Triana que en aquel tiempo añoraba poder ser hasta un pueblo independizado de Sevilla, trascendió al dominio devocional y se suscitaron entonces no pocas disputas, relativas a dilucidar cuál de las dos imágenes salía mejor vestida y con mayores adornos. Aquella rivalidad se conoció en todo el mundo, como lo demuestra el peculiar reportaje publicado por el periodista Stephen Bonsal, en la revista norteamericana The Century Magazine (1898).

Hasta dónde llegarían los piques entre ambas que sólo diez años más tarde, en 1899, el vicario diocesano decidió comunicarle a la de Triana que su horario de salida pasaría a ser las 9 de la mañana del Viernes Santo. Tras no pocas protestas, se permitió que saliese a las 2,30 de la madrugada, aunque ya no detrás de la Macarena. Desde la alcaldía y el Palacio episcopal, se le ordenó en las vísperas de la Semana Santa de 1899, que verificase su estación a la santa iglesia Catedral, «no sólo con el recogimiento y orden propios del acto que realizan, sino después de la hermandad del Cristo del Calvario y Nuestra Señora de la Presentación, apercibiéndose de que en caso de no acatar lo dispuesto se multaría a la cofradía». Esta medida de gobierno, consistente en intercalar como «cortafuego» otra procesión entre ambas, aunque la curia justificase la introducción con argumentos del Derecho canónico, no tuvo más que un sentido práctico: atajar el descontrol de las porfías. En el seno de la hermandad se vivió entonces una fortísima división interna y la autoridad eclesiástica suspendió a su junta de gobierno y nombró una gestora.

Rodríguez Ojeda, un bordador macareno para la Esperanza de Triana

Uno de los que contribuyó a alimentar la dualidad de las dos Esperanzas (Triana y Macarena), fue el bordador Juan Manuel Rodríguez Ojeda, quien se involucró muy activamente en el diseño y ejecución de distintas piezas textiles, bordadas en oro, para las imágenes titulares, así como la puesta en escena del conjunto de la cofradía, mediante el embellecimiento de enseres e insignias corporativas.

GARCÍA LORCA EN TRIANA

A finales del mes de abril de 1935, Federico García Lorca vino a disfrutar de nuestra Semana Santa. Fue la última vez que estuvo aquí pues, sólo un año más tarde, fue fusilado al estallar la Guerra Civil. Desde el Domingo de Ramos hasta el de Resurrección lo acogió el poeta Joaquín Romero Murube en los Reales Alcázares, como alcaide-conservador que era ya del emblemático edificio. Según cuenta Juan Ramírez de Lucas, un amante del escritor granadino, Federico disfrutó especialmente con la «bisagra de poderío estético que es la Madrugada». De la mano de Romero Murube como guía, acompañado por Pepín Bello y algunos otros jóvenes más, al llegar la mágica Noche cruzaron el puente con el propósito de ver salir a la Esperanza de Triana desde San Jacinto, entre el jolgorio de «guapa, guapa…». Cuando asomó a la puerta del templo el paso del Cristo de las Tres Caídas, le sorprendió a Federico el llamativo y desigual tocado de plumas que llevaban los romanos del Misterio procesional. Murube le sopló que «ante la escasez de los últimos años, las mujeres de los cabarets de la zona, incluso algunos transformistas, habían regalado a la hermandad sus abanicos y tocados de plumas para que las imágenes secundarias las lucieran». Acto seguido, con la Virgen en la calle, García Lorca se quedó impresionado con la densa marea de pétalos danzantes que caían desde los balcones para la Reina del barrio. La acompañaron hasta el otro lado del puente y se emocionó muchísimo al sentir que el pueblo de a pie se expresaba detrás de Ella con tanta espontaneidad. Llegaron a la Plaza Virgen de los Reyes y allí vieron salir de la Catedral a la Macarena, que también venía haciendo su recorrido. Al presenciarla, exclamó: -«Qué alegría, una ciudad con dos Esperanzas tan guapas, tan morenas, tan andaluzas». De pronto, se acercó a ellos por detrás un jovenzuelo y les dijo. -«¡Eso sólo podría ocurrírsete a ti, Federico». Éste se volvió y comprobó que era, nada más y nada menos, que Rafael de León, el sevillano autor de tantas coplas que, por aquellos años, era ya amigo de García Lorca.

Desde siglos pasados, el barrio de la Macarena se distinguió por mantener muchas de las costumbres y tradiciones sevillanas. En su demarcación nacieron un buen número de personajes populares y cantaores flamencos. Aunque con el paso del tiempo, Triana fue arrebatándole aquella vitola y tras la fundación de la hermandad del Rocío (1813), conquistó bastantes ápices del acervo folclórico y religioso popular. A finales del siglo XIX, Nuestra Señora de la Esperanza consiguió impregnarse plenamente de la idiosincrasia de su arrabal y terminó convirtiéndose en el mejor vehículo de expresión de la realidad religiosa, social y cultural de Triana en Sevilla.

A lo largo de la historia ha contribuido a realzar el prestigio de esta hermandad, el hecho de que su Mocita morena haya sido el ancla de salvación de marineros y llegase a socorrer la desesperanza de tantísimos humildes vecinos de corrales, gitanos y alfareros. Su mayor gloria es haber nacido en Triana. Pero tu principal triunfo radica en…que también es de Sevilla.

JULIO MAYO ES HISTORIADOR

Publicado en ABC de Sevilla, el jueves 24 de marzo de 2016, páginas 46 y 47.

LA DEVOCIÓN AL ROSARIO EN LA CIUDAD DE ZARAGOZA DURANTE LA MODERNIDAD (SIGLOS XV AL XVIII)

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Este artículo ofrece un estado actual de la cuestión sobre la devoción del Rosario en la ciudad de Zaragoza durante la Modernidad (siglos XV-XVIII) . Para ello se analiza la evolución de las constituciones de la Cofradía del Rosario establecida en
el Convento de Predicadores. Posteriormente se destaca la figura del Cardenal Xavierre, dominico zaragozano, en la conformación del rezo tras la Batalla de Lepanto. Igualmente damos noticia de la singular devoción al Rosario en los ámbitos monacales de la ciudad. Finalmente estudiamos el fenómeno de los Rosarios públicos, tan importante en la Zaragoza del siglo XVIII.

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